Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País me ofrece un llamativo
artículo con el que mi curiosidad se despierta: "A mi gato no le gusta el iPad"*.
Sorprendido por tamaña afirmación en un mundo convulso, al borde de desastres
innumerables e incluso algunos irreversibles, me adentro en las sinuosidades de
la noticia, en la que se me revela cruelmente, sin preparación alguna: "Las
aplicaciones creadas apenas les entretienen".
La
noticia —ignorando la crisis del Periodismo y del periodista— me adentra en un
mundo nuevo —yo no tengo gato ni Ipad— para mí: el de las "apps"
felinas. La noticia se construye sobre un vídeo —¡qué es el periodismo sin un
vídeo!— promocional de una casa de alimentos para mascotas en el que observo
unos gatos que se abalanzan sobre un iPad abandonado sobre el frío suelo. Por
su pantalla táctil corretean galletas de diferentes tamaños y colores. Los
gatos, haciendo honor a su proverbial curiosidad, se acercan e intentan
cogerlas. Las galletitas, esquivas, desaparecen cuando las garras de los gatos se
posan sobre ellas e intentan atraparlas. En la tercera aplicación promocional
son pececitos muy graciosos los que nadan indiferentes a los esfuerzos de los
felinos domésticos por atraparlos. ¡Qué interesante utilidad! ¡Qué felicidad
ser pececito virtual y nadar seguro por la pantalla de un iPad! ¡Adios, Darwin!
Un poco
más abajo, el diario nos incluye un segundo vídeo, titulado "Humanos vs gatos", que recoge otra aplicación
publicitaria, You versus Cat. En este vídeo promocional —que el diario nos muestra— se ve a un
inteligente gato junto a humanos que no lo son. Quiero decir que no son ambas
cosas: ni humanos ni inteligentes. No son humanos porque van disfrazados de
caballo, oso y de una especie de pollo azul intenso. Y tampoco son muy
inteligentes porque el gato —que se llama Buddy y no va disfrazado de nada— les
gana a estallar no sé qué cosas sobre la pantalla de la tableta. Entiendo ahora que los humanos se han disfrazado para
evitarse la vergüenza de ser reconocidos. Este duelo en la cumbre de especies es calificado por el diario como el "súmmum", aunque no sé muy bien de qué. Parece ser que hay millones de propietarios retando a sus gatos a este tipo de partidas. Los gatos van ganando por 22 millones de partidas por 16 de los humanos, nos cuenta el periódico. No me pareció tan grave cuando vi "Cats", que me resultó aburrida.
Me
quedo asombrado porque es un mundo que ignoraba por completo, que había pasado
totalmente desapercibido para mí hasta el momento, distraído como estaba con
cosas tan pequeñas como Chipre. Pero cuando más emocionado estaba, casi a punto
de comprarme una tableta y adoptar un par de gatos para comprobar en vivo y en
directo el majestuoso espectáculo, llega el jarro de agua fría: ¡los expertos
no lo recomiendan!
Gemma Peyró es veterinaria en Tot Cat, la
primera clínica especializada en gatos, con sede en Barcelona. “No lo
recomendamos, en absoluto. Solo generan frustración en los gatos, porque en un
principio los atrae, pero después se dan cuenta de que no hay una finalidad. No
hay un objetivo que puedan alcanzar. A los dos o tres minutos dejan de tener
interés en ello", expone. Y aprovecha para aclarar que una técnica usada
hasta hace poco con gatos obesos tampoco es aconsejable: "Se puso de moda
usar un puntero láser para obligarlos a hacer ejercicio. Sucedía lo mismo. Al
poco tiempo desistían, al ver que nunca hacían presa".
Entonces, ¿por qué si hay vídeos en Youtube mi gato no reacciona? La
especialista también tiene respuesta para ello. En parte por la edad, en parte
por desengañarse. "Lo que les llama la atención son los movimientos. Con
la edad pierden vitalidad, pero también se dan cuenta antes de que no tiene
sentido", insiste.*
Me he quedado
de piedra. Los gatos, como los humanos, también se aburren de hacer siempre lo
mismo sin obtener ningún fruto. Al igual que los emperadores romanos, como el
mismísimo Calígula, necesitan algún estímulo en su vida. También los gatos se
hartan de esta sociedad de consumo en el que el consumido por el aburrimiento
al final eres tú. ¡Oh, vanidad! Esos falsos peces que persigues en falsas
peceras, pero con auténtico deseo insatisfecho, burlado —¡pobre gato!—, nos
iguala contigo, persiguiendo sueños, quimeras, viajes imposibles, loterías
esquivas. Promesas y más promesas, solo promesas.
El gato, al
menos, nos dice la experta consultada, no va más allá de dos o tres minutos en su
seducción mediática, comprende rápido que aunque lama con intensidad la
superficie de la pantalla nunca saciará su sed, que antes le saldrá un callo en
el lengua que obtener una gota de agua del cristal. Otra experta recogida en el
artículo señala que los gatos "se aburren cuando descubren que no son
seres vivos". Son depredadores, nos advierte, nos están para bromas.
A nosotros,
consumidores de sueños indigestos, nos cuesta más desprendernos y seguimos
apegados a ellos. Que los gatos dediquen menos tiempo que los humanos a
estallar bolitas sobre una pantalla de un ordenador o teléfono nos demuestra
que todo lo humano es un poco confuso. Hemos evolucionado hasta llegar a ser lo
suficiente inteligentes para desarrollar tecnologías y ficciones para volver
idiota a la gente. Somos la pescadilla de rosca de la evolución: utilizamos
nuestra inteligencia para volvernos tontos.
La caída
filosófica del burro por parte de la periodista — "Entonces, ¿por qué si hay vídeos en
Youtube mi gato no reacciona?"— se produce rápida y estrepitosamente. ¡No
todo lo que aparece en Youtube es
verdad! El experimento repetido en casa ¡no funciona! El gato pasa
olímpicamente. ¿En quién podremos confiar?
Después
de esta debacle existencial, perdida la inocencia, recuperada mi fe en el Periodismo y su futuro, paso con inquietud de una
noticia a otra sin podérmelo quitar de la cabeza. Como a los gatos, solo me
queda un largo y tedioso camino hacia el desengaño.
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