Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mientras
el Premio Nobel de la Paz acaba de ser concedido a dos periodistas —a Maria
Ressa (por hacer frente al régimen dictatorial de Rodrigo Duterte en Filipinas)
y a Dmitry Muratov, por su crítica al poder en Rusia frente a los blanqueos
informativo de Putin—, el mundo se debate frente a la idea destructiva de
"desinformación". Lo que hasta hace poco parecía una verruga se ha
ido convirtiendo en un auténtico cáncer en nuestra vida personal y social.
Ayer lo
incluíamos en la crisis de la democracia. La distinción entre información y
propaganda se ha ido decantando, más allá de la semántica, por la vía de los
números hacía la segunda con su efecto manipulador sobre la opinión pública. La
solución de la dictaduras ya no es el "silencio", sino la
desinformación, el flujo constante que nos hace ver el mundo de una determinada
manera ante la incapacidad de poder determinar por nosotros mismos la veracidad
de lo que se nos cuenta.
Por eso
han proliferado los "fact check", los grupos que desde los medios u
otras instituciones tratan de indagar en todo aquellos que busca cambiar
nuestra forma de pensar desde las mentiras. Si filósofos, teólogos y hasta
artistas habían hablando de las aspiraciones del ser humano hacia la
"verdad", la comprobación de los hechos de cada día nos muestran
justo la aspiración contraria: la verdad es lo que queremos creer y, una vez
descubierto, hay quienes nos lo ofrecen con enormes dosis de intensidad y
realismo,
Hoy hay
repartidas por todo el globo grupos y empresas dedicadas a estudiar nuestras
debilidades y deseos para poder alimentarnos de forma eficaz con la
desinformación. Es lo que se enseña en la mitad de las clases de la mitad de las
facultades de comunicación en todo mundo. Lo llaman "comunicación
eficiente", parte del neuromárketing o de otras maneras técnicas, pero la
realidad tras el nombre es la misma.
Los
mayores beneficiarios son empresas (que manipulan a sus posibles consumidores o
usuarios) y los sistemas políticos que controlan así a sus seguidores mientras
que atacan a sus detractores o rivales mediante bulos o difamaciones. No sé si
causó mucha sorpresa, por ejemplo, que la anterior directiva del Barcelona
dedicara, como aireó la prensa, un dinero para contratar a una empresa
destinada a desprestigiar a una serie de jugadores de su plantilla, conocido
periodísticamente como el "Barçagate". Ahora pensemos en qué forma de
pensar se ha implantado en el mundo para que llegue a un escenario de este
tipo; pensemos en las rivalidades entre grandes compañía o en la política tanto
nacional (partidos enfrentados) como internacional (guerras como las
comerciales contra Huawei, por ejemplo, por el control mundial de la telefonía,
lo ocurrido con el coronavirus, etc.).
La
desinformación es hoy una auténtica lacra. Dicen los medios que es el primer
Nobel de la Paz que se concede a periodistas desde que en 1935 "(...) el alemán Carl von Ossietzky lo
lograra por revelar el programa secreto de rearme de su país previo a la
Segunda Guerra Mundial."*
Parece que tienen que darse circunstancias muy graves para que se reconozca al
verdadero Periodismo el papel que juega en el mundo al lado de la libertad de
expresión y frente a la manipulación autoritaria de la información.
La
desinformación es un fenómeno mundial porque la comunicación se ha hecho un
fenómeno global. Con su expansión se han creado las condiciones perfectas para
que la desinformación sea rentable. Es difícil de controlar porque en una
sociedad de velocidad casi instantánea, solo te queda la opción de
"desmentir" y pocas posibilidades de "prevenir". Es decir,
cuando quieres actuar, el mal ya está hecho, la desinformación se ha expandido
por todo el mundo. Los es porque tiene sus reductos y su financiación; muchas
veces es una negocio, una empresa, que se ampara en sus privilegios.
En la
CNN, Sheldon Himelfarb (CEO del PeaceTech Lab en US Institute of Peace y Philip
N. Howard (director del Oxford University's Programme on Democracy and
Technology) analizan el peso creciente de la desinformación y la mala
información. El artículo va acompañado de una explicación de la cadena:
This is the first in an occasional series of
CNN Opinion pieces illuminating the damage caused by misinformation and
disinformation and exploring potential solutions.
Misinformation, which refers generally to
spreadable falsehoods, and its more craven counterpart, disinformation
--misinformation circulated to serve a political goal -- have poisoned
America's politics and its communities. They have empowered denial of the
results of the 2020 elections along with the Covid-19 vaccine resistance -- a
factor in the pandemic that has sickened millions and killed nearly 700,000
Americans -- and have been weaponized to obscure the pathways forward to
address crucial problems, like the climate crisis.
America's social fabric is built on freedom,
individualism and autonomy -- and each has been twisted to fuel the spread of
falsehoods.**
Estas líneas introductorias al problema son muy "americanas", por un lado, y también "conceptuales", como en la distinción entre el objeto de las falsedades circulantes según sus objetivos. Pero en la realidad, toda mentira, falsedad, bulo, etc. forma parte de un aprendizaje sobre la credibilidad. Aprendemos a aceptar sin crítica o condiciones; clasificamos las "fuentes" de información desde el lado sentimental, por lo que aceptamos aquellas que se ajustan a nuestros gustos y preferencias, ya sean político, deportivos, alimenticos o de cualquier otro tipo. En lo profundo de nuestra mente está aquello que nos resulta gratificante y por ello lo aceptamos.
Las líneas finales son una demostración de cierta "ingenuidad", ya que se parte de la creencia inocente en la verdad como motor de los Estados Unidos, solo perturbada por ese desvío de la pureza presupuesta. Es el "regreso de la verdad" prometido por Biden y ya desmentido con los hechos. "Mentir" sería, en este sentido propuesto, "antiamericano" más que "antidemocrático"; la identidad que se establece entre "democracia" y "Estados Unidos" hace el resto. Pero el hecho cierto, como se ve en el propio artículo, es que las llamadas inicialmente por Al Gore, "Superautopistas de la Información" y que hoy llamamos "Internet", "Cyberespeacio" o "redes sociales" son esencialmente estadounidenses, controladas por sus empresas y sometidas a sus normas; gran parte de los problemas se producen por sus propias políticas y, especialmente, por los intereses comerciales de sus propias compañías. La facilidad para el espionaje por todo el mundo por parte de quien controla la base de las redes es un hecho y las compañías como Google, Facebook o Twitter se han plegado en diversas ocasiones ante las exigencias de dictaduras sobre la entrega de los datos de sus usuarios nacionales para no ver reducidos sus beneficios. Sería fácil nombrar casos en los que ha sido la política norteamericana la que ha creado su propia desinformación a través de su aparato propagandístico, más allá de Donald Trump, que se ha convertido en el referente de la desinformación y la manipulación informativa. El tuit era su arma favorita y las propias redes tuvieron que "censurar" al propio presidente de los Estados Unidos por faltar a la verdad y expandir el odio. Todo depende de cómo consideremos a Trump, si un producto típicamente norteamericano o lo contrario. Todo depende, dirán algunos, de quién gane las elecciones. Lo cierto es que tuvo más de ochenta millones de votantes "desinformados" y contentos de serlo.
El escándalo de las filtraciones por parte de una ejecutiva de la empresa sobre Facebook en estos días —ha confirmado los peores temores, dice la CNN en su titular— ha afectado a la visión de las propias redes y sus efectos sociales. También a la hipocresía mostrada cuando lo que está detrás es el beneficio económico de mirar para otro lado.
Controlar lo que discurre por las redes no es sencillo, pero la raíz no solo es tecnológica, sino empresarial. Hemos convertido en nuestra segunda vida algo que está en manos de unas empresas creadas en un país determinado. En realidad, la vida digital se ha hecho tan intensa y extensa, que no pensamos que estamos usando unos servicios privados, sujetos a términos cada vez más restrictivos y abusivos precisamente por su omnipresencia. Utilizamos los foros de internet como si fueran ágoras reales, plazas de pueblo donde podemos ser manifestándonos de distintas formas y procuramos no pensar mucho en dónde estamos realmente y en lo que esto supone. han entrado por nuestro punto flojo: la sociabilidad, el temor a quedar aislados.
Las instituciones públicas y privadas, por otro lado, asumen cada vez más que la "vida virtual" es "vida oficial", que todo el mundo debe tener correos electrónicos o que tras los correos oficiales estén en realidad los de una empresa, como ocurre con mi propia universidad, una universidad pública. Hemos regalado a unas pocas empresas nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestras manifestaciones. Como se suele decir, lo que no está en Internet no existe. Deberíamos reflexionar un poco sobre lo que implica.
Los estados han renunciado a la creación de espacio públicos realmente públicos, a la creación de un espacio general no manejado por las empresas. Pero la tendencia a la centralización (y al ahorro) ha hecho que estos permitan redes que cubran el planeta y que ellos, los estados, no controlan, con la excepción de uno: los Estados Unidos de América, donde todo se ha gestado, donde todo se ha creado y los que tienen la llave del apagado total.
Los autores del artículo en la CNN señalan:
Some experts, including the US surgeon general,
look at misinformation as a problem that can be mitigated by making citizens
more media literate. This approach requires betting that we on our own can
overcome deliberate information operations on critical issues such as public
health, climate change and complex humanitarian disasters.
Closer examination, however, reveals that to be
a risky bet. Another popular policy option is to let big social media companies
police their own platforms more extensively. Recently, we learned that Facebook
has known about its negative effects on users, but has repeatedly failed to
address them. Letting social media companies try to fix a problem they enable
but cannot control seems imprudent at best.
Civic education and new technology initiatives
may make a difference on single issues and in particular countries. But
overall, misinformation is the global problem that prevents other global
problems from being solved. It is an existential threat to our societies,
causing immeasurable deaths and suffering, and addressing it requires a
solution that acknowledges the sheer scope and interconnectedness of the fight.
We have considered the full range of solutions
to this crisis that have been proposed, from antitrust action against the
social media companies to redesigning the architecture of the internet itself
-- and dozens of other ideas. But none of the solutions currently under
discussion are as comprehensive as the proven model of the IPCC [Intergovernmental
Panel for Climate Change] is -- a model that an IPIE [Intergovernmental Panel
for the Information Environment] can follow.**
Los autores se centran en el "problema interno norteamericano". La democracia es un problema suyo y la desinformación en aquello que les afecta: las injerencias en sus elecciones. Es un poco la "ley del embudo", ya que estamos viendo cómo se expande también hacia el exterior (y no es una novedad) su propia desinformación para las guerras comerciales, cómo se practica el espionaje a través de las redes (el reciente escándalo danés es un episodio más) o cómo varía según quien esté en la Casa Blanca sobre temas como el cambio climático, por poner un ejemplo.
Es una satisfacción ver cómo en este mundo de luchas informacionales, el Premio Nobel de la Paz va a quienes se juegan su vida por intentar corregir la desinformación. Los periodistas muertos en Rusia o en Filipinas son también los destinatarios, como lo son los que se encuentran encerrados o desaparecidos en cualquier rincón del mundo. El Premio es también para ellos. No alegramos también de que nos prosperara la candidatura de Trump, el presidente más mentiroso de la historia de los Estados Unidos (controlado día a día), para el mismo Premio, que algunos de buen corazón impulsaron. No sé si la institución Nobel habría sobrevivido a ello. Probablemente no.
Por nuestra parte, la de todos, está que esas muertes y encierros no sean en balde. Lo más descorazonador es cómo la genta abraza las mentiras, cómo cree lo que desea creer. Hay mucha mal informada, capaz de corregir su opinión cuando se desvela la verdad. Hay que distinguirlos de los que voluntariamente se dejan arrastrar porque son sus deseos e intereses lo que quieren preservar. Los que siguen portando banderas y pancartas diciendo que Trump ganó las elecciones no dejarán de hacerlo. En cada país existe una versión de este problema, pues nos enfrentamos a un problema real e inagotable: no todo el mundo quiere vivir con los hechos y las verdades, por muy relativas y provisionales que puedan ser. La verdad puede ser relativa, pero la mentira es absoluta y absolutista.
Las redes sociales, las comunicaciones planetarias, pueden ser usadas para muchas cosas, buenas y malas. Pero en el fondo no es más que el traslado a otro campo de batalla de la misma guerra, potenciada por el enorme poder amplificado que suponen estas tecnologías de la comunicación. Lo que queda claro es la necesidad de contrarrestar el peso de la desinformación.
Felicidades a los premiados y a todos los periodistas que luchan en el mundo contra la desinformación y por la libertad de expresión para combatirla. Ellos también han sido premiados.
* "Los periodistas Maria Ressa y Dmitry Muratov, Nobel de la Paz 2021 por su defensa de la libertad de expresión" RTVE.es 8/10/2021 https://www.rtve.es/noticias/20211008/premio-nobel-paz-maria-ressa-dmitry-muratov/2184620.shtml
** Sheldon
Himelfarb and Philip Howard "CNN
What's stunning about the misinformation trend -- and how to fix
it" CNN 7/10/2021
https://edition.cnn.com/2021/10/07/opinions/facebook-misinformation-and-how-to-fix-it-himelfarb-howard/index.html
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