Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿El caos? (Heya fawda, 2007) es el título de una película egipcia, dirigida por Yussef Chahine y Khaled Yussef, que vista a día de hoy nos ayuda a comprender ciertas cosas. La trama es sencilla y, como es tradicional en las películas de Yussef Chahine, tiene una doble lectura. Dos hombres están enamorados de la joven Nour, un joven funcionario incorruptible y un policía corrupto, odiado por todos y que ejerce un control despótico sobre el barrio. Hatem, el policía, no tiene reparos en practicar el soborno, la extorsión, la tortura o cualquier otra fórmula para mantener su poder y privilegios. Lo tiene casi todo…, menos el amor de Nour a la que acabará violando enloquecido por las negativas de ella a dejarse seducir. No es difícil ver en la obra una alegoría de un Egipto joven, rebelde, acosado, en manos de políticos y funcionarios corruptos, el viejo Egipto.
El presidente Mubarak acaba de declarar que a él le gustaría irse, pero que es el temor al caos lo que le hace, consciente de su deber, mantenerse al frente del gobierno y del estado. Volvemos a la idea del sacrificio por la patria, del deber del soldado y del cumplimiento del destino. Mubarak es un militar y su régimen es militar, si bien en un sentido torticero, un régimen que se reivindica a sí mismo por la necesidad de control del caos que él mismo genera. El corrupto policía Hatem, al igual que Mubarak, confunde sus prácticas intimidatorias con el mantenimiento del orden social. Las bolsas de pobreza, la frustración de amplias capas de la población han sido producidas por un régimen que lleva muchos años generando él mismo el caos.
El director alemán Fritz Lang anticipó en 1937 lo que sería la lógica del caos practicada desde el poder. El proyecto del Dr. Mabuse era lanzar a los criminales a la calle para sembrar el caos y la destrucción para poder hacerse con el poder. Su plan era generar “crímenes que no sean provechosos para nadie y cuya única meta sea extender el miedo y el terror. La última finalidad del crimen es conseguir que se imponga el dominio ilimitado del terror, un estado de completa inseguridad y anarquía que se base en los ideales destructivos de un mundo condenado a la decadencia. Cuando los hombres estén dominados por el terror del crimen, sumidos en el miedo y en el horror, el mundo débil e indefenso se hundirá en el caos” (El testamento del Dr. Mabuse, F. Lang, 1933). La Alemania nazi, por mano de su ministro Josef Goebbels, prohibió la obra de Lang por considerarla un manual de instrucciones para la práctica del terrorismo y que podría poner en peligro el orden público y la estabilidad del Estado. Si alguien practicó a fondo el terrorismo de estado, como sabemos, fue el nazismo. No fue el único.
El régimen de Mubarak lo está haciendo ahora, una vez más, como canto trágico de cisne. Siguiendo el manual “mabuse”, está generando el terror entre la población para producir la parálisis del miedo, aislando las comunicaciones y persiguiendo a sus objetivos hasta las salas de los hospitales. El acoso y la intimidación a los periodistas es siempre el preludio típico de la barbarie porque anticipa la necesidad de la ceguera y el silencio.
Los jefes de estado de Occidente se han dado cuenta tarde de que alentar una transición con Mubarak al frente era un error muy grave. Ha sido darle un balón de oxigeno para continuar. ¿Saben lo que podría hacer Mubarak de aquí a septiembre? Estamos viendo un pequeño ejemplo en las actuaciones de la policía de paisano contra los manifestantes. Lo peor es que el caos está justificando una posterior intervención del ejército, una intervención cuando haya suficiente caos en Egipto, como para que sea él quien controle el desarrollo futuro. Puede que Mubarak quede fuera de juego, pero no lo hará el ejército. Ojalá no sea así, pero es lo único que explica la extraña “neutralidad” que consiste en observar cómo se matan unos a otros.
La película de Chahine ponía el caos entre interrogaciones dándole un sentido de futuro a su película. Hatem, el policía corrupto, es atrapado por una masa de ciudadanos que le apalean. Son sus víctimas, las madres de los que están encerrados en las celdas de la comisaría, los tenderos a los que extorsiona, los vecinos a los que agrede… Hatem, entregado por la gente, se acaba suicidando después de disparar contra su rival por el amor de Nour. Un último tiro inútil, sobrante, una vez perdido todo. Hatem, el policía que cree que su autoritarismo es el freno del caos, y no su causa, muere en Egipto.
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