Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las señales de la situación egipcia van en todas direcciones y probablemente parezcan contradictorias porque lo sean. La cuestión es saber cuáles son las jugadas posibles y la dirección en la que se camina. Lo único cierto es que la situación es insólita, pero eso no quiere decir nada en Egipto. Desde el principio los egipcios se preguntaban “¿y si…?” Es normal que se avance entre temores, pero lo principal es que se avance. Y ese parece ser el sino egipcio. Las revoluciones parecen golpes de estado y los golpes de estado continuismo.
Los que temen que el ejército “se haga con el control” no deben olvidar que ya lo tenía. En última instancia se trataba de una partida de ajedrez entre… Y aquí es donde viene la duda: ¿entre Mubarak y el pueblo o entre Mubarak y el ejército? Lo que está claro es que quien ha salido perdiendo ha sido Mubarak. Las partidas no siempre tienen unos finales claros en todos los juegos. Hay juegos por tiempo y juegos por puntos. El fútbol puede acabar en empate; el tenis, no. Lo ocurrido en Egipto es más tenístico, creo yo. Eso significa que la partida sigue.
El ejército egipcio ha sido por omisión una pieza clave que esperó para saber el desarrollo de los acontecimientos hasta el mismo final. En la primera fase hizo de árbitro. Ahora toma protagonismo. Por definición, los ejércitos son conservadores. Lo importante es que asuma que la función ahora es mantener estable el camino para que se pueda desarrollar una transición organizada. Lo deseable sería estabilidad para trabajar en el camino correcto. Esto se podrá comprobar cuando se vea quién se puede sentar en la mesa de los diseñadores del futuro. El diseño del futuro pasa por los marcos constitucionales. La suspensión de la constitución actual plantea sus dudas, pero el objetivo era cambiarla, junto con Mubarak, que era su auténtico valedor por los cambios acumulados en sus mandatos. La suspensión constitucional puede entenderse como un signo del deseo de acabar con una era, replantear las reglas desde el inicio, o como una toma de poder. Creo que son ambas cosas y que, en el tiempo, se pasará de una a otra.
Lo importante del proceso egipcio es que lleve su ritmo y, sobre todo, la claridad de la dirección. Es esencial que el pueblo egipcio perciba que realmente se ha producido un cambio en la dirección que ellos reclamaban: libertad. Lo manifestaban en las calles cada día: quieren una democracia parlamentaria moderna en la que quepan todos. Las democracias tienden a suavizar los mensajes y las dictaduras a radicalizarlos. Es importante en la refundación de una república que esta se asiente con un grado elevado de ilusión y acuerdo. Antes de jugar hay que decidir cuál es el juego.
Ante los miedos que han acompañado cada uno de estos asombrosos dieciocho días, lo cierto es que se ha impuesto la lógica. Y la lógica, en política, nunca son principios abstractos, sino la conjunción de lo que hay con lo que se puede hacer. La claridad del mensaje enviado por el pueblo, debe ser la base de su futuro. E ignorarlo sería absurdo como futuro y absurdo como pasado. No se llega hasta ahí para volver hacia atrás.
Lo importante: es tal la madurez, el consenso y el sacrificio que ha mostrado el pueblo egipcio en estos días, que no existen argumentos de ningún tipo en contra de sus deseos que no se muestren absurdos. No han pedido la luna, como Calígula. Han pedido libertad, justicia y trabajo. La primera afecta a su dignidad; la segunda a su convivencia y la tercera a su bienestar. Tienen derecho a todo como cualquier pueblo del mundo, sin complejos, sin preocuparse demasiado por lo que otros opinen.
Sus ganas de emprender el futuro son muchas. Han limpiado sus calles y plazas, han levantado sus monumentos de homenaje a los caídos por todos, y ya están mirando hacia delante. Se han demostrado que han podido hacer lo que nadie creía posible. Egipto siempre ha sido el reino de lo imposible hecho realidad. Ahora todo está por venir, pero en sus manos.
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