Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
poemas regresan con los amigos. Y ayer, gracias a una amiga rumana, volví a
reencontrarme con Ana Blandiana, con sus poemas y, con ellos, el recuerdo de su
presencia entre nosotros. Porque volvieron los amigos, pude hablar otra vez de
ella. A veces, son los amigos los que actúan de viento en las velas, algo que nos revela
que la Literatura es un arte de profunda hermandad, que crea sólidos lazos
entre quienes leen y son leídos y de fraternidad entre la comunidad de lectores que se forma
por contagio poético. Solo hablamos de poesía con quien puede compartir la
experiencia —infantil, vista desde fuera— de los poemas. La experiencia compartida
es lo mejor parte, tras la experiencia solitaria del encuentro con la obra. Eso
hace que los lectores se encuentren muchas veces solos, incapaces de
comunicarse más que con los que entenderán, con pocas palabras, lo que quieren expresar.
No
todos los libros o autores logran crear esa hermandad entre sus lectores. Es
algo distinto a los "admiradores", "fans" o cualquier otra
expresión que caracterice el mero seguimiento de las personas. Las
mercadotecnia que nos invade se ha apropiado también del fenómeno admirativo y
lo alimenta con las mismas estrategias que a los deportistas o estrellas de la
música o la pantalla. La Poesía es otra cosa, muy distinta; se alimenta de
principios diferentes y tiene otra finalidad. Hay poetas narcisistas como hay lectores fetichistas, pero eso es un problema que entre ellos deben resolver. La poesía enseña y es modestia.
Escribió
Ana Blandiana: «Puede resultar paradójico pero los grandes poetas
se parecen entre sí, solo los mediocres están llenos de originalidad. Lo
sublime no es distinto. Los que lo alcanzan se hacen semejantes.»* (163) La
distinción creo que alcanza también a los lectores que son capaces de
entenderlo, que no quieren ser extravagantes sino encauzarse en esa corriente, la que no lleva al consumismo poético sino al preciso y selectivo
disfrute de los versos, placer siempre extraño. Las fases de lectura intensiva
se van transformado en regreso selectivo a esos versos que acaban configurando
el espacio de recogimiento al que el lector de poesía se retira para volver a
lo que ha quedado prendido en su memoria.
La labor de relectura suele ser de poda otoñal, de
eliminación de poemas en los que veíamos más de lo que hoy pueden ofrecernos.
La melancolía que acompaña a la madurez es más exigente, quizá porque en la
vida van quedando más preguntas por contestar que contestaciones consistentes.
Nada destruye más que el tiempo, pero también va despejando el camino,
eliminando las hierbas secas. Pero lo que nos va quedando, se hace más sólido,
más placentero.
Al volver a repasar las páginas de Ana Blandiana he
recuperado las imágenes de su estancia entre nosotros, la luz de sus ojos, y me
han vuelto a golpear sus poemas con la intensidad de la primera vez, de su
descubrimiento. Sigue ahí; su poesía se mantiene firme, hablando directamente para
que nos miremos en su espejo y sigamos desentrañando el reto que somos, el
misterio que no dejamos de ser, para nosotros y para los demás.
Para
mí la poesía es un caminar lógico de palabra en palabra, de piedra en piedra,
sobre un terreno firme hasta llegar a un lugar donde el sentido de repente se
abre de manera inesperada sobre el vacío y se detiene conteniendo la
respiración. Ese momento lo es todo, esa percepción del abismo interior, esa
emoción imprevista ante la asunción del límite, ese detenerse es más revelador
que seguir avanzando inconscientes de estar en un sendero sobre el precipicio.*
(182)
Ese
carácter epifánico de la poesía es el que nos da consciencia, precisamente, de
ese vivir en el borde, como un Lear junto a los abismos de la vida. La poesía,
como la vida misma, es el camino de la certeza a la duda, de lo claro al
misterio. Y es esa chispa de luz la que nos despierta del sueño de la lógica
para adentrarnos en nuestra organicidad viva, en nuestra conexión terrenal. Es
esa respiración cortada durante un instante por el doble misterio del temor y
la belleza. La luz nos ha iluminado el abismo y se consume poco a poco.
La
poesía, nos dice Ana Blandiana, tiene como objetivo «salvar
el silencio, recuperar la capacidad de callar». Es dejar atrás el parloteo
tranquilizador para sumergirse en lo que no podemos discernir porque estamos
dentro de la vida y la lógica de la palabra no puede abarcarnos. Silencio
lúcido, eco de destello que se va apagando.
El poema que cierra la antología de Ana Blandiana es
una declaración de vida y poesía:
Este poema dura sólo esto,
lo que tardas en leerlo:
la próxima vez que lo leas
será otro
porque tú serás otro
y, por supuesto, será
completamente diferente
cuando lo lea otra persona.
Existe sólo en el instante
de tu estado de ánimo,
que has construido
con lo que has encontrado dentro
de ti.
Obra fugaz
como una hoja de papel
que discurre por las aguas
cambiando siempre de dirección,
sin que tenga ninguna importancia
la persona que allí pudo la hoja
y si escribió algo en ella.
La vida
también dura, como el poema, lo que tardas en vivirla. Como la hoja de papel llevada
por las aguas, se desprenderse de lo que lleva escrito, disuelta su tinta en la
corriente, hasta quedar en blanco, en silencio, perdiendo la memoria de su
distinción. Una hoja son todas las hojas. Armonía del silencio.
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