viernes, 22 de marzo de 2013

Celebración del despilfarro poético

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se celebró ayer el Día de la Poesía, día equinoccial, de renovación de la primavera. Son días de entremezclados sentimientos entre la barbarie comercial y la modesta proposición de dedicar un día a algo tan peculiar como la Poesía. Para algunos es despropósito comercial, para otros ocasión de reunirse y recordar la memoria de los poetas olvidados al abrigo de cafés, tertulias y lecturas públicas de versos; finalmente para otros puro despilfarro, porque ¿para qué sirve la Poesía?
Siempre es bueno hablar de la Poesía en una sociedad que la arrincona en los estantes menos accesibles de sus librerías, huyendo ante la invasión bárbara de la autoayuda. No es varita mágica, pero sí ancla de confusión y desasosiego. Quizá si se leyera más poesía estaríamos curados de algunos males, pues hay males que tienen su origen en la deshumanización misma. Y nada hay más humano que la Poesía, arte que se encarna y usa aquello que nos es más propio, el Lenguaje. Habla de nosotros y de los otros, de nuestra experiencia del mundo y de nuestra propia exploración. La Poesía solo "habla", pero sobre la palabra gira nuestra misma humanidad.

Escribió Octavio Paz en uno de los artículo —"Poesía de soledad, poesía de comunión"  (1942)— que se integran en Las peras del olmo (1957):

La poesía es la revelación de la inocencia que alienta en cada hombre y en cada mujer y que todos podemos recobrar apenas el amor ilumina nuestros ojos y nos devuelve el asombro y la fertilidad. Su testimonio es la revelación de una experiencia en la que participan todos los hombres, oculta por la rutina y la diaria amargura. Los poetas han sido los primeros que han revelado que la eternidad y lo absoluto no están más allá de nuestros sentidos sino en ellos mismos. Esta eternidad y esta reconciliación con el mundo se producen en el tiempo y dentro del tiempo, en nuestra vida mortal, porque el amor y la poesía  no nos ofrecen la inmortalidad ni la salvación. Nietzsche decía: «No la vida eterna, sino la eterna vivacidad: eso es lo que importa.» Una sociedad como la nuestra, que cuenta entre sus víctimas a nuestros mejores poetas; una sociedad que solo quiere conservarse y durar; una sociedad, en fin, para la que la conservación y el ahorro son las únicas leyes y que prefiere renunciar a la vida antes que exponerse al cambio, tiene que condenar a la poesía, ese despilfarro vital, cuando no puede domesticarla con toda clase de hipócritas alabanzas. Y la condena, no en nombre de la vida, que es aventura y cambio, sino en nombre de la máscara de la vida: en nombre del instinto de conservación. (101)*

Para Octavio Paz, el poeta revela la inocencia innata del hombre (99) y lo hace en el orden del lenguaje, en el orden específico, legalizado, sometido a sus propias reglas, que supone el poema. No es la "palabra", sino el "poema". Dice Paz, la poesía habla de la inocencia; la religión de la pérdida de la inocencia.

El personaje de la "coplera" de la extraordinaria obra de Georg Büchner (1813-1837), Woyzeck, publicada casi cuarenta años después de su muerte, nos dice lo siguiente desde lo alto de un escenario:

Coplera: Os voy a contar un cuento. El cuento más viejo que se conoce: el viejo cuento de la soledad del hombre. Sentaos. «Había una vez..., había una vez un niño pobre y no tenía padre ni madre. Estaban muertos los dos y no había nadie más en el mundo. Todo estaba muerto. Y el niño se puso en camino y buscó día y noche. Y como no había nadie sobre la Tierra, quiso ir al Cielo. Y la Luna lo miraba con mucho amor. Y cuando después de mucho andar el niño llegó a la Luna, ésta no era más que un pedazo de madera podrida. Y él entonces fue al Sol. Y cuando llegó al Sol, éste no era más que un girasol marchito. Y el niño entonces quiso ir a las estrellas. Y cuando llegó a las estrellas, éstas no eran más que pequeñas moscas doradas. Y el niño, muy triste, no sabía ya adónde ir. Y cuando quiso volver a la Tierra, la Tierra era un campo destruido. Y el niño estaba completamente solo, y se sentó y lloró, y todavía continúa sentado allí, completamente solo.» (71-72)

Büchner nos habla del desmoronamiento de los sueños y de la soledad en que queda el hombre cuando se desvanecen. Paz, por el contrario, nos habla de la necesidad de encarnar los sueños en la vida. «La poesía sigue siendo la fuerza capaz de revelar al hombre sus sueños y de invitarlo a vivirlos en pleno día» (105), nos dice Paz. Vivir los sueños no es distanciarse del mundo, negarlo, sino, por el contrario, encarnarlo —desde la conciencia— en el poema: «La poesía, al expresar estos sueños, nos invita a la rebelión, a vivir despiertos nuestros sueños: a ser no ya los soñadores sino el sueño mismo.»

Georg Büchner
El cuento de la Coplera, la terrible historia de cómo se van disolviendo las ilusiones —ópticas y simbólicas— del niño cuando se acerca, atraído por la promesa de mitigar su soledad, hacia las cosas que ama y piensa que le aman, tiene una continuación en la escritura, en el hecho mismo de que podamos escucharlo en nuestra común soledad. Ese niño es todo hombre y, a la vez, el punto de comienzo de la Poesía. La soledad tomó la forma de cuento, la forma poética, para volverse sobre sí misma.
Hay poetas que son como ese niño, pero se quedan en la distancia del mundo —prefieren mantener el amor del Sol— y lo expresan como ilusión. Otros en cambio, los que fueron más allá, regresaron da la desilusión y, tras el llanto, dieron forma a su desencanto mediante una poesía que nos acoge. Unos y otros responden a las necesarias formas de ver el mundo, incluso a nuestros estados de ánimo cambiantes, movidos por las circunstancias de la vida. A veces necesitamos consuelo por nacer, como escribió Leopardi, otras exaltarnos con los gozos del vino o la danza; en otros momentos que nos recuerden los colores del mundo y en otros que nos silencien los ruidos que lo empobrecen. Hay Poesía distinta porque somos distintos entre nosotros y dentro de nosotros mismos.


En estos últimos días he recibido tres libros de poesía, de tres amigas poetas. Magníficas poetas las tres. Son distintas, como son distintos su poemas. Me envían en el mundo en el que sueñan y en el que viven a través de la palabra para que pueda compartirlo. Las tres tienen en común, como los verdaderos poetas, que, tras el llanto del ser humano ante lo que le rodea, se levantaron para darle forma y recordarnos que lo que tenemos ante nosotros es el mundo, que formamos parte de él. Nada más mundano que la poesía. La poesía es la intersección entre nosotros y el mundo.
Las palabras son lo único que aportamos realmente al mundo; solo las palabras no se pueden extraer de las montañas o de los mares; no son los mármoles ni el bronce de las estatuas, ni los pigmentos de nuestros cuadros. La palabra no se extrae de la tierra, pero queda en ella. Es un recurso inagotable; inteligencia sostenible.


* Octavio Paz (1983): Las peras del olmo [1957]. RBA- Seix Barral, Barcelona.
** Georg Büchner (1974): Woyzeck / Leoncio y Lena. Versión de Julio Diamante. Júcar, Madrid.




1 comentario:

  1. “La palabra no se extrae de la tierra, pero queda en ella. Es un recurso inagotable, inteligencia sostenible… El Creador se hace tal en la Palabra. El Lector se hace Creador en la Palabra. Y la Palabra hace creadores a ambos en la explosión de la Belleza-Verdad.” (Joaquín Mª Aguirre). Habrá de haber lugar para la Poesía si no quieren pueblos y hombres sucumbir.

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