Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No se mueven. O si lo hacen, otro ocupa su lugar. O regresan después de hacer su trabajo para seguir. La Plaza Tahrir nos está mostrando un tipo insólito de duelo en la forma de hacer revoluciones. Hemos conocido revueltas de todo tipo, pero esta tienes unos matices muy distintos. No podía ser de otra forma en Egipto. Les enviaron policías uniformados y los rechazaron; les enviaron policías camuflados y los rechazaron; les enviaron tanques y se subieron y besaron a los soldados; les enviaron promesas y se rieron. Y hay que oír reírse a un egipcio. La joven que decía el otro día ante una cámara “Si Mubarak es cabezota, nosotros los somos más”, lo decía con una sonrisa. Hay que saber leer sonrisas para ver su determinación.
Los egipcios saben que han pasado de una primera a una segunda fase. Se muestran mucho más inteligentes y mejores estrategas que muchos dirigentes extranjeros y sus ilustrados gabinetes de expertos. Acostumbrados a prometerse cosas unos a otros, los políticos negocian. Pero la gente de la plaza, la de las calles, la de Alejandría, no quiere negociaciones; quieren que se vaya. Se puede decir más alto, pero no más claro. Game Over.
Como en cualquier juego que requiera de un conocimiento profundo del otro, es necesario mantener una estrategia. Creo que en esto, los egipcios juegan con ventaja: ellos conocen mejor a Mubarak que Mubarak a ellos. Llevan décadas observando sus reacciones, interpretando sus gestos, especulando sobre sus señales. Cuanto más retrasa su salida, más justificada está. Game over es game over. El régimen no lo quiere entender porque quiere ser quien controle la transición y presentar su derrota como una victoria. Los egipcios saben que si ceden en esto, mañana tendrán en sus televisiones y periódicos la noticia de que Mubarak ha sido quien ha traído la democracia a Egipto. Y por ahí no pasan. Los dictadores tienen estas cosas. Tienen tanto afán de protagonismo que se apuntan hasta sus caídas. Y Mubarak está cayendo; lleva quince días cayendo, intentando no abrir el paracaídas hasta el último momento.
Mubarak pide al pueblo (me resisto a decir su pueblo, porque no es suyo) que confíe en él cuando él no ha confiado en el pueblo. Porque ¿qué otra cosa es una dictadura sino la máxima desconfianza en el pueblo? Si la democracia es la confianza, la dictadura es su negación. Por eso, el pueblo egipcio confía en sí mismo y no confía en Mubarak. Pura reciprocidad. Nos dice el psiquiatra Carlos Castilla del Pino:
Desconfiar de alguien entraña ofenderlo en un eje básico para la interacción, el de su integridad moral. Desconfiar es poner en cuestión el núcleo sobre el que se sustenta toda relación. Por eso, si ha de mantenerse la relación con aquel de quien desconfiamos, tratamos de que no se traduzca ni en palabras ni en gestos (166)
Los dictadores se hartan de decir que confían en sus pueblos, pero practican lo contrario. Por eso las dictaduras, análogamente a lo que señala Castilla del Pino para la psique individual, suponen una gran ofensa para los pueblos y un largo e intenso aprendizaje sobre el poco valor que tienen sus palabras. Los negociadores quieren regresar a sus casas con muchas palabras, llenos de promesas. Los que están en las calles de Egipto manifestándose, ocupándolas, le deben a Mubarak el conocimiento del poco valor de su palabra. Que tu palabra y tu corazón no se separen, instaba un verso en el Antiguo Egipto**. ¿De qué sirve prometer elecciones cuando están hartos de ver elecciones trucadas? ¿De qué sirven las promesas de reformas constitucionales cuando estas han sido utilizadas en Egipto con profusión para recortar las libertades individuales y colectivas cuando le ha interesado a los gobernantes? Mientras ofrecen libertad siguen metiendo gente en la cárcel. En un exceso teatral insólito, el gobierno egipcio ha emitido un comunicado oficial de protesta ante Turkia quejándose de que el presidente Erdogan se meta en los asuntos internos de Egipto. ¿Delirio?
Aceptar entrar en ese juego es retroceder y ellos han ganado mucho terreno con esfuerzo y sacrificio. Esta todo muy claro. No son negociadores ni retóricos. Son fajadores, luchadores curtidos en recibir golpes, entrenados para llegar al final del combate resistiendo el dolor. Cada combate, cada golpe recibido en cada ataque, les ha enseñado que las palabras vienen lejos del corazón, como un último intento seductor cuando ya les ha fallado todo. El gigante está contra las cuerdas. Rota la confianza, recuperada su moral, los egipcios —visto el poco valor de palabras y gestos— no admiten más que hechos. Solo uno: la salida.
Game over.
* Carlos Castilla del Pino (2009): Conductas y actitudes. Tusquets, Barcelona.
** Henri Frankfort (1998): La religión del Antiguo Egipto. Laertes, Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.