Los acontecimientos que se están produciendo en el mundo, no solo en el árabe, deberían hacernos reflexionar sobre nuestro concepto actual de liderazgo y sus consecuencias políticas y sociales. Espectáculos como los de Italia, los ofrecidos por algunos políticos franceses, la situación belga… empiezan a ser frecuentes. Ya sea por los escándalos que provocan con sus acciones personales, ya sea porque hacen enrojecer a sus propios ciudadanos con sus declaraciones públicas comprometiendo la dignidad de sus países, estamos asistiendo a una crisis del modelo de líder y liderazgo político.
Hasta el momento los líderes se han apoyado en un modelo comunicativo que está siendo modificado por el cambio producido por la aparición de los nuevos medios y las nuevas audiencias. Es aceptado que la aparición de la televisión supuso un cambio de modelo en las formas de liderazgo. Siempre se analiza el impacto de la televisión en el enfrentamiento Nixon-Kennedy. Desde ese momento, poco a poco, los políticos han sido seleccionados y diseñados para poder ser acercados a las opiniones públicas a través de los medios disponibles, los audiovisuales. En la prensa solo existe el discurso desnudo y hay que tener ideas; con los medios audiovisuales hay que seducir con la presencia y envolver con las palabras. El modelo requerido en ambos medios era muy diferente. Como consecuencia, el ascenso político de los asesores de imagen ha sido una constante en las últimas décadas. Son los que controlan las campañas y los espacios entre ellas. Con los medios audiovisuales, los políticos están en campaña permanente. Sin embargo, el modelo de líder basado en la telegenia y en la simpatía ha ido cambiando cuando la televisión entra en declive. El auge de los candidatos "simpáticos" no es más que el canto del cisne de un sistema en declive.
El cambio traído por los nuevos medios parece requerir un nuevo tipo de candidato político y forma de liderazgo. Se ha ponderado el buen uso que hicieron los asesores del presidente Obama de los nuevos medios y su forma de conectar con las redes sociales. Sin embargo, se percibe menos que ese nuevo modelo está ya lejos de la pasividad de los modelos audiovisuales que reducen la acción política a espectáculo con el político como artista principal. Las nuevas formas de comunicación exigen otro tipo de candidatos y, lo que es más importante, una nueva forma de responsabilidad. Si las redes sociales se caracterizan por algo es por la vigilancia permanente de sus políticos. Se equivocan los asesores —defienden sus empleos— si piensan que se puede controlar las redes sociales como se controlan los programas de televisión. Que se lo pregunten a Ben Ali y a Hosni Mubarak.
En las últimas dos décadas se ha hablado mucho sobre el concepto de democracia electrónica, pero esto va más allá del voto electrónico. Lo que se está formando es un nuevo diseño de un concepto que hasta el momento era más teórico que otra cosa, la idea de “opinión pública”. Considerado como una abstracción, está tomando cuerpo a través de las nuevas redes sociales. La respuesta inmediata, el control permanente de los políticos a través de foros o masivos reenvíos de mensajes no son más que algunos aspectos de lo que iremos viendo conforme la invertebrada opinión pública se transforme en una sociedad interconectada con redes densas.
El modelo de liderazgo político resultante tendrá que basarse menos en la telegenia que en el compromiso real con la sociedad que le elige y a la que representa. Necesitaremos menos políticos preocupados por el color de sus corbatas y sus efectos en las pantallas televisivas y más políticos capaces de argumentar y responder ante las nuevas situaciones. La presión social sobre ellos será mayor y constante. Esto nos traerá una necesidad de ejemplaridad política que irá más allá del telegénico concepto de “imagen”. Más allá de la imagen está el concepto que nunca debería haber abandonado la arena política: el prestigio, el resultado de la ejemplaridad de las acciones, del compromiso entra las palabras y los actos. Y el prestigio no es algo de lo que se puede vivir, sino algo que ha de acrecentarse cada día a través de las acciones realizadas.
Con la vertebración social que los nuevos medios permiten, la “opinión pública” se puede transformar en “oposición pública” en cuanto el político de turno se aleje de lo que prometió cumplir o actúe irresponsablemente creyendo que puede controlar su efecto mediático.
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