sábado, 24 de septiembre de 2022

La crisis del modelo autoritario

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Los países controlados por regímenes autoritarios parecen haber llegado a algún tipo de crisis, haber llegado a un pico en el que el descontento aflora. No es fácil dar salida al descontento, pero cuando esto ocurre se producen unos efectos peligrosos de retroalimentación: la represión del descontento produce más descontento.

Ayer hablábamos aquí de lo que ocurre en Rusia, portada de todos los medios mundiales. El orden de Putin parece entrar en crisis una vez que ha movilizado a la población. El rechazo a la medida se va incrementando hasta llegar a un punto que no somos todavía capaces de ver.

El caso ruso recuerda a las protestas juveniles norteamericanas contra la guerra de Vietnam. También entonces dijeron no a la guerra lejana. El caso ruso es de una guerra de proximidad, de vecindad y con anexiones contra el orden internacional. Hemos insistido mucho en ese aspecto porque me parece determinante del modelo de guerra, un modelo decimonónico de expansión de fronteras, en un mundo del siglo XXI. No hay país democrático que respalde a Rusia. Putin solo tiene a su lado dictadores y gobiernos autoritarios que ven en él el espejo paternalista en el que mirarse. Eso es para bien, pero también para mal. Ya se observan críticas de algunos que ven que su destino pueda estar demasiado vinculado al de su Big Brother Putin.

Putin es algo más que el zar de la Rusia del XXI; es un modelo de gobierno autoritario que se ha ido construyendo sobre diversas bases teóricas y que parte de la debilidad de la democracia como sistema de gobierno. Es un modelo, podríamos decir, napoleónico de gobierno. El siglo XIX tuvo a Napoleón como centro de reflexiones, en donde la figura del que es capaz de poner a sus pies a Francia y a toda Europa después tuvo muchos rendidos admiradores. El individuo excepcional está por encima de la masa obediente. Pero la excepcionalidad de Napoleón —admirada por personajes como el Julian Sorel de Stendhal o el Raskolnikov de Dostoievski— tiene poco que ver con la vulgaridad de Putin, surgido de las oscuridades burocráticas de la Unión Soviética, oficial de la KGB durante 16 años antes de dar el salto a la política. Putin es un anacronismo con suerte, una imagen proyectada y llevada con absurdos flashes de energía deportiva y combativa. Putin se ha hecho con el control del país a golpe de prebenda, de aliados dentro y fuera. Su fuerza es la de la corrupción, no otra. Es la las capas de oligarcas, de beneficiados en los negocios, de los políticos exteriores a los que se les asegura el futuro.

La teatralidad de Putin es la del que quiere impresionar y convencer para ser obedecido. Pero los tiempos son otros. Los rusos han aplaudido hace unos días en los desfiles militares en la Plaza frente al Kremlin, en el centro de Moscú. Pero una cosa es aplaudir a los que van de uniforme y desfilan y otra desfilar tú, con el uniforme puesto, camino de Ucrania. El panorama es otro, algo muy diferente. Putin tiene su "Vietnam" con sus protestas.

Los dictadores que le ayudan y animan, como Bielorrusia y Chechenia se pueden poner nerviosos ante lo que ven en Rusia. Si allí se produce un cambio, lo que puede ocurrir es difícil de calcular.

No es el ruso el único caso estos. Lo que está ocurriendo en Irán también supone un desafío al férreo régimen de los ayatolás. Si Putin es decimonónico, el modelo de Irán es de las cavernas. Los casos de brutalidad han creado indignación y esta se manifiesta en las calles con miles de personas, especialmente jóvenes. Los muertos, como decíamos antes, retroalimentan las protestas y el régimen puede verse comprometido seriamente. Ya ha sacado a sus fieles a la calle.

La respuesta del gobierno iraní es —como siempre ocurre en estos casos— decir que los movimientos son producidos por extranjeros, por gente que quiere debilitar su perfecta forma de gobierno. En Irán no hay problemas; solo intromisiones desde el exterior. Extranjeros, ateos, apóstatas, herejes... son el enemigo.

De nuevo hay que observar si estamos en un punto crítico, un momento en que las respuestas no acallan sino que obtienen más contestación, más indignación. El régimen de los ayatolás es de enorme dureza y control, de vigilancia policial a los que están dentro o a los que están fuera.

El origen del género en el conflicto iraní es importante y puede tener su propia deriva. Pero es más fácil que inicie una respuesta enérgica, como muestran los muertos que han causado las protestas. También es más fácil que tenga, como está teniendo, apoyos internacionales a través de la solidaridad de las mujeres de todo el mundo, lo que pone más nerviosos a los ayatolás y seguir con su campaña de que son los extranjeros los que quieren derribar al régimen.

El autoritarismo se muestra de muchas formas, con variantes locales. Putin también se ha colocado un cirio en las manos para recibir las bendiciones nacionalistas del patriarca de Moscú, que aplaude que vayan a acabar con los gais ucranianos y así salvar almas y familias. La lucha interna de Putin con los gais ha sido intensa, pero logró acallarla con el miedo y la represión. Ahora la amenaza es otra y todos los rusos temen por sus destinos, enviados a una guerra a la que no quieres ir. Puede que Putin no contara con la resistencia ucraniana; tampoco los rusos que le aplaudían contaban con que los esperaran a la salida de facultades, metros y aparcamientos para entregarles una orden de movilización y mandarlos a la guerra que ahora, definitivamente, no entienden.

Los rusos se van, en lo que ayer llamábamos una "desbandada"; los iraníes buscan las rutas del exilio, como lo han hecho los afganos saliendo en masa, muriendo por intentar subirse a un avión en pleno despegue o cayendo en las fronteras cuando quieren salir del país.

El autoritarismo ha tenido su momento, pero es cierto que las contestaciones aumentan en esos espacios en los que quieren que reine el silencio. El mundo es hoy de otra manera; podemos ver lo que antes no se veía gracias a millones de teléfonos con sus cámaras. Nos muestran la represión en Rusia, a la niña llorando porque se llevan a su padre; la paliza dada a una mujer iraní que se arranca el velo; los golpes a las que se manifiestan en Afganistán... Y eso llega cerca y lejos, dentro y fuera de las fronteras. Se anula la propaganda, los discursos falsos en los medios oficiales y alguien aparece con un cartel diciendo "¡todo es mentira!".

La idea de que la democracia es débil y los dictadores son fuertes es simple, pero choca con el problema de la paciencia del pueblo. Es fácil favorecer a unos y sembrar la discordia, pero la represión siempre obliga a más represión y acumula ira que acaba estallando. Lo hemos visto anteriormente.

Ya no es tan sencillo aislar pueblos enteros para contarles un cuento de buenas noches antes de mandarlos a dormir. El modelo autoritario, por muy paternalista que sea, choca con los deseos de paz y tener una mejor vida. Es difícil convencer a la gente que la guerra es una vida mejor o que la colocación del velo te pueda costar la vida.  Da igual que les vendas la felicidad en la Tierra o en el Paraíso. La fea realidad asoma tras la máscara.


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