Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La última obra publicada por Jeremy Riffkin se titula La civilización empática* y supone un intento de explicarnos nuestra evolución como humanos desde una perspectiva diferente. Nos dice Riffkin que siempre se nos ha explicado desde la perspectiva del conflicto y la lucha. Apunta el autor que los nuevos descubrimientos científicos, en diversos campos, nos obligan a reconsiderar las teorías vigentes:
La idea convencional de la evolución que destaca la competición para obtener recursos y para la reproducción está siendo matizada, por lo menos para el nivel de los mamíferos, con datos nuevos que indican que la supervivencia del más apto se puede referir tanto a la cooperación y a la conducta prosocial como a la fuerza bruta y la competencia. (83)
Han pasado algo más de cien años desde que el príncipe anarquista ruso Petr Kropotkin publicara El apoyo mutuo (1902), una obra con la que intentaba equilibrar el peso de los conflictos y la rivalidad en la evolución de las especies planteados por los darwinistas. Kropotkin era un naturalista y se documentó buscando ejemplos de cooperación de todo tipo a lo largo del muestrario de las especies. Sin negar la importancia de la lucha, señaló la necesidad en las especies más desarrolladas, los insectos sociales y los mamíferos, de desarrollar la cooperación como un mecanismo de supervivencia: «La sociabilidad es una ley de la naturaleza como lo es la lucha mutua».
Stephen Jay Gould (1941-2002), el gran paleontólogo de Harvard y ameno divulgador científico, escribió un artículo con el significativo título de “Kropotkin no era ningún chiflado”**. Aún negando la existencia de una “moralidad natural”, Gould consideró que el argumento básico de Kropotkin “es correcto”. Siempre se nos enseñó que Kropotkin era un chiflado, pero ahora me doy cuenta de que no, nos viene a decir Gould. Hoy, obras como la de Riffkin, se convierten deudoras de los pasos dados por el ridiculizado por estrafalario príncipe ruso.
Acabamos de asistir a un ejemplo en el que lucha y cooperación se equilibran. Las revueltas populares de los países árabes están mostrando el peso de la cooperación y la empatía en el marco de los conflictos. No se trata de descubrir nada, sino de percibir desde otro ángulo. Hemos podido ver el equilibrio entre las dos fuerzas, la máxima cooperación solidaria entre todos los participantes en la protesta y la máxima determinación interna para seguir adelante en el conflicto. El segundo ha reforzado el primero: la lucha ha intensificado la capacidad empática de la gente y ha aumentando su solidaridad.
La revolución egipcia no ha sido caótica, como se empeñaba en sostener el régimen de Mubarak. Ha sido, por el contrario, una forma de cohesión social. Es probable que en esos días hayan funcionado mejor muchas cosas de lo que lo hacían antes. A los que la sociedad encargue regir los destinos de estos países, que han pasado del pesimismo y la baja autoestima a la sorpresa por su propia energía, capacidad y determinación, deberán responsabilizarse de mantener viva esa ilusión porque es el mejor motor social. Cuando consideramos a los pueblos como niños o como delincuentes, lo que recogemos es apatía y descontento. Por el contario, si invertimos en su ilusión y respeto, todos saldrán beneficiados.
Mañana están convocados para celebrar el “viernes de la victoria” en la Plaza de Tahrir. A los viernes de la cólera y de la salida sigue ahora el del estallido del júbilo, el del reencuentro con un espacio que los egipcios consiguieron convertir durante tres semanas en el escenario de un drama del que salieron reforzados como pueblo. Las emociones que sentirán mañana serán intensas, pues llegarán agolpados los recuerdos de los sacrificios, de los ausentes y del dolor acumulado. Todo, el dolor y la alegría, forma parte de la celebración de la vida.
* Jeremy Riffkin (2010): La civilización empática. Paidós, Barcelona.
** Stephen Jay Gould (2005, 2009): “Kropotkin no era ningún chiflado”, en “Brontosaurus” y la nalga del ministro. Crítica, Barcelona.
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