Joaquín Mª Aguirre (UCM)
“Ha sido un milagro”, me dicen mis amigos mientras lo celebramos. Sí, un milagro que reúne muchos milagros y, sobre todo, el resultado de un gigantesco acto de fe de todo un pueblo. En algunas de estas notas virtuales escribía que si alguien pensaba que los egipcios se iban a ir de la plaza es que no conocía a los egipcios. Ahora todo el mundo los conoce, saben lo que han conseguido, un milagro. “Si Mubarak es cabezota, nosotros lo somos más”, decía una joven hace unos días. Me gustó la frase porque implicaba la sencillez de la estrategia y la desfachatez de la inocencia. Porque lo que aquí ha triunfado ha sido sino la inocencia de la sencillez frente al estúpido barroquismo del rival: agentes infiltrados, conspiraciones internacionales, la inminencia del caos… Menos es más. Al final, lo que más temen los dictadores es que les miren a los ojos, que les pierdan el respeto.
“¡Joaquín, somos libres!”, me dicen. No, siempre lo habéis sido, pero la libertad con miedo sabe a poco, es un sabor que se pierde confundido con muchos otros. Nadie deja de ser libre. Tampoco se deja de ser libre porque te encadenen. La persona menos libre de Egipto era Hosni Mubarak porque no amaba la libertad. Su universo mental se regía por un destino que le guardaba una desagradable sorpresa al volver la última página de su novela heroica. Mubarak no va a sobrevivir a su propia biografía y, tras treinta años de “servicio”, descubrirá lo que sienten realmente por él y por lo que ha dejado. No hay ningún misterio en ello. Se recoge lo que se siembra.
Algunas de mis amigas se han colgado en la espalda unas fundas de plástico en las que han metido folios rotulados con la inscripción “Orgullosa de ser egipcias (y hoy mucho más)". Se pasean por un frio Madrid en esta noche de viernes luciendo su cartel a la espalda. Sí, están orgullosas. Muchos las miran sin entender porque agitan banderas y se abrazan en mitad de la Puerta del Sol. Es su particular versión local de la Plaza Tahrir presidida por el oso y el madroño. Me pasan una bandera. Se han comunicado con sus familias en Egipto y todos les han transmitido la alegría tras la decepción de ayer en la que veían los fantasmas de la sangre derramada. “¡Esta loco, está loco!”, me decían ayer. Sí, pero un loco que sabe que ha perdido. Y con él un régimen.
El saludo de homenaje militar destinado a los trescientos muertos es en realidad un saludo a los ochenta millones de egipcios a los que se rinden honores. En ese gesto está resumida la situación. Los vivos deben guardar la memoria de los muertos cuando estos han dado sus vidas por los vivos. Muchos han sacado su fuerza de resistencia orando en esos altares improvisados en plena Plaza
Y ahora El Cairo es una fiesta. Los cairotas besan el suelo sobre el que han resistido, el escenario principal de un duelo histórico, sorprendente y ejemplar. La clave era la resistencia, mirar a los ojos al dictador, al todopoderoso Mubarak y seguir y seguir y seguir. La revolución egipcia ha sido un ejemplo de muchas cosas para el mundo. Lo han resistido todo y ahora lo pueden celebrar. Ahora toca devolver generosamente, esparcir, el mismo impulso que los tunecinos les mandaban, aquel “¡resistid, resistid!” ante los televisores que mostraban la Plaza.
En la cena comenté que si Mubarak se había vuelto faraón, el pueblo egipcio se había vuelto pirámide. La estrategia estaba allí, ante ellos.
Madrid ha sido esta noche el escenario en el que unos cientos de egipcios y un puñado de celebrantes españoles nos hemos sentido partícipes de algo que durará mucho tiempo como una referencia. El presidente Obama ha dicho que estábamos ante la Historia. En Egipto se está siempre ante la Historia, pero esta vez hemos podido verla viva. Comenté con amigos el profundo desequilibrio bibliográfico existente entre el Antiguo Egipto y el moderno. Egipto es historia actual, ha recobrado el pulso y ha mandado al último faraón a la ciudad de los muertos.
Por suerte este mal remedo de faraón ha optado finalmente por tirar la toalla. Pero cuidado: Egipto seguirá siendo gobernado por el régimen militar que se instaló en 1952. Y si bien los jefes castrenses se han comprometido a encabezar una transición hacia la democracia –han tenido que hacerlo para asegurar que Estados Unidos continúe enviándoles la ayuda económica que tanto necesitan–, la tarea que han emprendido termina resultando un arma de doble filo para el sufrido pueblo egipcio.
ResponderEliminarDesgraciadamente para ellos, no se vislumbra como probable que el régimen militar, o su eventual sucesor, logre modificar el triste panorama que se ha agravado de resultas del caos de las semanas últimas. En mi país (como en tantos otros de América Latina) cuando los militares volvieron a sus cuarteles, se vieron sucedidos inmediatadamente por gobiernos legíitimos formados por partidos que, no obstante sus deficiencias (infinitas, dicho sea al pasar), habían calado hondamente en la sociedad. Si se exceptúan la Hermandad Musulmana y los restos vivos del oficialismo, creo que en Egipto los partidos políticos que existen distan de ser tan representativos como sus equivalentes latinoamericanos, por lo que tal vez los militares contarán con motivos razonables para querer postergar la convocatoria a elecciones libres. Si no lo hicieran con celeridad, no es difícil pensar que están resueltos a conservar el viejo orden autocrático.
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ResponderEliminarLa sociedad ha cogido tal fuerza y ha madurado políticamente tan rápido, asombrosamente rápido, que va s ser difícil pararlo. El ejército egipcio es una institución diferente a lo que ha sido en América Latina, en donde ha jugado un papel enfrentado a sus pueblos en muchas ocasiones. Es pronto, pero yo apuesto por una vía medianamente rápida porque ha sido ejemplar el comportamiento del pueblo y el ejército no ha llegado a mancharse de sangre. Creo que existe voluntad y sobre todo han esperado y saben lo que tendrían que hacer para parar esto.
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