Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La Historia comienza cada día. De los dos sentidos, el de la Historia como hechos ocurridos y la asignación de valor a esa concatenación de hechos, el más interesante es el segundo. De hecho, muchas veces los primeros, los hechos, no existen. Muchos pueblos han mitificado hechos inexistentes o han distorsionado tanto algunos que son difícilmente identificables. Los hechos anteriores afectan a lo que ocurre, pero no menos que la forma en que los interpretamos, ya que son esas interpretaciones las que ponemos sobre la mesa cuando tomamos decisiones que decidirán nuestro futuro. Por eso la crisis de la Historia es solo ficticia. Su crisis como disciplina que trata de determinar los acontecimientos es cierta porque ha sido precisamente el concepto de “acontecimiento”, su carácter constructivo, el que ha entrado en crisis. Sin embargo el problema del estatus científico de la Historia no afecta lo más mínimo a su importancia social ya que los pueblos y las personas nos movemos lo mismo por verdades que por mentiras.
El Egipto que se ha manifestado en las plazas y calles de todo el país tendrá que reescribir su historia para reajustarla a su nueva identidad. Porque el Egipto que se despertó hoy no es el de ayer. Ya no le sirven los discursos que se habían automatizado hasta el momento y que constituían su mochila de viaje. Eran discursos sin sentido para nadie. Las revoluciones son fronteras interiores, marcadores de espacios simbólicos. Además de por las injusticias, la desesperación, la crueldad, etc., son el resultado de la claustrofobia moral que producen. Los ciudadanos se lanzan a la calle a coger aire fresco ante la obscenidad de la mentira que se les pide que asuman cada día.
Los egipcios, los tunecinos, ahora los habitantes de Argel y Yemen, todos los pueblos que se van adentrando en los nuevos espacios simbólicos que implican sus cambios profundos sentirán —lo sienten ya— la necesidad de reescribir sus identidades y su historia. Advierte la historiadora Margaret MacMillan en su obra Juegos peligrosos. Usos y abusos de la Historia* que:
Puede resultar peligroso cuestionar las historias que cuenta la gente sobre sí misma porque su identidad en gran medida se halla moldeada y ligada por su historia. Por eso el hecho de enfrentarnos al pasado y decidir qué versión queremos o qué es lo que queremos recordar y olvidar puede tener una carga política tan significativa. (64)
Se refiere MacMillan precisamente a la necesidad de cuestionar las historias oficiales y, también, de su peligro para los que lo hacen, ya sean historiadores profesionales, informadores o simples ciudadanos. La Historia es siempre política. Los cientos de miles de personas que han salido estos días a las calles en Egipto y Túnez estaban cuestionando la historia y a la vez escribiéndola sobre los muros de la realidad misma para que otros vivan en nuevo espacio moral más oxigenado y ajustado a lo que sienten y piensan. Es la distancia entre lo que sientes y lo que te piden que sientas, entre lo que percibes y se te ordena que percibas, la que define el alcance de los cambios. Por eso es tan importante el símbolo de la Plaza de Tahrir y por eso es tan importante mantener vivo su legado, que lo que representa hoy no se traicione en el futuro y la haga irreconocible. Lo han entendido y ahora la limpian con mimo y esmero, pero han decidido dejar las tiendas de campaña en el centro de la plaza. Es un compromiso del pasado con el futuro. Los egipcios lo han dicho muy claro: el que quiera participar en el futuro de Egipto deberá recordar siempre sobre qué piedras se asienta. Esas tiendas estarán siempre dispuestas a acoger en su interior a los resistentes a los que sus gobernantes obliguen a volver.
* Margaret MacMillan (2010): Juegos peligrosos. Usos y abusos de la Historia. Ariel, Madrid.
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