martes, 15 de febrero de 2011

Cambio de papel

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El proceso egipcio está siendo interpretado desde muy diversas perspectivas. Para algunos, la caída de Mubarak es la salida del escenario de un protagonista de la gran traición al mundo árabe. Según estos intérpretes, el Rais ha caído presionado por un pueblo que quiere romper sus alianzas con los Estados Unidos y unirse a la “causa palestina”. Para unos, pues, la senda es el antiamericanismo y volver al conflicto con Israel. Para otros, la nueva situación es el resultado de la presión islámica y el futuro es un estado islámico que se aleje de las prácticas carcelarias anteriores para con el mundo del “integrismo”. Como sabemos, la constitución de Egipto prohíbe la creación de partidos confesionales, incluyendo como es lógico a los Hermanos musulmanes y similares, aunque también, por el mismo motivo, podría hacerlo con un partido “copto”. En esta segunda interpretación, el movimiento sería hacia el confesionalismo frente al laicismo anterior. El resultado final sería la búsqueda de un gran estado islámico, como lo intentó infructuosamente Nasser con Siria al lanzarse a la breve aventura laica de la RAU (República Árabe Unida).

El problema de estas interpretaciones, demasiado precipitadas, es que no coinciden con la realidad que hemos estado viendo. Los movimientos no han sido ni antiamericanos, ni antisrael, ni prointegrismo. Por el contrario, lo que hemos visto simplemente es un pueblo harto de una dictadura ineficaz (las dictaduras eficaces son más resistentes), de un tratamiento infantilista del pueblo y de una corrupción galopante. La dictadura de Mubarak, su régimen en conjunto, languidecía ante la desesperación de un pueblo que ve cómo se le cercenan sus aspiraciones y se le limitan sus posibilidades de futuro. Es en el fracaso de Mubarak donde debemos encontrar las fuerzas que han motivado el deseo de cambio y, por tanto, el camino de sus aspiraciones.

Egipto -cada país árabe que se enfrente a la situación en la que muchos viven- está reivindicando una nueva forma de entender las relaciones entre sus ciudadanos, que están abocadas a la democracia por más que Occidente pueda manifestar reservas desde su incapacidad crónica para relacionarse con el mundo árabe. El nuevo paso que ha dado le arma de autoridad, que no de autoritarismo, para jugar un papel decisivo en el mundo árabe. Lo que en Egipto ocurre y Egipto hace siempre ha tenido un gran valor para el resto de los árabes. Su peso histórico es muy grande. Un Egipto democrático puede erigirse –y así debería suceder- en el garante de los acuerdos de paz, esta vez como interlocutor aceptado por unos y otros y no como un firmante bajo sospecha. Es más, pasado el tiempo, debería mutar su papel de garante por un papel más activo. Egipto no solo debería mantener acuerdos de paz sino ser agente principal en la solución pacífica y definitiva del conflicto. Sería su gran aportación al nuevo orden global.

A todos nos interesa un Egipto democrático. A los egipcios, que vivirán mejor; a los países árabes, que encontrarían interlocutor próximo para la resolución de conflictos; a Israel, que tiene que poder bajar la guardia con la seguridad de que los que le rodean no buscan necesariamente su destrucción y poder recuperar su deteriorada imagen exterior. Todo el mundo lleva décadas deseando que el conflicto palestino se solucione porque entendemos que es un condicionante del conjunto de las relaciones internacionales, que es un factor de distorsión y de desestabilización. Hasta el momento, Mubarak utilizó los acuerdos con USA como una forma de fortalecer su situación en el interior de Egipto y en la zona. Un Egipto nuevo tiene que convertirse en el líder, en el mediador principal en un conflicto que le afecta directamente. A él y a todos.

Cualquier país que sale de una dictadura tiene el derecho de buscar la paz y los demás el deber moral de acogerle como iguales. Si un país que busca la libertad solo recibe rechazo, recelo o desprecio, saca unas conclusiones bastante oscuras de lo que significan las relaciones internacionales y su valor. Occidente está jugado un papel muy gris en el movimiento que se está iniciando en los países árabes. Sus alianzas con dictadores y reyezuelos pasarán factura. Los dirigentes libres de estos países vendrán a visitarnos y nosotros deberemos hablarles de algo más que de lo ricos que somos, de nuestra capacidad de inversión, y de lo que nos molestan sus pateras.

La Historia nos ha reescrito los papeles y tenemos que estar a la altura de un cambio de gran profundidad y del que todos podemos salir beneficiados si somos capaces de perder nuestra visión parcial de la realidad. Hay muchos siglos de conflictos y malentendidos, de errores y cegueras. En un mundo global, somos cohabitantes y estamos abocados al entendimiento, pues en ello va la solución a muchos de los problemas que hemos de resolver juntos. No hay otra manera.



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