Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es
fácil pasar de héroe a villano. Un gran titular en El Periódico cruza de lado a
lado mi pantalla: "Barcelona registra la cifra más baja de coches
matriculados desde 1975" y, un poco más abajo, "Hacia el fin de la
era del coche: clima, subida gasolina e inflación aceleran su ocaso (pero no lo
matan)". La cifra más baja desde 1975 no es cualquier cosa, son muchos
años y un enorme cambio social, de desarrollo económico, de mentalidad. Que
cualquier cifra vuelva a 1975 quiere decir mucho. Una tercera línea del diario nos habla de "la lucha contra en coche" en las grandes ciudades del mundo, en Nueva York, Berlín, Londres y París.
Algunos
recordarán aquellos concursos televisivos en los que los participantes tenían
dos premios gordos, el apartamento en Torrevieja y el coche. Cuanto más jóvenes
eran más celebraban el coche. El premio gordo era, sin duda, el coche. Todavía
hoy el gran premio en concursos como Pasapalabra
sigue siendo ese esquivo coche.
El
coche era entonces la movilidad, pero moverse entonces tenía unos aires que no
tiene ahora que somos ubicuos gracias a las redes, virtuales gracias a los teléfonos
y ordenadores. Ayer celebrábamos nuestro seminario con unos cuantos en la sala
y otros repartidos por Colombia, Holanda, China y Salamanca. ¿Qué significa el automóvil
en un mundo así?
Los
jóvenes valoraban el coche como independencia, como distancia generacional,
distancia de unos padres que nos montaban a todos en el coche lleno de maletas
y nos pasábamos, nos gustara o no, aquellos tres meses (hoy imposibles) de
vacaciones juveniles en el chalecito en la playa o en la casa del pueblo. ¡Qué
tiempos!
Hoy, en
cambio, cada vez hay menos que miran al cruzar la calle. Es más peligroso
"cruzar la acera" porque es ahí donde te la juegas con el paso de
patinetes eléctricos y de skates.
Pronto serán los peatones los que tendrán que ir con caso y llevar chalecos
reflectantes o caminar por el centro mismo de la calle.
La
noticia barcelonesa de El Periódico tiene aspecto local donde una entradilla
nos indica una serie de matices importantes más allá del número: "El censo
total es el menor desde 1986, pero el tráfico se mantiene congestionado, en
buena parte, por el más de medio millón de autos de no residentes que entran a
diario en la ciudad". Lo de "autos no residentes" es un concepto
que tiene interés, porque los residentes antes eran los ciudadanos. Sin
embargo, ese medio millón al que se acusa de los colapsos y desajustes respecto
a lo que la cifras dicen nos muestra el que no solo es el coche el que ha
cambiado, sino las ciudades mismas, que han desplazado a sus habitantes hacia periferias
cada vez más lejanas, lo que lleva a tres posibilidades futuras: a) vamos en
coche, lo de casi siempre; b) vamos en transporte público, para lo que hay que
crear redes eficaces, que no te roben los cables del tren y que haya muchas más
estaciones o combinaciones; y c) que no vayas a la ciudad, es decir, el
teletrabajo o que te toque la lotería.
Las
tres opciones son tres modos de vida o, si se prefiere, tres modos de vivir en
función de tu entorno. Creo que a todos nos sorprenden esas imágenes de
principios del siglo XX en los que las ciudades son un increíble caos en el que
conviven sonrientes peatones, los primeros coches y los caballos que tiran de
sus carros. Luego se añadieron los tranvías con sus rieles y sus cableado
eléctricos aéreos. Los trolebuses prescindieron de los rieles, pero mantuvieron
los cables. Las ciudades con metro completaron los medios de transporte.
Son
diversas las fuerzas que han dado forma a nuestras ciudades y vidas. La
distancia a los puestos de trabajo viene determinada por la elevación de los
precios del suelo, los medios de transporte disponibles, su velocidad y
combinación, etc.
La
pandemia nos ha dado muchas lecciones sobre lo que supone un cambio radical.
Grandes aparcamientos vacíos en el centro de las ciudades, medios vacios,
cafeterías y restaurantes en los que la gente almuerza en sus paréntesis en el
trabajo, etc. Las ciudades se han hecho para los coches o, mejor, los coches
han modificado nuestras ciudades convirtiéndolas en redes de comunicaciones,
circunvalaciones, pasos elevados, carreteras para evitar los atascos en los
centros, que han llevado por ejemplo a la creación de aparcamiento disuasorios
en las entradas a las ciudades.
Por mi
pueblo, muy moderno, ya no son solo los niños y adolescentes los que van en
patinete eléctrico. Ayer pasó ante mí un grupo de personas maduritas luciendo
sus patinetes. Una noticia de hace unos días nos hablaba ya de los excesos de
velocidad y hace tiempo que se impuso la regulación clara ante la disputa de calles
y aceras.
La
subida de casi todo está haciendo que el coche se quede más tiempo aparcado. La
posibilidad del teletrabajo es una auténtica revolución urbana, laboral y de
movilidad. Las ciudades pueden verse transformadas porque sus centros
económicos y laborales, esos enormes y caros edificios de oficinas que se han
ido haciendo con los centros urbanos y han dirigido la evolución de sus
terrenos colindantes generando restaurantes, tiendas, aparcamientos, bancos,
etc. Si se disuelven las empresas espacialmente y se convierten en redes de
trabajo, algo que ya está ocurriendo gracias a las tecnologías, no es difícil
ver que se anuncia una importante transformación espacial y una inversión de
valores, es decir, lo que antes era central y caro se invertirá en
"beneficio" de las periferias. Pongo las comillas porque los que se
fueron lejos verán que su tranquilidad disminuye y que aumentará el precio de
vivir fuera, como ya está ocurriendo.
Quizá
la España vacía empiece a ser motivo de especulación. Para ello se necesitará crear condiciones mejores para las comunicaciones (redes eficaces y de alta
velocidad) y buenos transportes y servicios básicos (bancos, centros de salud,
educación, de ocio).
Mientras
esto no sea así, seguirá ocurriendo lo que nos dice el titular de El Periódico:
hay menos vehículos matriculados en la ciudad, pero sigue habiendo atascos por
los desplazamientos desde la periferia. Barcelona, nos dicen otros medios, fue la ciudad con más atascos en el 2020.
Son las
crisis —la económicas, las sanitarias, ambas conjuntamente— las que nos obligan
a cambios radicales para ofrecer situaciones a los conflictos que se crean. Los
que piden vueltas a la normalidad son ingenuos porque esas vueltas no se
producen, sino que nos debemos adaptar a las nuevas situaciones. La normalidad
es una ilusión, algo que elegimos entre diferentes posibilidades, y si no lo entendemos estamos perdidos. Siempre habrá que elegir y si no lo hacemos, otros lo harán por nosotros.
Ya
muchos buscan sus "oportunidades" especulativas adelantándose a la
llega inevitable de los cambios que crearán nuevas formas de vida. Los precios
de la energía, como vemos, serán determinantes del futuro. Las nuevas construcciones
deben tenerlo en cuenta; también los nuevos espacios, que han de ser
construidos de otra forma para unas nuevas utilizaciones. Coche y energía son
capitales en la configuración de las ciudades. Y es en ellas donde vivimos,
trabajamos, descansamos, etc. El cambio climático es el factor que va a
englobarlas a todas con sus condicionamientos rematando el conjunto con la idea
de sostenibilidad, que se va imponiendo en todos los ámbitos.
Hemos probado unos meses un mundo sin coches. Lo hemos hecho forzados por la pandemia, pero nos ha mostrado aspectos que desconocíamos de nosotros mismos y de nuestras ciudades, ventajas e inconvenientes. Algunos han hablado de "descubrimiento del espacio". Y así ha sido. Desde el vacío hasta la presencia de la naturaleza en nuestras calles, ha sido una experiencia que nos enseña muchas cosas, más allá de los inconvenientes.
Aquel
canto irónico compuesto por Moncho Alpuente que en los 70 pregonaba
"¡Adelante hombre del 600 / la carretera nacional es tuya!" se podría
hacer hoy para el patinete, la bici o las zapatillas deportivas y el chándal.
El coche, de héroe a villano, de libertador a opresor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.