Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Le preguntan a la Secretaria de Estado Hillary Clinton en la BBC: “¿Se puede controlar una democracia?” La pregunta es como uno de esos dibujos que, según se miran, nos muestran alternativamente caras distintas, las de una joven y una anciana. ¿Qué es controlar una democracia? ¿Se refieren a controlarla desde fuera, desde terceros países? ¿O se refieren quizás a poderla controlar desde dentro?
Las preguntas no son ociosas porque son las que están determinando las posiciones internacionales en el vendaval que sacude al mundo árabe y que nos afectará indudablemente. Si el sentido de la pregunta se refiere a si es preferible una dictadura interpuesta, la respuesta ya no tiene sentido. Si, por el contrario, la pregunta se refiere a las bases de la democracia, a los pueblos, la pregunta es absurda. Por definición, la democracia supone la capacidad de decisión propia y la independencia frente a la ajena. Los pueblos que poseen un sistema democrático se representan y controlan a sí mismos.
La pregunta a la Secretaria de Estado es una pregunta vieja, una pregunta maquiavélica en sentido estricto. Quizá debieran formulársela en términos políticamente incorrectos pero más precisos: ¿nos favorece dejar que decidan ellos mismos? La preocupación occidental sigue siendo la misma de siempre, ¿nos favorece o nos perjudica? Las condenas son más o menos airadas según el grado de proximidad e implicación con los países afectados. Cuantos menos intereses comprometidos existen, más rotunda es la condena. Con ningún país ha sido más rotundo Hillary Clinton que con Irán.
España va a tener una prueba de fuego con la situación de Marruecos, país que puede unirse próximamente a la corriente y cuyas manifestaciones ya han comenzado con fuerza. Tendremos que hacernos las mismas preguntas: ¿es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer? ¿A quiénes preferimos tener en nuestras puertas, a pueblos bajo regímenes sin libertades o a iguales, a pueblos que son capaces de controlar sus destinos aunque estos no nos gusten? A las dictaduras se las controla; con las democracias se dialoga.
El hijo de Muamar el Gadafi, Saif al Islam, impecablemente vestido, como un pulcro gestor de cualquier empresa, se dirige a través de la televisión oficial argelina a la nación. Lo hace calmado, tranquilo, con cierto grado de suficiencia y chulería, esgrimiendo su dedo índice hacia los que se encuentran al otro lado de las pantallas. Su padre le ha enviado a aplacar los ánimos, a advertir a la gente de lo que les puede ocurrir si no hacen caso a papá y se empeñan en su actitud belicosa y rebelde. De nuevo la amenaza del caos: No sois como los tunecinos, no sois como los egipcios. Sois pobres libios incapaces de gobernaros, manejados por potencias extranjeras, por países árabes que nos envidian y quieren dividirnos, y por medios de comunicación que mienten y os engañan…Sois tribus y clanes, no un pueblo… Y advierte: Mi padre no es como Ben Ali o Mubarak. Mientras dice esto, las calles de las ciudades libias están manchadas por las huellas del terror sembrado para crear el clima adecuado a la intervención del elegante hijo del dictador. La gente se está sublevando y nos dicen que han liberado la segunda ciudad del país, Bengasi, y piden ayuda al mundo para resistir.
La pregunta a Hillary Clinton —y a muchas otras personas al frente de países democráticos— quizá debiera ser “¿se debe controlar una dictadura?”
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