Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Billy Wilder respondió —en la obra que recoge sus conversaciones con Cameron Crowe—
cuando se le preguntó sobre si el público acepta cualquier cosa al comienzo de la
película:
B.W. No,
creo que luchamos contra ellos. Porque no saben lo que van a ver. No es como
una obra famosa que conocen. La mayoría de las veces entran en la sala sin
saber si están de humor para ver una comedia o una película seria. Algunos
espectadores se levantan y se van al cabo de algunos minutos. Así que hay que presentarles
algo arrebatador, mostrarles qué van a ver. Los cinco primeros minutos son muy
importantes. (276)*
En efecto, en el comienzo deben estar las claves de lo que vamos a ver. En
nuestro espectáculo político —este extraño filme—, en cambio, han pasado ya esos cinco
primeros minutos y todavía no tenemos
claro a qué género se adscribe lo que estamos viendo. No sabemos si estamos
ante una comedia grotesca, como cuando nos dicen que Bárcenas va a demandar al
PP, del que ha sido tesorero, por "mobbing" como señalaba hoy la
prensa, o cuando el Duque se vuelve amnésico, o si estamos ante una tragedia ridícula. No
sabemos si esto derivará hacia un film político a la francesa, una comedia política a la italiana con Sordi y Gassman,
o si estamos desarrollando un género con un toque ibérico a lo Berlanga, la "escopeta nacional", con largos planos
secuencia en los que entra y sale todo el espectro político español, con un batiburrillo
de declaraciones, acusaciones y gritos. Esos cinco primeros minutos, como en el baloncesto, se nos están haciendo eternos; demasiadas líneas abiertas sin saber adónde vamos. Aquí se mezcla el espionaje catalán con el vídeo erótico manchego, el cacique gallego con el sastre valenciano. Agotadora película fragmentaria.
Están mareados hasta los protagonistas, que tienen dificultades para retener las líneas del guión. El
diario ABC, por ejemplo, manifiesta su asombro ante
los problemas de objetivos que el PP se plantea:
Durante toda la semana pasada, los servicios jurídicos del PP trabajaron en el diseño de la estrategia jurídica y barajaron la posibilidad de presentar una demanda como partido a la que se sumarían otras individuales de los dirigentes y exdirigentes del PP.
La dificultad con la que se encontraron los
servicios jurídicos es la designación de unos objetivos comunes, ya que todos
no querían querellarse contra Bárcenas y ni siquiera contra los mismos medios
de comunicación.**
Nosotros,
los espectadores, no revolvemos en nuestra butaca, incómodos, buscando una
postura que nos ayude a sobrellevar lo que vemos en la pantalla y lo que nuestro
experimentado y dolorido sentido de la anticipación se teme.
En las secuencias en la casa del PSOE,
las escenas se suceden con celeridad, con el mismo mareo. Si en el PP el argumento es "casi
todos contra Bárcenas y Bárcenas contra casi todos", en el lado opuesto se
juega con el thriller político, al "todos contra todos",
entremezclándose varios argumentos de afectos y desafectos, familiares y
regionales. El argumento aquí —además de lo abierto judicialmente— es la lucha
interna combinada con la externa, los problemas sucesorios de un zapaterismo mal cerrado con el
agravamiento de la crisis secesionista intensificada, a su vez, por otra coalición política,
CiU, que decide saltar al vacío como el que salta al ruedo, como forma de salir
adelante en su propia crisis de identidad electoral, cercada por sus propios escándalos.
El
público, desde su butaca, trata de sacar algo en claro. No es fácil. Lo único
que sabemos a estas alturas de la película es que casi todo lo que vemos no
tiene conexión con el público, que ese mecanismo elemental de identificación
que deberíamos sentir hacia los protagonistas del filme, no se despierta
en absoluto porque los problemas que nos muestran en pantalla no son los
nuestros. Cada vez nos sentimos más distanciados. Vamos descubriendo, con
irritación, que el centro de esta película no somos nosotros con nuestros
problemas, sino ellos con los suyos.
Desde
ese momento en el que la empatía se pierde, en que la historia deja de
interesar y los protagonistas a aburrir, un temor nos asalta: que se todo este
lío se resuelva como en La Rosa Púrpura
de El Cairo y los protagonistas escapen de la pantalla y se dirijan hacia
nosotros.
La diferencia entre un buen principio y un buen final es que sin el primero puede que no te quede nadie sentado en la butaca a esperar las bondades del segundo. La sala puede haberse quedado vacía. Como decían en La Rosa, hay que ser muy cinéfilo para aguantar en la butaca.
* Cameron
Crowe (2002). Conversaciones con Billy Wilder. Alianza, Madrid.
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