Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Señaló
Roland Barthes, en una entrevista que le hizo Bernard-Henri Lévy para Le Nouvel Observateur en 1977, que «la política no consiste en hablar forzosamente, puede ser también
escuchar. Y nos falta tal vez una práctica de la escucha política»* (231). No le faltaba razón, desde luego. Hoy se
reclama como una urgencia, como una necesidad ante la brecha abierta entre
ciudadanos y clase política.
La queja es unánime: los ciudadanos no se sienten "escuchados".
En esa "escucha" se incluye una serie compleja de sentimientos que
van de la indignación a la exigencia de eficacia, de la demanda de mayor
sensibilidad ante los problemas a una mayor responsabilidad ante la corrupción que aparece cada día por todos los rincones de las
instituciones.
No es fácil restablecer una confianza perdida en
estas condiciones de deterioro de la política y de crisis económica. Ha sido
esta última el detonante de la pérdida de confianza. La exigencia de soluciones
por parte de la ciudadanía se ha resuelto en una crisis paralela del sistema
político. Ha sido la ineficacia ante los problemas la que ha acelerado la
crisis institucional.
Suele ser un principio de sentido común no
adentrarse en grandes aventuras en los momentos más delicados. Sin embargo, en
la política no suele ocurrir así. Los momentos de crisis de ineficacia se
resuelven con salidas hacia delante en las que se abren nuevos debates. En
ocasiones, estos nuevos frentes se abren para tapar las grietas y desviar la
atención hacia nuevos problemas; en otros, es la debilidad la que hace que
otros den el paso para poner encima de la mesa problemas aparcados a los que no
se ha dado salida hasta el momento.
A la crisis económica que el conjunto del país
padece, se suman las crisis abiertas en los dos partidos mayoritarios. Esas
nuevas crisis no tienen una vinculación directa con la crisis económica, pero
sí son efectos secundarios de su incapacidad de solucionarla. Cuanto mayor es
la presión sobre los partidos, más grietas se producen, dejando al descubierto
todas las fisuras y desacuerdos en la doctrina que se muestra sólida cuando los
partidos pasan por sus momentos de éxito. De esta forma se acumulan los
problemas que traen más problemas generando mayor tensión.
El descubrimiento de las fisuras no es malo si sirve
para dejar en evidencia lo peor del sistema, en este caso, la corrupción, las
mafias que surgen vinculadas a los privilegios del poder y que no se atajan
hasta el momento. Dentro de lo malo, la ventaja es que ahora tenemos un mejor
diagnóstico de la crisis española, de cuáles son los problemas que se han ido
acumulando en estas décadas de democracia. Son los avisos de que existen, de
que están en el sistema y es necesario resolverlos.
Para que esto ocurra es esencial que los partidos
políticos comprendan su parte esencial en esta situación, algo que han negado
hasta el momento, estimando que ambas crisis son procesos distintos. La
afirmación de que la "crisis española" era solo un reflejo de la
crisis global se ha demostrado incorrecta y ha quedado en evidencia la
especificidad de la nuestra. Cuando las instituciones no cumplen su función,
las crisis se agravan porque deja de funcionar su "sistema inmunológico",
aquel que las hace eficaces para resolver problemas.
Si todo esto que estamos pasando, todo este camino
durísimo en lo económico y en lo moral, sirve para darnos cuenta de cuáles son
nuestros problemas reales, cuáles los fallos y carencias que nos impiden
afrontar las crisis de la forma adecuada, no habrá sido en balde. Si, por el
contrario, seguimos pensando, como hasta el momento, en términos de liderazgos
y de intereses propios, habremos recorrido un camino doloroso inútilmente.
El desprestigio de la clase política en esta crisis
es grande. Pero es también la ocasión de reivindicarse, demostrar algo que
hasta el momento no se ha producido: la demostración de su altura de miras, de
su capacidad se sobreponerse a su propio deterioro y utilizar sus fuerzas en
sacar al país del agujero en que le han metido y no en seguir fabricando
cortinas de humo para tapar su ineficacia y corrupción.
Lo hemos dicho y habrá que seguir diciéndolo: la
política es necesaria, imprescindible. Pero de lo que se debe prescindir es de
muchas de las cosas negativas que se han acumulado en su forma de actuar,
reproducirse y relacionarse con la ciudadanía. La escucha no debe ser una mera
pose, un artificio meramente retórico, sino la base de la acción política. Hay
que restablecer ese diálogo esencial para el buen funcionamiento de una
democracia.
La catarsis no debe ser solo de la ciudadanía, que
ha pasado a ser consciente de las implicaciones y efectos de su tradicional
ignorancia de lo político. También debe abarcar a la clase política, que debe
dejar de ser casta cerrada y abrirse, aunque sea para ventilarse un poco. La
acumulación de malos olores así lo aconseja, por el bien de todos.
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