Una de los aspectos más interesantes del proceso egipcio es la sustitución de los líderes carismáticos por las comunidades carismáticas. Se insiste mucho en el papel de las redes sociales y es cierto, pero no se acaban de explicar sus consecuencias. No es solo una cuestión de comunicaciones, es algo más. Desde el siglo XIX, psicólogos como Gustave LeBon o el propio Sigmund Freud trataron de explicar el fenómeno de las masas, su comportamiento. Todos concluían que era un fenómeno regresivo respecto a la individualidad, un descenso de la racionalidad. La adhesión amorosa de las masas a sus líderes carismáticos era entendida como un fenómeno plenamente emocional. Las masas no pensaban, solo eran dirigidas. Y ahí es donde surge el líder carismático. El líder es quien piensa por ellas.
Lo que nos encontramos ahora es una forma de articulación de esas comunidades que pasan a estar dotadas de capacidad de pensamiento. Ya nos son fenómenos caóticos, sino fenómenos emergentes auto-organizados. Tienen su propia racionalidad asistida por la tecnología que les mantiene conectados e informados. El régimen de Mubarak ha tratado de sembrar la confusión mediante el rumor, el miedo y la desinformación. No lo ha conseguido. El pueblo egipcio, como conjunto, ha resultado tener una fortaleza psíquica con la que el régimen no contaba. Se ha equivocado en la estrategia y en las armas utilizadas.
Lo que estamos viendo hoy es el fenómeno de las comunidades carismáticas. Lo que comienza en Túnez es seguido por Egipto, Jordania, Yemen… Hasta Italia se ha lanzado a la calle a decirle a Berlusconi que “Italia no es un burdel”. Las comunidades carismáticas se siguen una a otras conectadas por las nuevas tecnologías. Ya no son solo los gobiernos los que llegan a acuerdos, son las comunidades las que se sincronizan en sus reivindicaciones y acciones. Como fenómenos emergentes, no necesitan líderes carismáticos: la noticia se suelta por la red y se produce la emergencia social. De pronto, están ahí.
Los líderes carismáticos han quedado atrás porque son líderes que se van disolviendo en el tiempo, que se van convirtiendo en gigantescos retratos que presiden salas de reuniones o estatuas en plazas céntricas. Tratan de compensar su falta de credibilidad con un exceso de representación. La revolución de los “militares libres” de los cincuenta se transformó en una dictadura burocrática inmovilista cuya única función era tratar de mantener el equilibrio mientras se desmoronaba por su ineficacia.
Los egipcios están mostrando que no se trata ya de buscar figuras a las que seguir ciegamente, que han tomado en sus manos sus decisiones. Nos dicen que los jóvenes de Alejandría y de muchos lugares de Egipto llevan en sus móviles la imagen del bloguero Jaled Said,* sacado por la policía de un cibercafé, torturado y abandonado en la calle para que una ambulancia lo llevara ya cadáver a algún hospital. Tenemos las emocionantes imágenes de la vuelta del ejecutivo de Google, Wael Ghoneim, desaparecido durante doce días, que se jugó la vida por poder mantener las convocatorias a través de su facebook. Ghoneim ha jugado un papel importante como creador de plataformas virtuales para la generación de las comunidades. Fue quien hizo la versión árabe de la página sobre el bloguero muerto “Todos somos Jaled Said” aglutínante de cientos de miles de personas. La plaza lo ha recibido emocionada. No es un líder y así lo ha comentado ante todos; él solo era una pieza de la red, un miembro de la comunidad. Cuando ha sido entrevistado por la NileTV, ha abandonado entre llantos el plató emocionado por el recuerdo de los muertos: “Ellos son los héroes, no yo”, ha dicho. Las imágenes, una a una, de los caídos por la liberación de su país han hecho que Wael Ghoneim estalle en lágrimas.
No logro imaginarme la misma situación con Mubarak: sentado en un plató viendo pasar una a una las fotos de las víctimas de su régimen.
* http://www.elpais.com/articulo/internacional/martir/revuelta/popular/elpepuint/20110209elpepiint_4/Tes
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