Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
tiempos de incertidumbre traen de regreso las viejas ideas, remozadas, eso sí,
adecuadas a las nuevas situaciones. La desconfianza de los españoles hacia los
bancos fue siempre acusada. No se entendía muy bien porque alguien tenía que
guardar tu dinero o porque tenían que pagarte unos si trabajabas con otros. La
Cajas de las empresas, en las que la gente recogía el "sobre" con el
sueldo los día que tocara en fábricas y empresas, no están muy lejanos. Las
colas para ir a pagar a ayuntamientos, empresas de servicios, etc. son
recientes. La gente tenía el dinero en casa y muchos lo llevaban encima,
cantidades para la semana, que sacaban de los billeteros en fajos para ir
pagando lo que hiciera falta. La pequeña "caja de caudales" en los
domicilios eran habituales o los cobradores puerta a puerta pasaban a recoger
el dinero de los plazos del electrodoméstico, el gas, la electricidad, o la
suscripción a una revista. Era frecuente que a primeros de mes, una legión de
cobradores, señores provistos de sus carteras debajo del brazo, pasaran por los
domicilios a recaudar lo que les correspondiera, de los plazos de la nevera a
los compromisos más variados. Era un mundo de cobradores a domicilio porque era
en el domicilio donde estaba el "banco" familiar.
Luego
la inseguridad acabó con todo eso. El paso de la dictadura a la democracia tuvo
un coste ciudadano colateral, el aumento de la inseguridad, de los robos y de su
violencia. Los bancos empezaron recoger todos esos pagos que se realizaban antes
en las casas, y las transferencias y demás operaciones, gracias a su
informatización, pasaron a ser automáticas. Ya no había que esperar pacientemente a que
llamaran a la sucursal de la otra punta de España mientras confirmaban un
cheque, por ejemplo. Los propios bancos padecieron la ola de asaltos, lo que llevó
a la transformación de las sucursales, con cristales blindados, puertas con arcos
de seguridad, lugares en los que había que dejar los maletines y bolsas en la
entrada, etc.
Las
tiendas y empresas ya no querían tener una legión de cobradores de puerta en
puerta y los usuarios no estaban dispuestos a perder tanto tiempo en las colas
para pagar en la España que se hacía moderna, el tiempo ya empezaba a ser
"oro".
A la
gente le empezó a resultar peligroso llevar mucho dinero encima o tenerlo en
casa porque podías ser objeto de asalto y perder en un minuto los "ahorros
de toda una vida". El colchón era el lugar de concentración favorito, al
menos en el imaginario, ya que había otros escondites, bajo baldosas o donde
pudiera estar seguro en la casa. Recuerdo la noticia, fue en 2009, de la
desesperación de una anciana israelí a las que la hijas le regalaron por
sorpresa un colchón para jubilar el cochambroso que tenía de toda la vida. Fue
sorpresa, desde luego, porque la madre les dijo que guardaba los ahorros en su
interior. Del viejo colchón nunca más se supo.
Por eso
la noticia que nos trae el diario El
Mundo sobre la comercialización de colchones con caja fuerte incorporada me
lleva a los tebeos de Carpanta o Zipi y Zape, al señor en la puerta de casa con
su carterita mientras mi madre iba al armario a sacar el dinero del plazo de
algún electrodoméstico comprado con esfuerzo pluriempleado.
Pero lo
que me ha sorprendido realmente es el nuevo "giro narrativo" de su
publicidad. Ya no es la seguridad frente a los asaltantes, frente a los
"cacos" (entrañable palabra que ha caído en desuso por la
delincuencia de cuello blanco), el argumento empleado: es la seguridad frente a
los bancos. "Para que el dinero esté muy cerca de ti / y muy lejos de los
bancos" dice en su agresiva y directa publicidad, que comienza con dramáticas
imágenes en blanco y negro de la gente protestando en las calles con carteles
como "dimisión" o una hoja pegada a
la puerta de una sucursal rotulada con un explícito
"Ladrones".
El
descrédito de los bancos no tiene medida. Como todos les señalan como los
responsables de la crisis, la publicidad que es sensible a esta corrientes de
opinión las recoge. Lo interesante del anuncio es que no es de cajas fuertes,
sino de colchones. No es lo mismo una caja fuerte con un colchón alrededor que
un colchón con una caja fuerte en su interior. La empresa se dedica a los
colchones y lo que vende es "buen descanso", poder dormir. La crisis
"nos quita el sueño" y ese sueño se nos va porque nuestro dinero está
afectado por la crisis bancaria. En el anuncio se recogen los miedos a
"qué ocurre si mi banco, donde están todos mis ahorros" quiebra, es
intervenido, etc. Es algo que la gente, por mucho que salgan a explicar y dar garantías,
vive con miedo.
Algo
tiene lo de dormir sobre tu dinero. La idea del colchón no es nuestra, sino que
está muy extendida por todo el mundo. Antes de que se inventaran los bancos,
que nunca han tenido demasiada buena prensa, se inventó el colchón. Me imagino
que tendrá que ver con principios de seguridad que llegan hasta nuestra vida en
las cavernas. Esta necesidad de tener lo valioso cerca, bajo control, implica
la posibilidad del descanso, del sueño tranquilo, que las preocupaciones queden
aparcadas.
El
punto irónico de la publicidad lo pone su propia denominación donde
"micolchón" pasa a ser redefinido como "Caja de Ahorros
'micolchón'", con el eslogan "tu dinero muy cerca de ti". Se
juega con los tópicos de la publicidad bancaria pero convirtiéndolos en literales:
que la crisis no te quite el sueño, cerca de ti, descansa tranquilo, etc.
Pero de toda la retórica publicitaria empleada, ninguna me ha emocionado más que la imagen de la lágrima ascendente. Me parece un hallazgo poético. La lágrima que rueda por la mejilla a causa de la crisis, asciende ahora de nuevo al ojo —hay que ahorrar hasta en lágrimas— como metáfora de la vuelta a la tranquilidad por la seguridad del colchón blindado. Esa lágrima ascendente me parece una forma poética muy moderna de expresarlo. No hay que recurrir a la "flecha del tiempo" ni a la termodinámica, a la distinción entre procesos reversibles e irreversibles. La negación de las leyes de la física por las leyes poéticas de la esperanza puede hacer que la lágrima regrese a su estado inicial, a su punto de partida. Y si la lágrima puede, ¿por qué no la economía, bancos y partidos? Esa imagen, similar a las lágrimas derramadas por estatuas milagrosas, nos reconforta; nos habla de dolor en su caída y de perdón y esperanza en su ascenso. Un hallazgo retórico; el milagro del descanso.
Los antiguos, que eran sabios aunque no fueran expertos, recomendaban el desprendimiento como forma de vivir sin preocupaciones. La idea de que el que menos tiene vive más tranquilo se nos hace insoportable y ya nadie le diría —no ya a un emperador, sino a un presidente autonómico— que se aparte porque nos está quitando el Sol. Hoy de Diógenes lo único que se valora es el nudismo. El sentido que le hemos dado a "cinismo" lo confirma. Ya nadie quiere vivir "como un perro" (eso se supone que quería decir "cínico", la vida sencilla como la de un perro) y probablemente con razón.
Me
imagino que algunos habrán puesto una segunda caja en el colchón, reservando la
primera para los billetes de 500 euros acumulados en las épocas de prosperidad
especulativa y que abrirán esta segunda "sucursal" para el día a día.
Puede
que una caja dentro del colchón nos libre de muchos dolores de cabeza, pero lo
que no tengo tan claro es si nos librará de los de espalda.
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