martes, 12 de octubre de 2021

El atraco energético y sus consecuencias

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


La noticia del cierre temporal de una empresa siderúrgica en el País Vasco por ser incapaz de afrontar la subida de los precios de la electricidad es un importante aviso. El primero ya nos los dieron con la subida estratosférica de la inflación. Por si fuera poco, los medios ya han empezado una campaña de avisos de subidas prontas de otros sectores o de desabastecimiento inmediato en sectores como el de la juguetería. La economía española, compradora de todo y productora de bronceados en los chiringuitos tiene todas las papeletas para una inflación incontrolable y el cierre de todo aquello que no es asumible por los costes de la energía con el añadido de todo aquellos que la inflación dispare en una espiral inasumible por productores y consumidores.

Unas veces porque hay carencias de algo en Asia y las fábricas se quedan con los brazos cruzados unos meses, otras porque a esos turistas —que ahora empiezan a venir con ganas de sol tras los confinamientos— se les pasen esas ganas por las subidas en cadena de los precios, el destino económico es incierto. Y lo es tanto en la producción como en el consumo. Son demasiados condicionantes lo que pesan sobre cualquier acción o situación, demasiadas variables con movimientos extremos. Uno puede entender "subidas" conforme a los movimientos del mercado, pero no "estas subidas" y esos avisos de "expertos" que ven el mundo como inevitable y no aportan soluciones o, peor, no explican las causas, reservando su "sabiduría" a los vaticinios. Con ello se aumenta la sensación de manipulación y, sobre todo, algo que parece preocuparles a ellos por no a los consumidores: la oscuridad absoluta, por un lado, y, por otro, el convencimiento sumiso de que esto es inevitable, un designio divino. Si fuera así, sería el colapso del sistema.


La subida del precio de las energías (de todas ellas) es una especie de competición por quedarse con los ahorros realizados durante la pandemia. Se nos dicen que los bancos están empezando a cobrar todo tipo de comisiones a los clientes por los motivos más absurdos.

A lo que asistimos es al efecto depredador de los sectores básicos que acabarán matando a la gallina de los huevos de oro, que son los consumidores, incluida su vertiente ahorradora. Es una especie de competición suicida por quedarse con los restos del naufragio pandémico, una euforia depredadora en sectores hacia los que se nos empujó durante décadas de una forma u otra (la centralización de todos los servicios en los bancos, por ejemplo). De igual forma, el crecimiento de las empresas en sectores básicos, como es el energético, hacen que sean incontrolables, que tengan en sus manos el destino de las sociedades que confiaron en la promesa de la competencia pero se encuentran ahora con monopolios encubiertos que pactan entre ellos en un sistema que les protege.


Lo intolerable del asalto energético a las economías son sus amenazas directas al sistema, como han hecho las impresentables españolas. Las amenazas de "cerrar las nucleares" es un ejemplo de esa piratería institucional de quienes se saben protegidos por los gobiernos y liberados de responsabilidad social bajo unas filosofías de "mercado". La triste realidad es que cada vez que se plantean los problemas medio ambientales o de escasez, las empresas consiguen acabar manipulando estas circunstancias en su beneficio, es decir, explotación directa del consumidor, que no tiene una oferta real ante él sino unos monopolios sectoriales debidos a sus fusiones y a la capacidad de pactar entre ellas para no perjudicarse, asegurándose que los precios no bajan para el conjunto. Han sido ya algunas veces las que han sido sancionadas en Europa por pactar o abusar de su posición de privilegio.

Hay cosas que puedo comprar a diversos proveedores, pero otras en las que estoy atado. Una de ellas es la energía y más si se ponen de acuerdo para beneficiarse de los precios altos. La competencia deja de funcionar y se plantean un juego en el que ganar mucho más. Las amenazas contra los gobiernos son una muestra clara de su poder y desafío. Tras decir que no se beneficiaban, la bolsa les desmintió al tener una poderosa caída en la cotización cuando se les controlaron los beneficios. No hay mejor indicador "natural" que esta caída que ve un recorte de beneficios. Nadie quiere vender la energía "barata" cuando la pueden cobrar cara.



El problema son los costes sociales y políticos de esta operación de "vaciado" de las cuentas bancarias de los consumidores, a los que se les saca de los combustibles fósiles y se les lanza a otras energías "limpias". ¿Cuántas personas han abandonado sus coches de gasolina y se han comprado híbridos o directamente eléctricos? ¿Van a poder afrontar estas subidas o tendrán que hacer como la siderurgia vasca y dejarlo en casa? ¿Cuántos van a pasar del patinete eléctrico a la bicicleta?

La cuestión es delicada porque no afecta solo a España y nuestros gobiernos, encargados parece de darles "seguridades" por temor a alguna barrabasada de las empresas para demostrar su fuerza, estar por encima del bien y del mal, como creen estar. Si los ciudadanos perciben que los poderes públicos en sus diversos niveles son incapaces de protegerles el problema estará sembrado y regado por los llantos y protestas. Si en estos momentos el gasto energético es ya inasumible por la industria y el comercio, si los políticos nacionales dicen que no pueden frenarlo y pasan la patata caliente a Europa, las iras se dirigirán contra las instituciones europeas, beneficiando a populistas y secesionistas, inducidos por las fuerzas exteriores interesadas en sembrar el caos.

Insisto en ello: ninguna causa natural puede ser tan explosiva como para causar un alza de precios de esta categoría; sería claramente perceptible. De la misma manera que el atasco de un barco en el Canal de Suez puede explicar un alza momentánea por los retrasos de días en la llegada de suministros, debería verse una "causa" en el alza explosiva e instantánea de la energía y nadie la sabe explicar bien, lo que quiere decir que es una causa más oscura o una especie de carrera alcista en la que nadie quiere perder la oportunidad. 

La globalización permite crear este tipo de situaciones, si hay deseos de crearlas. Es como el que pisa la manguera que nos lleva el agua. No hay más azares que los justos en la economía. Esto, mientras no se nos muestre lo contario, no es una azar, sino un beneficio permitido por un sistema que no imaginó que la codicia llegaría hasta estos extremos. Nadie quiere quedarse atrás en un sistema diseñado para que todo esté vinculado. La misma invisibilidad de la "mano invisible" garantiza que tras ella hay un cuerpo y, probablemente, varios cerebros. La "mano invisible" ahora lleva un arma y nos mantiene con los brazos en alto.



Las campañas en los medios asegurándonos que los precios de la energía subirían hasta miles de euros el megavatio/hora es ya una forma de mentalizar para la aceptación hasta llegar a los límites en los que el sistema, la gallina, se derrumbe.

El problema es político; son las enormes consecuencias sociales que tendrán que asumir los estados ante el chantaje de las suministradoras de energía. Estamos viendo la cara criminal del capitalismo; la de los beneficios de la competencia desaparecen cuando el proceso se encamina a enorme oligopolios pactados para un "win-win" en el que quien siempre pierde es el consumidor, falto de defensas y ausente la voluntad política de enfrentarse a estas compañías que han situado durante décadas su peones en los gobiernos e instituciones públicas y que acogen igualmente a los políticos en sus consejos de administración como forma de defensa. Tenemos ejemplos cercanos.

Hasta ahora, los aires acondicionados se rindieron. Pero llega el invierno con su oscuridad y frío. ¿Hasta dónde se va disparar el atraco tarifario? ¿Cuántas empresas van a tener que cerrar ante la imposibilidad de rentabilizar sus negocios por la multiplicación de sus facturas telefónicas? Quieran o no, le guste a Europa o no, pronto tendrán que hacer algo porque el coste final de esos cierres recaerá sobre las arcas del estado, que tendrá que asumir los costes de despidos y cierres. Pero serán los ciudadanos los que, una vez despedidos, tampoco podrán afrontar los costes domésticos de la energía en sus propias casas.

Si los gobiernos siguen responsabilizando a Europa de no poder tomar medidas, el sentimiento antieuropeo crecerá, ya que se mostrará incapaz de proteger a sus ciudadanos y, peor, ser el garante del atraco energético, convertido en acto noble y necesario. El argumento de que las intervenciones dejan a los "inversores" en una situación de "inseguridad" e "incertidumbre" es auténticamente vergonzoso ante la realidad de que deja a los consumidores, personas e instituciones, en la ruina.

Cuanto antes se termine esta codicia disfrazada y descarada, este episodio vergonzoso de atraco energético, antes podrá iniciarse una situación de recuperación y confianza, algo que ahora es imposible en estas circunstancias de abuso y dependencia. Entre el abandono de las energías basadas en carbón y petróleo y el futuro de energías verdes sin desarrollar, todavía insuficientes, hemos creado un escenario confuso en el que solo hay una cosa cierta: la subida imparable y explosiva de la energía.

La energía es el límite del sistema, pero si tira demasiado se corre el riesgo de que el sistema tenga que modificar sus propios límites. Por ahora, otros límites, los de la paciencia ya están siendo desbordados con creces, por más que los medios intenten que nos pleguemos a algo que, dicen, es inevitable. ¿Se ha hecho el sistema tan complejo a globalizarse que no puede ser mantenido bajo control? De ser así, habrá que empezar a tomar decisiones que permitan hacerlo y evitar así este "caos" destructivo del sistema.




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