viernes, 30 de septiembre de 2022

Hace falta buena información

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Hay que ser críticos con los medios. Es el coste de su influencia. Si no la tuvieran, no merecería la pena dedicar dos segundos a criticar su tarea. Hay una crítica a la que no les importa; los critican buscando cierta notoriedad. Pero si creemos realmente en su influencia y en su papel, en su función social y política al servicio de la ciudadanía, hay que dar cuenta de desvíos y desmanes, de incumplimientos y ventas al mejor postor. Puede que cambien pocas cosas, pero las críticas quedarán ahí.

Vivimos en una sociedad mediática. Una sociedad es un sistema de interacciones, de relaciones entre las personas. En unas sociedades esas interacciones son mayoritariamente cara a cara. Nos contamos unos a otros lo que vemos, pensamos, sentimos y creemos. Pero nuestras sociedades posindustriales han crecido por las enormes cantidades de personas concentradas en ciudades que, pese a estar rodeadas de personas, necesitan tener información remota. Los medios nos traían información de lugares lejanos, tal como Marco Polo y otros viajeros nos contaban de otros lugares, sus costumbres y hechos.

Pasado el tiempo, nuestra época ha hecho de la información objeto de flujos que recorren el mundo en segundos, nos solo cuenta lo que pase sino que crea lo que pasa. "Ocurrir", "suceder", etc. son verbos que requieren redefinición porque ya no se cuenta lo que ocurre, sino que ocurre lo que se cuenta. Lo que no circula no existe. Jean Baudrillard habló del "crimen perfecto", la muerte de la realidad a manos del simulacro, la virtualidad o, simplemente, la noticia inexistente generada para, ser eso, "noticia".

Hoy la creación de información no está en los medios profesionales, sino que cada empresa, grupo, partido político, club de fútbol, etc. tiene su propio gabinete de comunicación, su estratega mediático, etc. que asesora sobre lo que trasciende o no, cómo y cuándo debe salir al exterior o quién debe protagonizar cualquier evento; después presentará un informe sobre la eficacia comunicativa, sobre los efectos alcanzados y que servirán para mejorar el próximo comunicado. Convocará a los medios seleccionados y estos harán lanzarán nuevas versiones de aquello que se les ofreció directa o indirectamente.

Hoy hablamos de unidades personales, los "influencers", cuya función es convencernos del uso, del sentido, etc. de algo. Cuando cambiaron los medios y se transformaron en redes, se vio que las viejas formas publicitarias no funcionaban, por lo que hubo que crear este nuevo tipo personalizado, desarrollado desde el principio de la empatía, es decir la capacidad de conectar directamente con cierto tipo de personas. Los "influencers" no nacen de abajo, sino de arriba. Si funcionan, les mantienen.

Una aspecto decisivo es la forma de empaquetar la información, los formatos, los soportes, etc. que se usan para distribuir la información. Basta un paseo por los transportes públicos o las calles para comprobar que mucha gente no deja de consumir información. Ya no hay lugares específicos como cuando se leía el periódico en el casino o bar, como cuando se corría para llegar a casa y ver las noticias de las 3 o los noticiaros que se nos ofrecían antes de las películas en los cines, por citar solo algunos momentos pasados a la Historia. Hoy la información no deja de fluir y se nos conecta como una prótesis informativa pegada a nosotros.

¿Supone todo esto —este escenario tecnológico— una mejora en lo que es nuestra necesidad de información? Cuando nos dicen la desesperación de muchas personas —jóvenes y adultas— cuando se les separa de sus teléfonos unas horas o días, nos damos cuenta que esa información que les crea la ansiedad no es la de las noticias. Es otro tipo de "información", algo que tiene un efecto placebo y adictivo. Es la adicción a la experiencia, a la sensación de estar conectados a algo. Los expertos de diversos campos lo tratan como una "adicción" más.

Eso hace que esa producción masiva de información, de bit circulando en cada segundo en el planeta, sea muy distinta a los flujos de información periodística, cuya función no es la mera sensación sino algo muy diferente: busca la consciencia de un mundo que nos rodea y sobre el que actuamos.

Las noticias que nos llegan de las zonas de Ucrania, de la mismísima Rusia suelen repetir algo: "no saben lo que pasa". Comprendemos entonces el poder y función de la verdadera información, el darnos la capacidad de representarnos internamente el mundo que no rodea, hacerlo desde una perspectiva de relevancia, es decir, de una comprensión real de lo que ocurre y de qué es necesario conocer.

Los nuevos flujos informativos, por el contrario, buscan crear esa dependencia que asegure que no se produce la desconexión. Fabrica elementos triviales, altamente emocionales con los que nos atamos para asegurar la continuidad. La información periodística lo hace sobre el mundo y su estado, detecta las variaciones, critica y anticipa para prevenir problemas. Es lo contrario de los que buscan el impacto de la trivialidad adictiva, que tiene ese efecto placebo respecto a la realidad. Te desengancha del mundo y te crea uno socialmente intenso, con sentido de pertenencia y con una fuerte emocionalidad. Sobre él investigan cada día miles de centros repartidos por todo el mundo; en ellos se indaga cómo crear esas sensaciones adictivas en los receptores. La vieja Retórica ha sido sustituida por las nuevas disciplinas basadas en las neurociencias, la psicología de las emociones y la basada en el lenguaje. A través de lo que están disciplinas aportan, se crea esa nueva retórica emocional y adictiva, destinada a mantenernos conectados a las fuentes de la información y al consumo de lo trivial.

El énfasis en lo trivial es importante, porque las noticias dependen de lo que ocurre en el mundo (una guerra, una crisis económica, etc.). Pero lo trivial, por el contrario, se fabrica expresamente para ser consumido.

En nuestro país tenemos una serie de "personajillos" intrascendentes cuya vida y conflictos artificiales tienen millones de seguidores diarios, personas que dedican tiempo, risas y lágrimas a lo que se nos cuenta de ellos. Podemos asistir a horas de programación en la que profesionales de la trivialidad informativa discuten sobre la veracidad o no de los rumores que ellos mismos crean y transmiten, que rivalizan inventando exclusivas, etc. Llenan páginas y se les dedica más espacio que a importantes acontecimientos mundiales. Personas creadas en los medios tienen millones de emocionados seguidores triviales que les han convertido en el centro de sus aburridas, pero emocionalmente intensas vidas.

La información nos ofrece hoy un amplio recorrido que ve desde un teléfono inteligente a nuestra pantalla del TV o del ordenador. Al no tener límite la información virtual, al no tener que seleccionar cada día qué se queda dentro y que sale de las páginas o de la programación, todo tiene cabida, no hay filtro, sino que se busca acumular "visitas", un concepto que debería ser centro de mucha más atención, pues se ha convertido en el centro de medida, un punto cerrado sobre sí mismo y sin más finalidad que la de acumularse generando ingresos.

Desde el punto de vista de los informadores, el espectro es también muy amplio, algo que va desde el que dedica su vida a fabricar personajes intranscendentes que congenien con un público ávido de dramas y escándalos a los que se juegan la vida para contarnos lo que no se quiere que se cuente. Metemos todo ello en un mismo paquete. Quizá por eso hayan sido los propios profesionales los que hayan asentado el término "influencer" para establecer una barrera profesional entre lo que muchos hacen, que consideran valioso, esa figura vacía cuyo sentido es aparentar una personalidad que no tiene (es guion) para que se confíe en lo que afirma ante personas deseosas de creerles por mecanismo empáticos.

Es necesario que medios, profesionales, facultades, asociaciones, etc. reflexionen sobre lo que supone actuar en un mundo inflacionario en el que la información es la materia prima. Una información que ya no se corresponde con el mundo más que en señaladas ocasiones, que se produce para satisfacer apetitos y animar desganas. Efímera, volátil, sin apenas huella en la memoria, busca más la adicción que el razonamiento. Lleva en sí misma los mecanismos del olvido para dejar hueco a la siguiente, que nos pide atención pocos instantes después.

Hoy son esos flujos los que nos agrupan, los que nos dan identidad y pertenencia. Somos lo que consumimos, pertenecemos al grupo de aquellos con los que compartimos. Hay que recuperar la identidad informativa, el sentido de unos medios que simplemente producen y recogen para modificar unas cifras de audiencias a cualquier precio. Tiene que haber de todo, nos dicen algunos. Sí, pero son importantes las proporciones, qué cantidad hay de cada cosa. Y tenemos que ser conscientes de que la trivialidad genera trivialidad, que hay muchas lágrimas desaprovechadas para buenas causas y derramadas porque son un buen negocio.

Es mucho más barata la información trivial que la que nos es relevante. Es mucho más barato reunir a cinco personas en un plató a discutir acaloradamente sobre trivialidades que enviar un reportero a un punto crucial del planeta, a un lugar de riesgo donde realmente se decide nuestro futuro. Al final ese reportero acaba como freelancer, jugándose la vida y arriesgándolo todo sin ningún tipo de cobertura. Le pagarán, si regresa, por la información que haya logrado obtener

Hay que sobrevivir, dicen los responsables de las empresas. Sí, claro. Pero quizá lo que no sobrevivan a esto sean muchas otras cosas. Hoy todos compiten por nuestra atención y por el tiempo que dedicamos a mirar teléfonos, televisores o pantallas de ordenadores. La jungla informativa nos devora en términos temporales y atencionales.

Los medios cumplían —mejor o peor— una función respecto al desarrollo del propio mundo que describían. El consumo de información está hoy desarrollado sobre pilares distintos. Eso no significa que no sea necesario seguir manteniendo su función. Pero lo que sí parece claro es que si se deja de cumplir el conjunto se resentirá. Es más "útil" tener receptores adictos que tener receptores críticos, capaces de entender, interpretar y tomar decisiones. 

No es fácil cambiar este entorno mediático. No se trata de eso. Se trata más bien de hacer que los profesionales y los medios profesionalizados cumplan su función y no se dejen tentar por la trivialidad, el monstruo cotidiano que todo lo consume. Se trata de que haya buenos profesionales que puedan escribir para buenos medios y buenos receptores capaces de aprovecharlo, porque —se diga lo que se diga— nos hace falta estar bien informados.

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