Joaquín Mª Aguirre (UCM)
«Honestamente», le pregunta un periodista al Ministro de Asuntos Exteriores italiano en la cadena Euronews, «¿no le ha avergonzado leer durante meses en las portadas de la prensa mundial las transcripciones de las aventuras sexuales de Berlusconi?» El ministro Franco Frattini, que ha debido ensayar en múltiples ocasiones la temida pregunta responde como cierre de la entrevista: « He explicado al resto de compañeros políticos que han leído esto que se trata probablemente de una filtración masiva, algo que en otros países se castiga penalmente. En Italia, la invasión de la privacidad está permitida, tolerada e incluso se fomenta. En la mayoría de países occidentales, esto sería castigado, y eso es lo que he explicado a mis compañeros políticos europeos»*. El ministro ha reducido el problema al de una gotera del vecino de arriba.
El argumento de “no es delito” lo que yo hago, pero sí lo que los demás hacen está siendo muy utilizado últimamente. Este mismo argumento es el que le va a costar el puesto, probablemente mañana, a la ministra francesa de Asuntos Exteriores, Michelle Alliot-Marie, para la que tampoco es delito viajar invitada por los dictadores a los que luego se les ofrece ayuda policial para reprimir a un pueblo que se levanta, y mantener con ellos negocios familiares. Puede que no sea delito, pero la gente empieza a pensar que los políticos están cada vez más cerca del borde y sobre hielo fino.
El ministro italiano ha ignorado lo más importante en la pregunta: el honestamente inicial. El periodista la reservó para cierre y el ministro ha proporcionado un final adecuado a su condición de diplomático: una respuesta absurda que va más allá de los hechos y traslada la responsabilidad a los demás. Hasta aquí puedo llegar, parece decir.
¿No se puede ya hacer honestamente una pregunta y esperar una respuesta honesta? Al hijo de Gadafi le preguntan directamente: “¿Seguirá su padre el mismo camino que Ben Ali y Mubarak?” El hijo del dictador mira fijamente a quien le hace la pregunta y es rotundo y escueto en su respuesta: “¡No!” Sale de la rueda de prensa, en la que ha afirmado que el país está tranquilo, en medio de grandes carcajadas. De no saber quién es temeríamos estar ante un villano de película que se ríe siniestramente tras amenazar con acabar con el mundo. Sin embargo, es real y honesto. No sabemos lo que el “no” esconde, pero ha sido directo, inquietante pero directo.
Los dos entrevistados hablan por sus jefes, tratan de esconderlos del desastre. Con todo, hay una gran distancia entre un ministro que lleva la procesión por dentro y que tiene que soportar las miradas entre burlonas y comprensivas de sus colegas, y la bravuconada de Saif El Islam, pero ambas nos muestran que ya no es sencillo hacer preguntas y esperar respuestas. Entre el exceso retórico del ministro y el “no” escueto del hijo del dictador tiene que haber un espacio para las repuestas honestas. ¿O es demasiado pedir?
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