Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los pueblos de Túnez y Egipto se han puesto de nuevo en marcha. No están contentos con el ritmo y el resultado de las transformaciones que reclaman, las que ganaron a pulso y sangre en las calles de sus ciudades. La alegría se transforma en descontento y exigen más cambios y más rápidos. El goteo de arrestos de responsables y de medidas no satisface ni a egipcios ni a tunecinos y de nuevo reclaman lo que saben que han ganado. Pero el premio no acaba de llegar. Me dicen, sabemos que no es lo mismo que antes, pero… Pero, efectivamente, les sabe a poco. Cuando uno hace una revolución para sacudirse de encima a los dictadores pensamos que con ellos se van en sus maletas, además de fortunas millonarias, los males que causaron y las estructuras que los sostuvieron. Pero las maletas de los dictadores, aunque son grandes, no tienen espacio suficiente para llevárselo todo. Dejan muchas cosas en sus salidas precipitadas.
La preguntas es ¿cuándo acaban las revoluciones? ¿Cuándo pueden los pueblos sentarse a disfrutar de una normalidad con la que han soñado, diferente a la (a)normalidad en la que han vivido durante décadas? Evidentemente, todo cambio que no implique la destrucción de un régimen tiene una evolución y una velocidad. La cuestión es quién la dirige y hacia dónde se encamina. ¿Perciben los ciudadanos que el camino es el correcto y con la celeridad adecuada? Los ciudadanos no se fían de los restos de sus regímenes anteriores como líderes de los cambios. Aunque hayan salido los rostros principales de Túnez y Egipto, estos no son más que la punta del iceberg, son las maletas que tuvieron que dejar en tierra por exceso de equipaje. Y cambiar esto es siempre un proceso más lento, más de cribado. Supone la limpieza institucional, el saneamiento progresivo y constante de unos regímenes que controlaban el tejido social colocando sus piezas en todas partes.
Los militares han aceptado formalmente las reivindicaciones de los ciudadanos y, con ese compromiso, ellos se han retirado de las calles. Si tienen que volver a ellas, el panorama será muy diferente porque el ejército ya no será el tercero que garantizó el cambio, sino el opositor que lo dificulta. Si los ejércitos se ponen a negociar los cambios, malo para todos. Los verán como la otra parte. Su posición no puede ser otra que la garantía de lo que sus ciudadanos quieren y no negociar con ellos lo que pueden o no querer. Si interpreta ese papel, el ejército perderá la posibilidad de asumir un papel institucional moderno y una oportunidad de oro de cerrar un proceso modélico de cambio hacia el futuro normalizado en el mundo árabe. Si el ejército egipcio asume el papel de Mubarak, el pueblo lo verá como a Mubarak.
Los pueblos de Túnez y Egipto han demostrado una mayoría de edad, una madurez forjada durante años de dura represión. No necesitan ni quieren tener vidas tuteladas bajo el principio falso de su incapacidad. Han dado muestras de unidad y de anteponer los intereses generales del país. Quieren ser un país plural y democrático, sin tutelas internas o externas, y tienen todo el derecho a serlo.
Lo que estamos viendo estos días en el mundo árabe es una aceleración de la Historia, el salto de un tiempo a otro. En este salto, algunos se quedarán en el pasado; otros, por el contrario, llegarán a la orilla del futuro.
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