domingo, 4 de septiembre de 2022

El conflicto chino

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Estados Unidos está jugando con fuego entre China y Taiwán. ¿No está suficientemente recalentado el mundo como para introducir nuevas variables peligrosas? Es sorprendente (o quizá no tanto) la coincidencia del procedimiento entre Joe Biden y Donald Trump: provocar para proteger. Es la misma estrategia que la creada por Trump con una diferencia importante: Trump buscaba apuntarse las soluciones y hacerse fotos con los problemas. Biden y los demócratas van más allá y lo plantean como una cuestión de "principios", algo que no entra en la narcisista visión de Trump. Vimos ejemplos como los de Corea del Norte, con Putin y con la misma China. Trump tiraba de la cuerda para llegar, como una apuesta personal, al final con su "deal", del que se proclamaba "rey" o "artista", como se prefiera.

Pero la actual política norteamericana no busca el trato final, sino la extensión de los conflictos y, con ello, una ampliación de la dependencia de Estados Unidos de Europa y parte de Asia. El procedimiento es muy parecido, pero Biden y los demócratas, como hemos visto con Nancy Pelosi en primer lugar, buscan "actuar" y después "proteger".

El mismo país que dejó colgados a los que había embarcado en una guerra, los kurdos, que dejó Afganistán demasiado deprisa creando un caos indecente, y permitiendo que los talibanes barrieran el país, por citar solo algunos casos recientes, se mete de repente en un conflicto para crear una tensión en el Pacífico, jugando con fuego.

El origen no está en Taiwán sino el intento anterior de creación de una asociación de países de la zona para compartir mercados, lo que Estados Unidos, gendarme cuando le interesa, entendió como una pérdida de poder. Igualmente el proyecto mundial de "Una franja y una ruta", un intento de crear caminos por tierra y mar para llevar su producción a todos los mercados del mundo, ha sido visto como una amenaza por norteamericanos y otros países que han recelado de los movimientos chinos.

El problema que guía la política exterior norteamericana es la proclamada por historiadores, políticos e intelectuales de todo el mundo "decadencia del imperio americano". La "era americana", surgida durante la II Guerra Mundial, habría llegado a su fin precisamente con el final de la Guerra Fría y el hundimiento de la Unión Soviética.

¿Hay que recordar que fueron los Estados Unidos los que sacaron a la República Popular China del aislamiento en el que había vivido (la diplomacia del Ping-Pong) merced a su no reconocimiento internacional mientras que era a Taiwán, a donde habían huido los nacionalistas tras la guerra civil, a la que se consideraba la "China legítima". Fueron en esos años en los que se reconoció a la China continental como "China", mientras que Taiwán quedaba en limbo que era mejor no tocar, no moverlo porque no había solución a la vista.


China no diría nada mientras Taiwán no se mostrara beligerante o sacara el tema que solo tiene un sentido, la reunificación final del territorio. Por ello, la solución tiene que ser pacífica y negociada; no tiene sentido provocar un nuevo éxodo y volver a empezar. Pero eso depende de las circunstancias ambientales, por decirlo así. En un mundo en relativa calma, China, puede tener paciencia a la espera de la reunificación. Alentar conflictos en esta situación es un despropósito histórico notable, porque solo tiene sentido la reunificación histórica aunque tarde cientos de años.

Pero tratar de crear una pseudo Ucrania con Taiwán es una aberración histórica; alentar el nacionalismo taiwanés es un absurdo. Los propios habitantes de Taiwán se vieron abrumados por la llegada de los refugiados continentales, que pronto se hicieron con el control de la isla. Esta contó con la protección durante la Guerra Fría porque la China ganadora en la guerra civil fue el bando comunista, que se hizo con el control del país a excepción de la isla de Taiwán.


Hoy los taiwaneses recibe a Pelosi con mascarillas con los colores de Ucrania. No tiene más sentido que el intento de crear un conflicto global igualando situaciones muy distintas y que se deben entender pero no confundir. Y menos utilizar con fines propios.

Es interesante recordar ese reconocimiento internacional a la República Popular China, a la que se había mantenido fuera de las instituciones, si un reconocimiento internacional oficial en beneficio de Taiwán. El aumento de la importancia de la República Popular en el contexto mundial hizo que hubiera que elegir sobre cuál era la "verdadera China". El sentido común y la necesidad de manejar un mapa realista del mundo se impusieron. La RPC fue reconocida y Taiwán quedó fuera, sin reconocimiento, en el limbo citado.

Es interesante que el crecimiento de China, su poderoso desarrollo y su peso económico en las últimas décadas, sus contactos económicos con todos los países que se han beneficiado de su capacidad de producción. Al dejar atrás la locura de la Revolución Cultural del visionario Mao Zedong, gracias sobre todo a la visión de Deng Xiaoping, el auténtico artífice de la transformación, China asciende en peso en el mundo.

China jugaba un papel esencial en la globalización, que iba a llevar a una especialización internacional del trabajo, unos investigaban y diseñaban y otros producían más barato para aumentar los beneficios de las industrias y empresas.

Trump hizo su campaña ante los millones de norteamericanos perjudicados por la deslocalización acusando a los "bad hombres", los hispanos que llegaban del sur, y a China de ser responsables de todos los males. Había que "construir un muro" hacia el sur —"Build the Wall!", "Finish The Wall!" le gritaban sus seguidores en sus mítines en la frontera con México— y había que levantar unos muros alrededor de China para evitar la "muerte".

Con las ideas del economista antichino Peter Navarro, Trump hizo una política exterior centrada en contener a China. Como rezaba el título de su libro y el documental con el que salió a combatir, "Death by China", se trataba de "defenderse" de lo que él llamaba los "ocho pecados capitales del comercio chino". Navarro y demás llegaron a sostener que el "cambio climático" era un invento chino para evitar el desarrollo norteamericano.

Los ataques a China tienen consecuencias. La primera es lógicamente la subida del gasto en defensa, que ya era política clara de Trump, quien se enfado cuando los europeos prefirieron tener una política de defensa propia y, sobre todo, una inversión en sus propias fábricas de material militar. Trump saltó furibundo al ver frustradas sus expectativas de que el gasto de la OTAN aumentara pagando a fabricantes (y ejército) estadounidenses por "proteger a Europa". Trump pretendía que le pagaran la defensa, algo que había que hacer ante las provocaciones y subidas de tensión en Europa por sus propias acciones. Parte de lo que ocurre en Ucrania tiene que ver con ello. Putin ha sido el gran favorecido de todo esto.

Tanto por las amenazas en Europa, como por las tensiones en China, lo que ha conseguido es que muchos países se decanten por apoyar a Rusia. Los motivos los hemos explicado aquí desde hace años: Rusia apoya a los regímenes autoritarios. No hay país democrático que apoye a la Rusia de Putin. Pero es un apoyo seguro —como ha ocurrido en Siria— para aquellos que se vean marginados o perjudicados por la política norteamericana que, como señalamos, ha ido perdiendo influencia a base de errores durante la última década, algo que vale para Latinoamérica, África o Asia. La forma de influir sigue siendo actualmente la misma de Trump, el temor a ser atacados. Eso arroja a los países a buscar protección y justifica los despliegues militares, aumentando las dotaciones en la bases, o creando nuevas bases militares en puntos estratégicos.

Crear nuevas tensiones utilizando a Taiwán solo puede traer más inestabilidad y peligro. Estados Unidos debe tener en cuenta que ser una superpotencia no es esto, sino precisamente buscar la paz global, que parece interesa muy poco a las dos superpotencias de la Guerra Fría, Rusia y Estados Unidos. 

La mezcla de asuntos económicos, territoriales y agresiones es explosiva y se puede ir de las manos en cualquier momento. Nos condena a una situación de dependencia económica cambiando de socios, deshacer lo que se había construido en décadas, todo un tejido comercial, productivo y energético que se vuelve hostil, un arma de control, tal como está haciendo Rusia con la energía en Europa. Las relaciones económicas con China tienen puntos oscuros, pero pueden ser tratados en negociaciones. Un conflicto armado es otra cosa y hace varios años que se multiplican los intentos de crearlos en distintos puntos, de la frontera India al Tíbet, de Hong Kong a Taiwán. El cántaro va demasiado a la fuente.

Gina Chon 20/07/2000

A Estados Unidos le preocupa poco Rusia; eso es cosa nuestra, de Europa, donde está el problema real. En cambio, le preocupa mucho China, pero porque no contaba con su crecimiento espectacular en unas pocas décadas y en la dependencia económica de muchos países. Si China es atascada, si funciona el muro que se quiere construir, las tesis de Peter Navarro se verán confirmadas y se producirá una reactivación de la producción en Estados Unidos. Para que esto se produzca, es necesario aislarla de los países cercanos y de sus compradores. Pueden, como hizo Trump, aumentar los gravámenes a todo el que fabrique allí, establecer sanciones, etc. 

Se trata, en fin, de hacer lo mismo que con Cuba, un bloqueo, con la diferencia de que lo que significan para el orden mundial ambos países. Lo que "funcionó" en Cuba, el aislamiento, es difícil que se pueda practicar sin riesgos excesivos con China. Cuba apenas tenía lazos con el mundo; China, por el contrario, tiene vínculos económicos con todo el planeta, que depende de su producción. La mención a Cuba no es casual: fue el intento de establecer una base de misiles soviéticos frente a la costa norteamericana lo que costó una crisis al borde de la guerra. Los rusos se retiraron. Ahora hay muchos puntos en común, China no quiere igualmente bases militares apuntando a sus ciudades.

La política exterior norteamericana, por mucho que diga, se centra en no perder ese papel doble de gendarme mundial y suministrador. Como bien dijo Trump, "de que sirve el poder si no lo puedes utilizar". Este poder es básicamente militar.  Los discursos de Biden o de cualquier otro demócrata solo varían en el tono, pero tienen el mismo interés final. El peligro para Europa es hoy Rusia, como estamos viendo cada día. Ampliar el conflicto a China para poder cambiar su signo económico e industrial es demasiado peligroso para todos.

Indudablemente hay muchos puntos de fricción en lo económico y en lo estratégico, pero esta no es la forma de resolverlos, sino en las instituciones creadas para ello, en las relaciones bilaterales, etc. Hay mejores formas que el modelo de Trump. Las consecuencias de no hacerlo las tenemos en Rusia y su política actual, que desconocemos hasta dónde puede llegar en su tensión. Ya ha costado decenas de miles de muertos y ha desencadenado una crisis mundial en muchos planos.

Si los discursos de Trump sobre China le dieron muchos votos, la estrategia de Biden no puede ser la contraria, el diálogo y la negociación de los puntos conflictivos. Biden trata de cerrar ese punto débil de su política, que sería considerada "blanda" o incluso "pro China". Eso es lo que ha lanzado a Pelosi y demás demócratas a intensificar el problema entre China y Taiwán, con los riesgos consiguientes. La idea es llegar a un cerco que vuelva a desplazar el poder a los Estados Unidos, con grandes riesgos para los demás.

Las consecuencias se están viendo ya, pero pueden ser muchos mayores. ¿Podemos imaginar una crisis doble, de energía (rusa) y de componentes (chinos)? No hace falta un esfuerzo demasiado grande. Siempre nos quedará el mercado norteamericano, claro. Ellos tienen energía, investigación y capacidad de producción a medio gas.

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