Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuando
estos fenómenos ocurren, se moviliza todo un ejército de especialistas en ese
campo, gente capaz de explicarnos lo que ha sucedido y, si es posible, lo que
puede ocurrir.
Los dos
casos más recientes son la pandemia del COVID-19 y, en estas dos últimas
semanas, la explosión del volcán de la isla de La Palma. En ambos caso, son dos
fenómenos de la naturaleza, que nos muestra un lado desconocido o semi
desconocido del que necesitamos saber más para poder entenderlo.
¡Cuánto
hemos aprendido sobre los virus con la epidemia! Lo que no sabíamos sobre el
mundo de los virus nos ha llegado a través de fuentes diversas, especialistas
sobre todo, que han tratado de ayudarnos a comprender el funcionamiento de la
vida en sus registros más básicos. Hemos aprendido mucho, aunque no siempre
bien o lo suficiente. Como elemento que está en parte en nuestras manos, en la
información se ha mezclado la realidad y el deseo, por citar al poeta. Lo que
ocurre y lo que deseamos que no ocurriera. Hemos visto que esta extensa
situación tiene, como era de esperar, múltiples focos de intereses y
conflictos. Hemos visto su incidencia no solo en la salud, sino en la economía,
en los sectores sensibles de cada país. Hemos comprendido el carácter
sistémico, que todo está relacionado, que todo afecta a todo. Otra cosa es que
sigamos con nuestro punto de vista particular analizando las situaciones. Pero
el esfuerzo de comprensión y explicación, la misma autocrítica de algunos
medios, ha hecho que podamos comprender parte de lo que se nos dice por parte
de los expertos.
El caso
del volcán en La Palma es muy distinto. Lo es desde su propia escenografía.
Donde tenemos lo intuitivo del coronavirus, su representación a través de los
efectos en terceros, de camas de UCI, de hombros pinchados, de cementerios, de
abrazos interrumpidos, etc., en el caso del volcán la situación varía mucho.
El
volcán es visible, se escucha y se sienten sus vibraciones en cada explosión,
en cada terremoto y sus réplicas. Cuando comenzó, primaron sus aspectos de
espectáculo natural, incluso alguna ministra se permitió el lujo de decir que
sería beneficioso para el turismo, una frivolidad que le fue reprochada desde
todas partes. El dolor y la destrucción no debe ser espectáculo.
Sin
embargo, el volcán se ha convertido en centro informativo destacado, día a día,
minuto a minuto. Donde el coronavirus ya solo nos ofrece cifras y estadísticas
de los casos, el volcán nos permite sentir la naturaleza, su poder destructivo,
su indiferencia, en primer término.
La
tecnología hace mucho, en especial, las posibilidades que nos ofrecen los
drones para la filmación desde el centro mismo. Un volcán ya no es una columna
de humos, sino una apertura al interior de la tierra. Estamos pudiendo
comprender su fuerza desatada, comprobando cómo se lleva por delante las
realidades y los sueños de miles de personas.
La
corrección del dramatismo melodramático a la información cercana a los focos, a
los efectos, a los que llevan el día a día de la situación tiene una enorme
capacidad de transmisión y movilización, que es parte del resultado.
Si
hemos aprendido economía con las crisis económicas, biología con las pandemias,
ahora estamos aprendiendo en directo, gracias al papel de muchos científicos
que se han desplazado allí, sobre cómo funciona este mundo de la tierra y sobre
qué estamos asentados, sobre lo pequeños que somos en comparación con el poder
destructor y, a la vez, creador de la Tierra.
Hemos
asistido, junto al dolor de muchos, a la explicación detallada de qué está
ocurriendo. Algunas cadenas conectan en sus telediarios, pero otras —como
Antena3— están haciendo un auténtico despliegue informativo, situándose en
sitios estratégicos y haciendo del volcán su centro.
De esta manera comprendemos los dos lados, el humano y el natural, que se da sobre ese estrecho espacio isleño, lugar dramático por el choque no lo que no podemos controlar, como es la fuerza de la tierra.
Aprendemos,
además, sobre algo que no aprendemos bien: a la modestia de la Ciencia, a su
carácter limitado frente a los cambios, a lo dinámico de la evolución de estos
fenómenos. Comprendemos el papel de la reunión de datos para frenar la
incertidumbre que supone un fenómeno del que apenas sabemos nada, pero del que
aprendemos cada día un poco más.
Las cadenas televisivas empezaron a poner películas sobre epidemias y contagios, en un intento de rentabilizar el interés. Lo mismo está ocurriendo con el volcán, que nos trae a la parrilla de las programaciones películas con volcanes que arrasan poblaciones enteras.
Pero la
contemplación de la naturaleza en directo, hora a hora, la explicación de los
que va ocurriendo hora a hora, la interpretación de los signos que nos ofrecen
forma parte de una nueva forma de conocimiento en directo que es enormemente
positiva cuando se hace bien.
Drones, realidad aumentada, etc. han logrado elevar a una nueva dimensión lo que es la presentación de este tipo de informaciones. Una mezcla de información directa y explicación didáctica que trata de llevar a los espectadores más allá de las meras emociones. Si esto se ha conseguido, será un gran logro mediático, una huida de la banalización, un riesgo constante.
Nada sabíamos antes de "fajanas", de volcanes estrombolianos o hawaianos, de los tipos de magmas, del nombre conforme a su tamaño de las rocas expulsadas... Muchas veces, los informativos, cuando cuentan con buenos profesionales, no solo nos dan cuenta de lo que ocurre sino que ofrecen algo que había desaparecido de la mayoría de las cadenas, la información científica.
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