Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Si es
misión del arte verdadero hacernos pensar y sentir, un filme tan hermoso como Candilejas (Limelight 1952) lo consigue. La belleza de este filme crepuscular,
en muchos sentidos, es inmensa, como lo es la sabiduría que atesora. Su destino
está reflejado en su propia historia, pues Candilejas
nos habla de los finales, de mundos que se acaban. Nos habla de Calvero, el
viejo cómico, en su decadencia; del fin de un mundo con la llegada de la
Primera Guerra Mundial y, finalmente, del ocaso de una etapa del propio cine en
el momento en que se produce la película. Tres ocasos, tres desapariciones de
formas de ser, estar y hacer.
Difícilmente
puede considerarse una comedia y sí un intenso melodrama en el que la risa
forma parte de la historia, como una ausencia que marca el fracaso del payaso,
desgastado por sus años sobre los escenarios. Calvero, el payaso, ha sido una
gran figura que afronta ahora el fin de su vida metido en el alcohol y que
acoge en su casa a una joven bailarina a la que salva del suicidio y recuperará
para el arte.
Candilejas es una obra total, que incluye el drama —con
algunos de los mejores diálogos escritos para el cine—, la música brillante
—que le mereció su único Oscar a Chaplin, veinte años después—, un ballet, los
números de vaudeville y circo, y hasta del arte de los músicos callejeros
londinenses. En la película, Chaplin hizo el recorrido de su propia vida, del
arte popular de los circos y el vaudeville, de los que se abasteció el primer
cine para crecer, hasta su consagración como uno de los más grandes artistas
del siglo XX. El número final, con Buster Keaton de ayudante —por primera vez
juntos—, es una despedida, un cierre de una época. Todos los que visitan el
camerino en el que se preparan para actuar les hablan de los "viejos
tiempos". Ellos ya no son de ese mundo.
En Candilejas, el arte es metáfora de la
vida misma y la vida lo es del arte y ambos lo son del amor, que es la fuerza
que une todo y justifica la existencia. Pocas historias de amor tan intensas
como poco convencionales. Hay un tiempo para todo, un tiempo distinto para cada
uno, y es su desfase el que produce la melancolía. Chaplin hace decir al payaso
Calvero que en esta vida "todos somos amateurs porque el tiempo no nos da
para más", que "el mejor autor es el tiempo, que es quien escribe los
mejores finales". Pero los finales del tiempo pueden ser crueles, irónicos
e injustos. Pero es la vida. La tragedia nos enseña que no todo está en
nuestras manos; la tragicomedia a aceptarlo con una sonrisa.
La
misión del payaso acabado es proteger a su pupila, salvarla de sí misma, y que
la vida siga sobre el escenario, que no es sino metáfora del mundo. Cuando Calvero
desaparece y vuelve a las calles a tocar con los músicos que se ganan la vida
mendigando, se encuentra, al pasar el sombrero, con las personas que le vieron
en los grandes teatros. Cuando se dan cuenta de que es él, guardan las monedas
que iban a dejar en su sombrero. Él les pide que no dejen de hacerlo, "no
tengo ningún falso orgullo". "El mundo es el mayor escenario",
les dice, nadie se retira de él hasta la muerte.
En octubre
pasado, la Academia del Cine rindió homenaje a Candilejas por los sesenta años que se han cumplido en 2012. Contó con la presencia de Claire Bloom, la joven protagonista de entonces. Creo
que la mala conciencia que produjo esta película en los Estados Unidos nunca
tendrá fin. El destino natural del film de Chaplin, acusado de "comunista"
en aquellos momentos, fue totalmente distorsionado. No fue hasta 1972 que la
película se pudo ver de forma amplia y en ese mismo año, se le concedió el
único Oscar de la Academia por la partitura musical, en la que se incluía la
hermosa "Eternally" o "Terry's Theme", una de las piezas
más conocidas de la historia del cine. Fue en 1972 porque es cuando se pudo ver
por primera vez la película en Los Angeles, uno de los requisitos para la
concesión de los premios. La Academia le concedió otros dos Oscar más por su
carrera. La censura a la película es una muestra de la irracionalidad de un
mundo que prohíbe una obra de estas características, solo por el nombre del
artista o por su filiación. Mientras viajaba a Europa para el estreno de Candilejas, su permiso de residencia en
los Estados Unidos —país que había engrandecido con su arte durante décadas,
cuya historia había contribuido a formar— fue cancelado para que no regresara.
Candilejas es una obra en blanco y negro, como los
libros. Pertenece en su forma y en su sentir a un mundo del que nos alejamos a
la velocidad del rayo. La eficaz melancolía de la película de Chaplin es la
conciencia del artista de que es ya una especie en extinción, que como Calvero,
vive un tiempo sobrante sobre la tierra, un triste penar incomprendido. Sus
chistes y canciones ya no despiertan las risas y el público le deja solo sobre
el escenario, abandonando sus butacas. Solo su nombre, su vieja gloria, hace
que le contraten, como un recuerdo del artista que fue.
Cuando
realizo la programación de películas para nuestro Cinefórum, me encuentro
muchas veces con la expresión "¡son películas antiguas!". Comprendes
que hay algo peor que la censura en el arte y es la incapacidad de disfrutar.
La censura es una fuerza absurda que acaba cediendo ante el tiempo; la
incapacidad de disfrutar, por el contrario, es el resultado de las fuerzas
incompletas de la educación, que no es capaz de dirigir la formación del gusto,
uno de los objetivos básicos de la verdadera enseñanza. Lo "viejo"
—que es diferente a lo "antiguo"— realmente es "Gran
Hermano" o ver a la gente lanzarse desde un trampolín, o el cine que nace ya rancio, las canciones que parten del mal gusto de su público, las obras que se
copian a sí mismas en secuelas, precuelas
y remakes, etc.. Es la guerra
bacteriológica del mal gusto normalizado, el que se cuela por los poros de la
piel global. Nunca hemos tenido una oferta cultural tan amplia, tantas
posibilidades de acceder a la cultura al alcance de nuestras manos, y nunca se
ha desperdiciado tanto.
Escribió
el gran investigador del mundo de los libros y la lectura Robert Darnton:
"El criterio sobre lo que es importante cambia con cada generación, así
que no podemos saber qué les parecerá significativo a nuestros descendientes."*
(49) Es cierto; no se pueden imponer los criterios del interés. Y sin embargo,
nunca ha estado tan guiado, tan presionado exteriormente, el gusto. El olvido
es el cruel sacrifico que estos tiempos exigen para poder vendernos una
modernidad hueca y consumible. La cultura es la memoria y el mundo tiene que
volverse amnésico para aceptar cosas que difícilmente aceptaría de otra forma.
Cuando
era niño, tenía un pequeño proyector de ocho mm de juguete en el que ponía películas cortas
de Chaplin y otros cómicos del cine mudo; también algunas de la jungla, con
leones y exploradores. Hoy, que se cumple una cifra simbólica de entradas en el
blog, quería dedicarla a Charles Chaplin, como un acto deliberado y
reivindicativo de homenaje a su figura y a su contribución al arte del siglo XX,
al cine, un arte que se diluye en un mundo de bombardeo mediático constante. Como
arte, solo es eficaz cuando se hace efectivo en la vida de las personas, cuando
despierta sentimientos e ideas. Alguien nos tiene que decir, en estos tiempos engreídos,
que en la vida no pasamos de meros aficionados. Un payaso se atreve.
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