Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
noticia de que un joven ha entrado en un edificio de la Universidad del País
Vasco, en concreto la Facultad de Ciencia y Tecnología, debería preocuparnos
más allá de la satisfacción que en el ánimo del agresor no estaba —según
manifestó a sus asustados compañeros— hacer daño a nadie, sino que aquello "iba
con la Universidad" Nos alegramos porque no haya habido afectados, pero
nos preocupamos porque haya ocurrido el acontecimiento en sí, que alguien
llegue a un estado de irritación o desesperación —desconocemos el caso— como
para emprenderla a tiros con su propia facultad.
Cayó en
mis manos entre las lecturas veraniegas un obra de un catedrático de Psicología
de la Universidad de Granada sobre la "inteligencia emocional"*, un
tema muy tratado en estas décadas últimas para poder encajar en la realidad
todo lo que nos dejamos fuera en un concepto tan difuso como "inteligencia",
sometido a revisión constante y limpieza de los abusos acumulados. La obra
dedicaba unas pocas páginas a la situación de estrés de los docentes y cómo
este se acababa transmitiendo a los propios alumnos. Señala el autor
"[...] la investigación nos muestra que las emociones se contagian y que
maestros y estudiantes pasan muchas horas juntos, sobre todo en infantil y
primaria, por lo que es ingenuo pensar que las emociones de unos y otros no
terminarán interaccionando y afectando al clima emocional del aula y, luego,
del centro educativo y de la familia." Pudiera parecer que estos problemas
afectan solo a los niveles elementales y primarios de la educación, pero esto
no es más que una ilusión que tiende a considerar la enseñanza superior como
más racional. Como las enseñanzas medias coinciden con la adolescencia y esta
con cierta inestabilidad emocional, sentido de rebeldía, etc. parece que el
área de estudio son las primeras etapas de la enseñanza.
Sin
embargo, esto no es así y la cuestión va mucho más allá de los tradicionales
tópicos de la rebeldía juvenil o de cualquier otra circunstancia. El comentario
del profesor Fernández Berrocal sobre la enseñanza resalta:
Diferentes estudios han analizado la realidad
emocional de los docentes y cómo se sienten los maestros en su trabajo
cotidiano en la escuela. Cuando se les pide a los maestros que describan con
sus propias palabras las tres emociones más frecuentes que sienten en su
trabajo diario en la escuela, las más mencionadas son: frustrados, abrumados y
estresados. De las tres emociones, la frustración es con diferencia la emoción
más mencionada por los maestros. En cambio, si le pedimos a los maestros que
nos describan cómo les gustaría sentirse en la escuela, señalan estas otras
tres emociones: feliz, valorado y respaldado. Como se aprecia, el salto de las
emociones que sienten a diario a lo que les gustaría sentir es enorme.
Como consecuencia, según ha resaltado la
investigación, los docentes que sienten emociones desagradables de alta
intensidad como la frustración durante un tiempo prolongado sufrirán graves
consecuencias negativas con altos niveles de estrés, una peor salud física,
problemas psicológicos como depresión, ansiedad, trastornos del sueño y falta
de concentración. Todo ello puede desencadenar, a su vez, un bajo rendimiento
laboral, mayor absentismo y bajas laborales, mayor rotación e, incluso, un bajo
rendimiento de sus alumnos.
De la investigación se desprende claramente
que la docencia es una de las profesiones más complicadas y estresantes, y que
los docentes necesitan de múltiples recursos tanto personales como
instrumentales para luchar contra el burnout
(síndrome de estar quemado) y el estrés diario en las aulas. No obstante,
estudios recientes nos muestran que este agotamiento docente no solo implica
graves consecuencias para los propios maestros, sino también para sus
estudiantes.*
Hay una
cierta perspectiva "descendente" en esta visión del sistema educativo.
Los flujos de frustración, etc. van de los docentes a los estudiantes. Pero
esto contradice el mismo espíritu "sistémico" que se pregona en el
texto. En realidad es mucho más grave porque lo que se provocan son continuas
interacciones entre todos los agentes en contacto en el subsistema respecto a
otros más amplios. Los docentes no son solo docentes, pertenecen a otros grupos
que también padecen sus propias crisis; los estudiantes son miembros, a su vez,
de familias que forman parte de sus propias crisis, por ejemplo, de tipo
laboral. Lo que esto significa es que la preocupación debe ir mucho más allá de
pensar si los profesores y profesoras van a evaluar incorrectamente unos
exámenes o trabajos del alumnado al estar bajo esas situaciones de estrés que
les provoca frustración, estar quemados y abrumados. Quiere decir que todo el
estrés social acabará expresándose a su manera en los distintos ambientes, entre
ellos el educativo, especialmente sensible por sus propias características y la
personalidad de los intervinientes. Significa pues que la sobrecarga de estrés,
frustración y desbordamiento no solo afecta al profesorado, sino que es general
y acumulado.
El
joven que ha cogido una escopeta de cartuchos y ha disparado contra los
cristales de su Facultad es una muestra de que los límites de los problemas son
mucho más permeables de lo que pensamos. Este joven ha disparado contra
cristales, sin querer hacer daño; en otros países, como sabemos, no son tan
delicados y tratan de hacer el mayor daño posible, traducido en muertes. La ira
ya no va contra los edificios sino contra las personas.
No
tenemos unos estudios —al menos que yo sepa— que reflejen de forma sistémica el
estado emocional de nuestros subsistemas educativos, de la guardería a los
doctorados. Nos hemos engañado a nosotros mismos en busca de una
"excelencia" que encubre el alto nivel de estrés y destrozo emocional
que causa. De vez en cuando tenemos noticias que llegan de fuera de cómo, por
ejemplo, los exámenes de exámenes de selectividad en China crean tensiones
familiares y personales terribles en los estudiantes, dado su nivel de
exigencia. Sabemos que ha habido en Japón un movimiento de rechazo de la
competitividad, construido en la columna vertebral del sistema, en donde los
estudiantes anteponen la salud mental al desequilibrio emocional que les
provoca, a la ansiedad que eles genera el sistema. Sabemos, aunque los motivos
queden en la oscuridad, que los suicidios en edades juveniles son ya la primera
causa de muertes. El titular de finales del mes de julio del Heraldo no deja
muchas dudas "El suicidio se convierte en la primera causa de muerte entre
los jóvenes".
Sin
embargo, las causas se señalan desde el exterior:
Es cierto que por ahora no se tienen números
oficiales, pero la percepción entre los jefes de servicio de psiquiatría de los
hospitales es que durante los últimos meses las urgencias en este campo se han
disparado. De acuerdo con la Asociación Española de Pediatría (AEP), este tipo
de atención en menores se ha duplicado desde el inicio de la pandemia, lo que
se ha traducido en un agravamiento de los trastornos de conducta alimentaria y
un aumento de los casos de ansiedad, alteraciones obsesivo-compulsivas,
depresión, autolesiones e intentos de suicido en adolescentes.
La Sociedad de Psiquiatría Infantil (SPI) de
la organización de pediatras argumenta que la avalancha de noticias negativas,
unida a los ritmos irregulares del sueño, menoscaba la salud mental de los
menores. ¿Qué está ocurriendo para que se produzca este deterioro de la salud
mental a edades tan tempranas? La creciente incertidumbre económica, la falta
de expectativas y el desempleo rampante abonan el terreno de la precariedad. En
esta tesitura, la emancipación se antoja imposible.**
La
pandemia, la crisis económicas, la vivienda, el empleo, etc. todo se suma en la mente y produce esos
estados. ¿En qué medida contribuye el propio sistema educativo, en los
diferentes niveles, a aumentar esa sensación que se manifiesta de muchas formas?
El aumento de la violencia es un hecho que constatamos cada fin de semana. La pandemia ha puesto en evidencia algo que se ha tenido delante sin tomar más que medidas superficiales y en función de las "molestias causadas". Ese comportamiento tiene un origen que hay que investigar en sus raíces.
Mi preocupación es el proceso de conversión del sistema educativo en un generador de estrés añadido en todos los niveles y sectores. La educación se ha ido deshumanizando y convirtiendo al profesorado en miembro de un sistema estresante de vigilancia, tanto vertical como horizontal. La misma precariedad que provoca es aprovechada para aumentar el nivel de vigilancia. Y todo esto se acaba, como señalaba el profesor Fernández-Berrocal, transmitiendo como una presión más al alumnado, algo que se suma a las añadidas.
La
conversión del sistema educativo en un sistema de exigencia y vigilancia
destruye sus posibilidades positivas de reequilibrar el estado de los
participantes. Aprender debería ser gratificante, un sistema dialogado en el
que el estudiante percibiera que se está allí de su lado y no que tiene un
vigilante y juez permanentemente junto a él o ella. Hemos creído que
deshumanizando las relaciones educativas aumentábamos su
"eficiencia", olvidando que tratamos con personas y que no somos
máquinas evaluadoras de las personas. Este sistema de vigilancia y fusta no
hace sino crear enormes bolsas de estrés y frustración. En España tenemos
cifras récord de abandono escolar y de fracaso. De igual forma, el absentismo y
el abandono en los niveles universitarios es muy elevado, aunque las cifras
circulan mucho menos.
Pero la
triste realidad es que la conversión del sistema educativo en un sistema de
vigilancia tiene unas consecuencias graves. En mi experiencia como docente he
visto de todo en nombre de una supuesta "eficiencia" educativa. Nos
quieren convertir en máquinas de juzgar y la enseñanza, por el contrario, es
una vocación de compartir y ayudar. Dejemos esa frialdad dañina para las
máquinas, aunque estas están siendo ya diseñadas para ser "amigables"
(friendly), algo que se le prohíbe al
profesorado al desconectarle del alumno y convertirlo en "terminal" del sistema evaluador.
Vigilancia,
control, informe, aumento de la burocracia fiscal, desarrollo de sistemas
evaluadores "objetivos", etc. son indicadores de esa deshumanización
disfrazad de "modernidad eficiente" pero que no crea nada nuevo, solo
lo "correcto estandarizado" como garantía del propio sistema.
Los resultados están ahí: abandono, estrés, frustración, ira... No sé muy bien cuáles han sido los motivos para esos disparos en la Universidad del País Vasco, pero sí sé que es algo significativo. Hay muchos actos cada día que tienen un valor simbólico equivalente mostrando rabia y frustración.
Por lo que veo y escucho cada, hay una enorme
frustración en el mundo educativo, por ambas partes, alumnado y profesorado. Hay que tratar de rehumanizar la enseñanza,
hacer ver que aprender es una actividad, para unos y otros, positiva, generosa, gratificante, fuente de crecimiento. Los que solo quieren ver una construcción artificial de control y poder sobre otros van ganando por ahora la batalla.
Hay que repensar nuestro trabajo y, sobre todo, crear las condiciones para que sea lo que debe ser, humano, algo que hace tiempo ha dejado de ser.
* Pablo Fernández-Berrocal (2018) Inteligencia emocional. Aprender a gestionar las emociones. Ed. Salvat.
** Antonio Paniagua "El suicidio se convierte en la primera causa de muerte entre los jóvenes" Heraldo 25/07/2021 https://www.heraldo.es/noticias/nacional/2021/07/25/el-suicidio-se-convierte-en-la-primera-causa-de-muerte-entre-los-jovenes-1508739.html
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