Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Rusia y
China se han opuesto a la condena del Consejo de Seguridad, uno de los órganos
más inútiles por la nueva perspectiva, a la farsa montada para justificar la
invasión rusa. El órgano que se hizo para evitar confrontaciones, ahora es un
escenario de inútil cacaero en el que se impide que las potencias con derecho a
veto sean condenadas por lo que hacen. Es la inversión de la racionalidad y la
negación de la funcionalidad de las Naciones Unidas. Lo que se hizo para evitar
las guerras, ahora es incapaz de condenar a quienes las organizan. Pero nadie
se engaña. Las consultas en los territorios que se anexionan no son más que una
farsa de mal gusto y peor ejecución, una muestra del "nuevo orden ruso",
un sistema imperial rancio, violento y casposo, un intento de Rusia de ir hacia
el pasado en vez de pasar páginas de la Historia para evitar repetir lo que
acabó siendo su ruina, la imposición sucesiva de zares de todos los colores, de
sangre azul o de roja ideología, ahora de negrura burocrática y mafias
empresariales, esos oligarcas que son
la nueva nobleza zarista, la criada a la sombra y ubres de Vladimir Putin, ex
KGB.
Los
expertos nos hablan de los fines de control geográfico de las anexiones, de
salidas y entradas al mar, de líneas de seguridad, etc. Pero
"seguridad" no es "paz". Si creas unas condiciones de
guerra, tus fronteras serán siempre un lugar de riesgo elevado porque los
demás, desde el otro lado de la frontera, tendrán que acumular defensas para
evitar ser los próximos engullidos por la voracidad insaciable rusa. El imperio
ruso ha crecido con esta mentalidad teniendo siempre fronteras calientes y
siendo incapaz de políticas de buena vecindad, es algo que no pertenece a su
mentalidad ni a su genética histórica.
Cuando se dice que Putin ha logrado lo contrario de lo que planteaba es cierto. Pero cuando se trata de dictadores, el proceso se puede invertir y dar por gran logro lo que supone en realidad una fuente de conflictos permanentes, intranquilidad futura. ¿Busca Putin estar en una situación de preguerra durante décadas? ¿Es eso lo que aplaude hoy el pueblo ruso, llamado a manifestarse en las plazas de sus ciudades agitando banderitas, soñando con una gloria futura que se les escapa?
En
realidad no solo se les escapa la "gloria", sino la economía. La
razón es sencilla: Europa puede pasar uno o dos años de falta de energía con
inviernos fríos y veranos calurosos. Pero Rusia no se puede permitir, en cambio,
dejar de vender, seguir invirtiendo en material bélico y defensivo. Cuando
Europa tenga garantizado el gas y demás elementos con los que se nos presiona, se
acabó el poder ruso. ¿Intentará entrar en guerra cuando la evidencia de lo
ocurrido nos dice que no ha podido desarrollar una "guerra en
condiciones", que los generales se han llevado la manos a la cabeza, que
los soldados no sabía qué hacer, cuando se le escapan por las fronteras miles
de personas que no quieren ser reclutadas para una guerra que es de su presidente, cuando tiene que
reclutar mercenarios entre los convictos de las cárceles, etc.?
Hace
tiempo que los analistas hablan de una especie de huida hacia adelante. En
RTVE.es se titula en la primera línea de su página web "La anexión rusa de
territorios ucranianos, una nueva fase de la "desesperación" de Putin
en la guerra: "Está acorralado"", en artículo firmado por Laura
Gómez Díaz. Sin embargo, la siguiente línea tras los titulares "Moscú
prepara el escenario para afirmar que en la guerra se está defendiendo y no
atacando, según los analistas",
que sería lo contrario. Esa afirmación del texto no es el futuro, es el pasado,
el inicio de toda la operación de invasión de Ucrania. Putin "ataca"
cuando "se defiende" él o dice "defender a otros". Si Putin
dice que el territorio anexionado es ahora ruso y cualquier intento de
recuperarlo por parte de cualquiera —ucranianos o no— será considerado como un
ataque que desencadenaría una respuesta bélica, Putin se está condenando solo.
La
pretensión de Putin de que lo que dice es la verdad solo tiene un sentido
interno, un sentido hacia el pueblo ruso, que es el que tiene que responder por
las alegrías de su "señorito". Los que van a la guerra son los que no
quieren ir, por lo que la situación que Putin pretende forzar no hará sino
complicarle más las cosas internamente hasta que la cuerda se rompa. Si con una
"no guerra" los rusos salen en desbandada, ¿qué ocurrirá si declara
realmente una guerra?
Esa es
la gran pregunta que desgraciadamente solo se puede resolver en el campo de
batalla, en el ucraniano y en el ruso, con la amenaza (esa es la base) de
extenderlo al resto de Europa, que Putin considera débil, inestable y,
especialmente, desintegrada por los avances de la ultraderecha y la
ultraizquierda (recuerden quiénes se oponían aquí al apoyo a Ucrania, quiénes
eran los "partidos de la paz"), que han sido financiados —sean
conscientes o no— desde la desestabilizadora Rusia a lo largo de años.
Todas
las cosas que nos decían de Rusia, todo aquello que sonaba tan conspiranoico y
que llevó a tener que desarrollar leyes contra las intromisiones electorales de
los hackers financiados desde Rusia en determinados países, que se veían
atacados con desinformación en momentos clave, todas aquellas cosas, han
adquirido sentido al ver cómo Putin ha manejado los diferentes hilos
desarrollados por toda Europa, de los "amigos personales" (Schroeder,
Berlusconi...) a los grupos independentistas que esperaban esperanzados el
reconocimiento ruso a sus secesiones de los estados, es decir, el mismo
reconocimiento que ahora se les da a los prorrusos ucranianos pero sin anexión
en segunda fase.
El
problema de Rusia se llama Putin. No la lleva a la gloria ni al desarrollo ni a
la paz. La lleva al aislamiento, a la pobreza, al conflicto. Es el plan del
dictador que se considera inmortal y que inevitablemente dejará como herencia
problemas y más problemas, pobreza de la que responsabilizará a los demás, a
las conjuras contra ella, al odio que el mundo les tiene por su propia
superioridad mesiánica. Salido de la oscuridad de la KGB, Putin no ha cambiado
su mente. Esa era su forma de pensar, convertida en forma de actuar: hacer
desaparecer a los disidentes encerrándolos o haciéndolos saltar por las
ventanas, envenenándolos allí donde se encuentren.
Putin
no es un líder; es un dictador de vieja usanza. Usa a todos para un objetivo
que no es la gloria rusa, sino la ampliación del poder personal, del control de
hacer su santa y ortodoxa voluntad.
Como los viejos dictadores, ha mezclado la sangre eslava con la religión eslava
con una visión de la "Santa Rusia" que ha tomado prestada para
conectar con un pueblo en donde el sentir retrógrado está demasiado extendido
porque es la dirección en la que los popes les han guiado, justificando el
dominio dictatorial y rechazando cualquier proyecto ilustrado, progresista, que
les saque de esa dependencias de patriarcas, patronos y padrecitos, todos con la misma raíz. Por algo será.
Dice un titular de El Mundo "Vladimir Putin defenderá con armas nucleares sus nuevas fronteras ante la amenaza de Occidente, la "rusofobia" y los gays". Parece una broma si no fuera porque es lo que se ha difundido por Rusia: nos amenazan, nos odian y nos quieren pervertir. Contra esto ultimo, Putin ha tenido el apoyo expreso del Patriarca de Moscú para la invasión, deseoso de liberar de la tiranía gay a Ucrania. Es la Santa Rusia en pleno, el zar y sus acólitos defendiendo la pureza, a Dios mismo, en cuyo nombre actúan. Y, mientras, los rusos siguen huyendo de la gloria prometida.
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