Los dirigentes que escuchan las voces del destino y no la de sus pueblos son un peligro para todos. De eso trata, entre otras cosas, la que Enrik Ibsen consideraba su obra maestra, Emperador y galileo*. El drama doble, compuesto por dos largas partes de cinco actos cada una, no pudo ser representado nunca y solo hicieron una versión reducida como homenaje hacia el final de su vida. Ibsen la consideraba como su mejor trabajo, aunque fuera el único que lo pensaba.
La obra se centra en la figura de Juliano el apóstata y es un tratado práctico sobre algo que constituía una materia de gran interés en la época, la llamada Filosofía de la Historia. En síntesis, nos muestra la figura del emperador Juliano y su lucha por cumplir su destino. Han convencido a Juliano de que es el sucesor del gran emperador, de Alejandro Magno, y como tal heredero toma sus decisiones. La ironía que Ibsen nos muestra es que Juliano no resulta ser el continuador de Alejandro, sino el tercero de los grandes traidores necesarios para que el cristianismo finalmente triunfe: Caín y Judas. Juliano es el tercero necesario para que la Historia se cumpla como destino y el destino como Historia. Solo que él está completamente equivocado sobre su función.
Mubarak es un nuevo Juliano, alguien que cree estar cumpliendo un destino y puede que lo esté haciendo, pero en el sentido contrario. No ha traído la libertad a su pueblo de forma directa, sino que ha hecho que su pueblo tome conciencia de la libertad gracias al sentimiento de indignidad que ha provocado. No es el libertador, sino el que trae la exigencia de libertad. De esta forma, Mubarak pasa a engrosar la lista de los tiranos "necesarios" para que los pueblos valoren lo contrario de lo que ellos representan. El resultado final está cada día más cantado, aunque más complejo: “¡Venciste, Egipto!”.
* Henrik Ibsen (2006): Emperador y galileo. Encuentro, Madrid. Estudio introductorio de Joaquín Mª Aguirre.
Parece que sí, ¡se ha ido! Estarás celebrándolo, aunque sea virtualmente, con tus amigos...
ResponderEliminarUn abrazo.
Efectivamente, ese debe ser la única virtud que se le pude otorgar a Mubarak, haber hecho, sin quererlo, psicología inversa con "su pueblo", que de tanto oir aquello de "vosotros sois mis hijos", ha decidido que ni sus hijos ni los nadie. Ahora, convencer al mundo que ser un moderado de puertas para fuera no es más que un escaparate... Todo está casi hecho.
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