viernes, 8 de octubre de 2021

La crisis democrática

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Lo que ocurre en Estados Unidos acaba influyendo en el mundo de una forma u otra, como acción imitativa o como reacción. Puede que haya resistencia y no triunfe, pero el hecho de ser el escaparate del mundo asegura que lo que algunos ven en la gran pantalla norteamericana se acabe imitando, adaptando e intentando en muchos otros lugares.

¿Ha llegado a un fin de ciclo la democracia moderna? ¿Está acabado el modelo democrático representativo y parlamentario y nos dirigimos hacia otro rumbo, más autoritario, más insolidario y egoísta? ¿Ha empezado a declinar en los países más avanzados sin llegar a ser más que una aspiración en muchos otros lugares, sin llegar a concretarse? ¿Fallamos en la selección de los líderes eligiendo a aquellos que se burlan de la democracia?



Es evidente que una democracia sin valores democráticos no puede funcionar demasiado bien. Con unos ciudadanos centrados en sí mismo y con poca participación, con una maquinaria de presión psicológica a través de los nuevos medios de comunicación —mucho más acosadores— y el trazado de perfiles individuales de los votantes, con líderes construidos a golpe de encuesta y asesores de imagen, sin principios de respeto al resto del sistema, es difícil que el sistema se sostenga. Por cada libro publicado sobre los valores democráticos, hay cien sobre cómo subvertirlos, manipularlos o ignorarlos. Desde la Psicología, la Sociología, el marketing, la Comunicación se nos dan consejos para hacernos con la voluntad de los votantes, cómo manipularlos para conseguir los objetivos. La mentira se ha convertido en un arte aceptado y cualquier camino es bueno si sirve para hacerse con un puñado más de votos. Las cuestiones que deben ser comunes se constituyen en objeto de reyerta y apropiación partidista y se busca la forma de polarizar a la opinión pública para conseguir una mayor fidelidad. La democracia deja de servir de unión y se transforma en espacio y tiempo de confrontación. Demasiados líderes sin ideas, rodeados de asesores conectados a analistas de datos que toman el pulso diario a la opinión pública; demasiados líderes que dicen lo contrario de lo que decían en la oposición o en el gobierno.



Estados Unidos se debate ante una cuestión esencial: cómo hacer que Donald Trump pague por todo lo que está saliendo sobre sus maniobras para evitar salir del poder. La continua salida a la luz de información sobre lo ocurrido antes del asalto al Capitolio en el 6 de enero deja al descubierto el desprecio a la democracia en la Primera Democracia mundial, en el país cuyo argumento principal era de carácter moral en sus acciones y situaciones. La democracia por la que los norteamericanos dan gracias a Dios parece haberla cargado el Diablo.


En la CNN, Stephen Collinson se pregunta sobre cómo conseguir que Trump pague por lo que ha hecho, que sea responsable ante los ojos de los norteamericanos: 

Accountability is critical for multiple reasons. The Capitol insurrection and Trump's multiple attempts to subvert the election, in Washington and in the states, rank as the worst assault on the US electoral system in history. Inflicting a price for such behavior is vital to stop such abuses from happening again, and potentially could include new laws to bolster faith in elections. Recent escalations of Trump's attacks on bedrock democratic values and signals that he is planning a new White House bid prove that his threat to democratic governance is far from elapsed and is getting worse.

The January 6 committee's role is important in establishing a contemporary and historical record of what happened that day and Trump's culpability amid efforts by his media propagandists and political allies to whitewash the truth and downplay an outrageous assault on the epicenter of US democracy.*


Las palabras de Collinson no son una exageración. Lo sorprendente es el hecho de su simple manifestación pública en el contexto en el que se hace y su alcance. No se trata solo de una personalidad como la de Trump, narcisista y agresiva, ignorante de todo lo que no sea él, incapaz de sentir responsabilidad por el deterioro del sistema. Esto es mucho más: es un entramado que afecta al partido republicano, a medios de comunicación, a instancias administrativas y económicas, más lo que pueda ir saliendo conforme se avanza. Pero todo esto es algo diferente al problema esencial que se plantea: la responsabilidad. Como señala Collinson, la sensación de impunidad de Trump, haber sido exonerado por dos veces gracias a las matemáticas, teniendo todos clara su culpabilidad en los hechos, es el mayor riesgo de la democracia. Si las instituciones de la democracia no protegen al ciudadano sino al gobernante inmoral e irresponsable, algo falla.

La historia está llena de gobernantes delincuentes. La fortaleza de un sistema es precisamente poder exigirles responsabilidades. El sistema es fuerte si es ejemplar, si logra que quien haya actuado mal sea responsable. Lo insólito del caso norteamericano y lo más preocupante es que pese a saberse, hay millones de personas que siguen creyendo a Trump, sigue pensando que el presidente Biden es un usurpador; hay un partido que sigue defendiendo a los delincuentes a sabiendas que lo son y, lo peor, están de nuevo en la antesala de poder dispuestos a repetir. Lo malo es que esa elección, ya sin engaños o suposiciones, sería la sentencia de muerte de la democracia norteamericana y el peor mal ejemplo para el mundo.



Trump tuvo imitadores por todo el mundo durante su mandato, pudo abrazar dictadores y amenazar a los países que no le secundaban sus maniobras imperiales, si vuelve al poder los efectos serán desastrosos.

Es urgente una recuperación de los principios democráticos en todo el mundo. Para ello es fundamental que en este mundo egoísta, elevado sobre tiranías de votos, se vuelva a plantear la idea del bien común. La idea de "mercado", con sus luchas, rivalidades y competencias, se ha asimilado con la de ciudadanía. Ya no nos juntamos para ser más fuertes y solidarios; se nos junta para competir, para consumir y para manipularnos. Se ha impuesto ese principio de mercadeo donde solo se busca beneficio —político, económico...— y se eliminan los valores comunes que se opongan a ellos.

Hacen falta valores democráticos que nos unan y no más discursos que nos enfrenten polarizándonos para conseguir el poder. La democracia conlleva la diversidad de opiniones, pero alentadas por el fin de la construcción común y no el permanente distanciamiento enfrentado para tener cada cual su propio nicho electoral. 

Necesitamos más honestidad, más sinceridad, más voluntad de servicio y una mayor empatía social.  Lo que ocurrió en el Capitolio el 6 de enero de 2021 es una marca en el camino de la democracia moderna. No sabemos si es un stop, un ceda el paso o un camino cerrado, sin salida.


* Stephen Collinson "January 6 investigation confronts a perennial dilemma -- how to hold Trump accountable" CNN 8/10/2021 https://edition.cnn.com/2021/10/08/politics/donald-trump-senate-judiciary-committee-report-january-6-investigation/index.html

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