Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En su Historia social del conocimiento, Peter
Burke analiza la revisión de los libros de viajes que habían proliferado,
gracias a la imprenta, cuando apenas nadie viajaba. Muchos de ellos eran
fraudes, escritos por personas que no habían pisado el país del que escribían
pero que, al no poderlo verificar nadie, podían vivir del deseo de los demás de
escuchar historias exóticas y extravagantes, relatos de costumbres y reglas diferentes.
Burke nos narra el conocido caso de Georges Psalmanazar (1679-1763) quien pudo
vivir medianamente bien de contar las historias y costumbres de su isla
"natal", contenida en su libro «Descripción histórica y general
de Formosa» (1704):
Pslamanazar fue un francés que se trasladó a
Inglaterra, donde trató de pasar por un nativo de Formosa. Su «Descripción» incluía datos tomados de anteriores relatos sobre la
isla, aunque añadió por su cuenta ciertas informaciones que él mismo se había
inventado, desde la afirmación de que la isla pertenecía a Japón hasta la
descripción de un alfabeto local. Antes de que se descubriera su fraude,
Psalmanazar fue invitado a visitar la Royal Society y a comer con Sir Hans
Sloane, y mientras tanto su libro fue traducido al francés y al alemán. Cuando
Gilbert Burnet, obispo de Salisbury, pidió al impostor que demostrase que
realmente era formosano, Psalmanazar le respondió preguntándole a su vez cómo
podría él mismo demostrar que era un inglés en Formosa, ya que realmente
parecía un holandés. Lo cierto es que su fraude fue desenmascarado por un
jesuita que en 1705 escribió un artículo sobre el tema en uno de los nuevos
periódicos eruditos, el Journal de
Trévoux.* (260)
El artículo del jesuita debió resultar menos
atractivo que las fantasías de Psalmanazar, quien llegó a vivir de las rentas
de la pensión que le concedió un admirador de su obra. Lo verdadero puede ser
aburrido y la gente no quería "verdad" sino exotismo, historias de
caníbales, rarezas, que es lo que uno espera encontrar entre gente tan alejada.
George Psalmanazar conocía a su público y lo que este esperaba encontrar.
En vez de presentarse como un "viajero"
—como otros hicieron—, él se presentó como un "nativo". La cuestión
no es baladí porque sabía que la curiosidad no solo alcanzaría a su libro, sino
que pasaría de la lectura a su persona. Cuantas más cosas exóticas contara en
su obra, mayores serían los deseos de conocerle de quienes lo leyeran u oyeran
hablar de él. Le permitió el estatus de "invitado deseable", como nos
cuenta Burke, todo un arte. La gente quería conocerle y de eso sí se podía vivir medianamente
bien. No todos los días se tenía ocasión de sentar un "formoseño"
—forma correcta según el Diccionario de la Academia— a la mesa.
La contra pregunta con la que contestó al obispo de
Salisbury sobre cómo podría él demostrar en Formosa que era un inglés
pareciendo holandés, nos avisa de su capacidad retórica para defender sus
ficciones frente a las demandas ajenas. Lejos de intentar dar más
explicaciones, que hubieran acabado embrollando el asunto, lo que hizo fue
poner a su interlocutor en su tesitura, trasladarle el problema. ¡Intente
demostrar quién es y verá!
La demostración de quiénes somos es compleja porque
en realidad no demostramos quienes somos, sino cómo nos clasifican los demás.
Documentos y testimonios son aceptados según la regulación vigente en cada momento, pero
alejados de ellos y de las autoridades capaces de dar fe de la veracidad de un
sello o una firma, ¿cómo probarlo? No hace falta ser foucaltiano para
comprender que es el Sistema quien nos clasifica conforme a unas reglas particulares, con diferencias entre países y culturas.
Somos los que somos, pero socialmente eso no es
nada. Formamos parte de un sistema complejo de referencias sociales (estudios,
profesión, nacionalidad, familias...) que acabamos asumiendo como señas de identidad.
De todas ellas debemos dar cuenta mediante certificación externa o testimonio
de otros que avalen lo que no se nos nota a simple vista. Son los Estados los
que "garantizan" hoy nuestra identidad. En tiempos de Psalmanazar no
existían tantos mecanismos de certificación, lo que le permitió —a él y a
otros— forjarse su "yo", escribirse su historia y a los demás
intentar desmontarla, si podían.
En su obra The Pretended
Asian: George Psalmanazar's Eighteenth-Century Formosean Hoax (2004), su
biógrafo Michael Keevak escribe: «In the 1740s, in addition to penning a
chapter for a proposed sequel to Samuel Richardson's widely Pamela, Psalmanazar also participated in
the writing of a Complete System of
Geography (1747), and among other assignments he was given the section for
Asia, including, significantly, Formosa.» (p 10)
George Psalamanzar entraría en la categoría inversa de
lo que Thomas Carlyle llamó en sus conferencias de 1840, el "héroe literato".
Carlyle habló de un nuevo tipo histórico de héroe, el que se surgía en un mundo
tomado por los libros. Psalmanazar no sería un "héroe" para Carlyle,
pues carecía de las cualidades que para él debía tener el héroe: la
autenticidad y la sinceridad. ¡Era justo lo contrario! No solo se inventó una Formosa exclusivamente suya que ofreció a los demás para sus viajes imaginarios; se inventó a sí mismo como habitante de esa falseada isla, se convirtió en una doble ficción.
Psalmanazar es el perfecto "antihéroe literato",
pues encarna los valores invertidos con los mismos métodos, los libros y los
lectores. Carlyle señaló que hasta cien años antes no habría sido posible este
nuevo tipo de héroe. La difusión de los libros entre públicos deseosos de
novedades, de nuevas y viejas historias que consumir, hizo que aparecieran
aquellos capaces de satisfacer esas demandas con su trabajo e imaginación. Ya
se podía empezar a vivir de escribir y del público que lo leía.
El detalle más significativo de lo heroico literario
lo señala Michael Keevak: la propuesta de cuarenta páginas que envió a Samuel
Richardson para una secuela de su novela Pamela o
la virtud recompensada, el gran bestseller
de la época. En el fondo —y fraudes al margen—, Psalmanazar era un reciclador
de textos, un "bricoleur" textual, estirándolos para obtener su
beneficio. La proposición de una secuela de Pamela nos muestra su ojo de
negociante, su comprensión de las oportunidades del mercado. Psalmanazar era un
"emprendedor" cultural. ¿Que mentía? ¡Claro! Como todos los que
vivían entonces y ahora de aprovecharse de la credulidad ajena.
Nadie encontró los caníbales que decía haber visto
ni los textos escritos en los alfabetos
que se inventó. Pero para eso había que desplazarse y escribir después contándolo.
Desde el punto de vista narrativo, el problema de
Psalmanazar era de "géneros". Presentaba como "realidad" lo que era "su"
ficción, como "historia" lo que era "novela". Los charlatanes y mentirosos han existido siempre, pero ahora la
imprenta y la aparición de una sociedad lectora amplificaban su poder seductor. Y también
su osadía.
* Peter Burke (2002): Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot. Paidós,
Barcelona
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