jueves, 22 de septiembre de 2022

El coche, de héroe a villano

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Es fácil pasar de héroe a villano. Un gran titular en El Periódico cruza de lado a lado mi pantalla: "Barcelona registra la cifra más baja de coches matriculados desde 1975" y, un poco más abajo, "Hacia el fin de la era del coche: clima, subida gasolina e inflación aceleran su ocaso (pero no lo matan)". La cifra más baja desde 1975 no es cualquier cosa, son muchos años y un enorme cambio social, de desarrollo económico, de mentalidad. Que cualquier cifra vuelva a 1975 quiere decir mucho. Una tercera línea del diario nos habla de "la lucha contra en coche" en las grandes ciudades del mundo, en Nueva York, Berlín, Londres y París.

Algunos recordarán aquellos concursos televisivos en los que los participantes tenían dos premios gordos, el apartamento en Torrevieja y el coche. Cuanto más jóvenes eran más celebraban el coche. El premio gordo era, sin duda, el coche. Todavía hoy el gran premio en concursos como Pasapalabra sigue siendo ese esquivo coche.

El coche era entonces la movilidad, pero moverse entonces tenía unos aires que no tiene ahora que somos ubicuos gracias a las redes, virtuales gracias a los teléfonos y ordenadores. Ayer celebrábamos nuestro seminario con unos cuantos en la sala y otros repartidos por Colombia, Holanda, China y Salamanca. ¿Qué significa el automóvil en un mundo así?

Los jóvenes valoraban el coche como independencia, como distancia generacional, distancia de unos padres que nos montaban a todos en el coche lleno de maletas y nos pasábamos, nos gustara o no, aquellos tres meses (hoy imposibles) de vacaciones juveniles en el chalecito en la playa o en la casa del pueblo. ¡Qué tiempos!

Hoy, en cambio, cada vez hay menos que miran al cruzar la calle. Es más peligroso "cruzar la acera" porque es ahí donde te la juegas con el paso de patinetes eléctricos y de skates. Pronto serán los peatones los que tendrán que ir con caso y llevar chalecos reflectantes o caminar por el centro mismo de la calle.

La noticia barcelonesa de El Periódico tiene aspecto local donde una entradilla nos indica una serie de matices importantes más allá del número: "El censo total es el menor desde 1986, pero el tráfico se mantiene congestionado, en buena parte, por el más de medio millón de autos de no residentes que entran a diario en la ciudad". Lo de "autos no residentes" es un concepto que tiene interés, porque los residentes antes eran los ciudadanos. Sin embargo, ese medio millón al que se acusa de los colapsos y desajustes respecto a lo que la cifras dicen nos muestra el que no solo es el coche el que ha cambiado, sino las ciudades mismas, que han desplazado a sus habitantes hacia periferias cada vez más lejanas, lo que lleva a tres posibilidades futuras: a) vamos en coche, lo de casi siempre; b) vamos en transporte público, para lo que hay que crear redes eficaces, que no te roben los cables del tren y que haya muchas más estaciones o combinaciones; y c) que no vayas a la ciudad, es decir, el teletrabajo o que te toque la lotería.

Las tres opciones son tres modos de vida o, si se prefiere, tres modos de vivir en función de tu entorno. Creo que a todos nos sorprenden esas imágenes de principios del siglo XX en los que las ciudades son un increíble caos en el que conviven sonrientes peatones, los primeros coches y los caballos que tiran de sus carros. Luego se añadieron los tranvías con sus rieles y sus cableado eléctricos aéreos. Los trolebuses prescindieron de los rieles, pero mantuvieron los cables. Las ciudades con metro completaron los medios de transporte.

Son diversas las fuerzas que han dado forma a nuestras ciudades y vidas. La distancia a los puestos de trabajo viene determinada por la elevación de los precios del suelo, los medios de transporte disponibles, su velocidad y combinación, etc.

La pandemia nos ha dado muchas lecciones sobre lo que supone un cambio radical. Grandes aparcamientos vacíos en el centro de las ciudades, medios vacios, cafeterías y restaurantes en los que la gente almuerza en sus paréntesis en el trabajo, etc. Las ciudades se han hecho para los coches o, mejor, los coches han modificado nuestras ciudades convirtiéndolas en redes de comunicaciones, circunvalaciones, pasos elevados, carreteras para evitar los atascos en los centros, que han llevado por ejemplo a la creación de aparcamiento disuasorios en las entradas a las ciudades.

Por mi pueblo, muy moderno, ya no son solo los niños y adolescentes los que van en patinete eléctrico. Ayer pasó ante mí un grupo de personas maduritas luciendo sus patinetes. Una noticia de hace unos días nos hablaba ya de los excesos de velocidad y hace tiempo que se impuso la regulación clara ante la disputa de calles y aceras.

La subida de casi todo está haciendo que el coche se quede más tiempo aparcado. La posibilidad del teletrabajo es una auténtica revolución urbana, laboral y de movilidad. Las ciudades pueden verse transformadas porque sus centros económicos y laborales, esos enormes y caros edificios de oficinas que se han ido haciendo con los centros urbanos y han dirigido la evolución de sus terrenos colindantes generando restaurantes, tiendas, aparcamientos, bancos, etc. Si se disuelven las empresas espacialmente y se convierten en redes de trabajo, algo que ya está ocurriendo gracias a las tecnologías, no es difícil ver que se anuncia una importante transformación espacial y una inversión de valores, es decir, lo que antes era central y caro se invertirá en "beneficio" de las periferias. Pongo las comillas porque los que se fueron lejos verán que su tranquilidad disminuye y que aumentará el precio de vivir fuera, como ya está ocurriendo.

Quizá la España vacía empiece a ser motivo de especulación. Para ello se necesitará crear condiciones mejores para las comunicaciones (redes eficaces y de alta velocidad) y buenos transportes y servicios básicos (bancos, centros de salud, educación, de ocio).

Mientras esto no sea así, seguirá ocurriendo lo que nos dice el titular de El Periódico: hay menos vehículos matriculados en la ciudad, pero sigue habiendo atascos por los desplazamientos desde la periferia. Barcelona, nos dicen otros medios, fue la ciudad con más atascos en el 2020.

Son las crisis —la económicas, las sanitarias, ambas conjuntamente— las que nos obligan a cambios radicales para ofrecer situaciones a los conflictos que se crean. Los que piden vueltas a la normalidad son ingenuos porque esas vueltas no se producen, sino que nos debemos adaptar a las nuevas situaciones. La normalidad es una ilusión, algo que elegimos entre diferentes posibilidades, y si no lo entendemos estamos perdidos. Siempre habrá que elegir y si no lo hacemos, otros lo harán por nosotros.

Ya muchos buscan sus "oportunidades" especulativas adelantándose a la llega inevitable de los cambios que crearán nuevas formas de vida. Los precios de la energía, como vemos, serán determinantes del futuro. Las nuevas construcciones deben tenerlo en cuenta; también los nuevos espacios, que han de ser construidos de otra forma para unas nuevas utilizaciones. Coche y energía son capitales en la configuración de las ciudades. Y es en ellas donde vivimos, trabajamos, descansamos, etc. El cambio climático es el factor que va a englobarlas a todas con sus condicionamientos rematando el conjunto con la idea de sostenibilidad, que se va imponiendo en todos los ámbitos.

Hemos probado unos meses un mundo sin coches. Lo hemos hecho forzados por la pandemia, pero nos ha mostrado aspectos que desconocíamos de nosotros mismos y de nuestras ciudades, ventajas e inconvenientes. Algunos han hablado de "descubrimiento del espacio". Y así ha sido. Desde el vacío hasta la presencia de la naturaleza en nuestras calles, ha sido una experiencia que nos enseña muchas cosas, más allá de los inconvenientes.

Aquel canto irónico compuesto por Moncho Alpuente que en los 70 pregonaba "¡Adelante hombre del 600 / la carretera nacional es tuya!" se podría hacer hoy para el patinete, la bici o las zapatillas deportivas y el chándal. El coche, de héroe a villano, de libertador a opresor.

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