jueves, 1 de septiembre de 2022

La oscuridad de neón

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La política parece tener una sola ley, la del derribo del contrincante. Los medios se han acostumbrado a ello y lo alientan. La polémica, como ya nos explicó Deborah Tannen, en su obra La cultura de la polémica (1999) pasa a ser una forma dominante de discurso. Ha pasado bastante tiempo desde las observaciones de Tannen. En la página 112 de la obra, Tannen cita a Kenn Walsh, un corresponsal en la Casa Blanca. Este comenta que años atrás cuando decía cuál era su trabajo, a la gente le parecía "muy interesante", pero ahora señala Walsh le cometan "¡Qué diablos os pasa a los medios de comunicación!" Tras citar esa fuente exterior, Tannen escribe:

Esta transformación en la cultura popular es ciertamente palpable. Hace años, en el cine, cuando la policía no conseguía resolver un crimen, el guión recurría al clásico papel del reportero que siempre daba con el asesino. En la actualidad podemos ver películas como Mad City, donde Dustin Hoffman interpreta a un reportero de televisión que intencionadamente agrava una situación en la que intervienen rehenes, en beneficio propio. (Tannen 1999: 112)

La observación es atinada porque el "buen reportero", alguien que ayuda a resolver problemas donde otros no llegan, pasa a ser en esa cultura popular citada la fuente de los problemas con el deseo de sensacionalismo y una grave falta de ética. Hemos pasado del medio que aclara al medio que oscurece, que revuelve las aguas creando turbulencias sociales de las que se aprovecha para atraer la atención.

Más recientemente podemos encontrarnos con películas como Nightcrawler (2014), una película nominada al Oscar al mejor guión que precisamente nos muestra el carácter morboso que van adquiriendo los medios para conseguir más intensas (y extensas) reacciones de los espectadores.

Cuando Tannen escribió su libro, en 1998 en su edición norteamericana, las redes sociales solo estaban comenzando en gran parte del mundo. No había un acceso tan generalizado como lo hay hoy y la idea de una conexión permanente no se había instalado en nuestras vidas. 24 horas de recepción  y búsqueda, 24 horas de acceso continuado, de lucha por nuestra atención, el bien más buscado.

El cambio ha sido tan rápido que ha arrastrado a los medios tradicionales, que no han sabido enfrentarse a esta gigantesca explosión en la que todos compiten con todos, en las que las entradas de información son permanentes, con distribución casi instantánea de información, sin verificaciones ni forma de controlar los efectos.

Cada vez son más las personas que desconectan de las redes, que hacen sus periodos de higiene mental por los peligros que trae la exposición continuada. Del niño acosado en la escuela a la campeona de Tenis, todo están expuestos a una forma de ser empaquetados y difundidos que no conoce respiro ni límites.

Frente a la profesionalidad, las redes imponen el anonimato y lo que unos lanzan otros lo repiten por el simple hecho de que ya está ahí, circulando, imparable. Todos quieren lanzar la primera piedra.

Durante un tiempo se ha pensado que la prensa profesional estaba ahí como una garantía, como una muralla frente a esos flujos peligrosos. Pero cada vez más comprobamos que no es así. Los contables y gerentes toman las riendas de la información y exigen más intensidad y menos costes, que es la receta de la época; llamativo y barato. Lo que no es transcendente se intensifica mediante los tratamientos retóricos, las titulaciones exageradas o inquietantes.

La barrera que señalaba Tannen, el cambio del periodista al que la sociedad agradecía su profesionalidad al ponerla al tanto de todo aquello que necesitaba saber, se rompió ante la nueva perspectiva. En meses, hemos visto como grandes periódicos internacionales, como serias cadenas de televisión, se transformaban en parcelas donde se diversificaba la siembra. Zonas de seriedad, cada vez más acosadas, y zonas de trivialidad llamativa, la verdadera materia prima de una nueva sociedad que no quiere realmente saber. ¿Para qué? Quiere ser entretenida, ver el gran circo en el que se comen unos a otros, en el que se polemiza sin fin.


La facilidad para obtener imágenes ha sido la gran oportunidad para los escándalos. El mundo se ha inundado de imágenes que van de las fiestas de Boris Johnson y sus amigotes hasta las últimas monerías de su mascota o el baile ensayado con su vecina. Fotos y vídeos, podcast, etc. ha cambiado el sentido de la expresión "medios de masas". Ya no son las masas las que reciben, sino las que producen a través de una ingente cantidad de personas deseosas de contribuir unos segundos a la ceremonia de la confusión.

De ese océano mediático masivo salen las imágenes que dan la vuelta al mundo, las que tienen la capacidad de dar codazos a aquellas otras con las que compiten. La atención es limitada y selectiva. Dar el salto de la trivialidad a lo serio es cada vez más difícil. ¿Cómo definir lo "serio"? No es fácil, quizá sea aquello que nos importa sin que lo sepamos; aquello que desconocemos, pero que nos es imprescindible. La función del buen Periodismo es precisamente hacernos conscientes de todo ello. 

En un mundo como el actual, en una crisis profunda, es necesario comprender para poder decidir y actuar. Pero parte de nuestra crisis tiene su origen en la propia cultura producida por nuestro entorno. Hay un punto en el que la calidad informativa se nos hará extraña, no la sabremos apreciar porque no la reconoceremos. Esta cultura de exceso y trivialidad, de la polémica como atracción, crea sus propios públicos y estos su demanda, aquello que les satisface.

Llegará un punto en el que será imposible luchar contra esta oscuridad de neón. 

Tannen, D. (1999) La cultura de la polémica, Madrid, Paidós.

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