miércoles, 4 de noviembre de 2020

Terror y prestigio

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


El atentado ocurrido en Viena desplaza el foco del terrorismo islamista pero confirma que los mecanismos subyacentes siguen ahí, funcionando inexorables en una situación compleja y difícil de medir y prevenir. El atentado en Austria nos muestra de nuevo la carrera por el "prestigio" islamista, en la que compiten diversos grupos alentando estas formas de castigo indiferenciadas que convierte en potencial víctima a cualquiera que esté en la periferia del mundo dogmático.

Apuntamos esta comprensión del fenómeno con Francia y los ataques personalizados en Macron, un detalle importante en la forma de radicalización, que normalmente se mueve con conceptos más amplios, como "Occidente", los "cristianos", los "judíos", "Europa", etc., pero que esta vez ha adquirido un rostro reconocible, quemable, tachable, pisable, etc. todas ellas operaciones mediante las que se puede reunir a grandes grupos, algo que cimenta el prestigio. El islamismo ha conseguido un objeto primario, las llamadas "las caricaturas de Mahoma", que actúa como justificante, como objeto "tabú" y transgresión inicial, y otros secundarios, que van de los conceptos generales a rostros concretos, como el del profesor asesinado, Samuel Paty, o el del presidente de Francia, Emmanuel Macron. Esta oscilación entre lo concreto y lo genérico es usada convenientemente para el entrenamiento del odio, que es lo que se busca en última instancia, establecer una barrera preventiva ante la creciente influencia occidental por la globalización.

Los Hermanos Musulmanes fueron una reacción frente a los británicos en Egipto, como lo fue la creación de la línea wahabita en Arabia Saudí. A la distinción teórica entre "creyentes" y "no creyentes", se le superponen otro tipo de enfrentamientos y distinciones cuya función es precisamente la delimitación del grupo, el agrupamiento frente a la expansión occidental, en estos tiempos, a través de fenómenos como la globalización o, incluso, el turismo, víctima habitual, como sabemos en países como Egipto o Túnez.

El odio es un gran canalizador de energía y la frustración por las evidentes diferencias entre el desarrollo de los que se creen elegidos y guiados por Dios y los que han apostado por fórmulas laicas, como ocurre en Occidente, crean un problema que solo les es posible asimilar desde una demonización del otro.

La auto percepción virtuosa del mundo islámico tiene una doble necesidad: considerar a los radicales como "no representativos", por un lado, y, a la vez, intentar, mediante las protestas y ataques institucionales no ser acusados de "occidentalismo". Los problemas que esto plantea son múltiples, pues el riesgo es la marginación de la comunidad internacional, un riesgo que en un mundo interconectado informativa y económicamente es impensable.


Los ejemplos de estos son muchos. Señalamos ya el de Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco, empeñado en jugar con todas las barajas. Desde que Erdogan percibió con claridad, precisamente por la fuerte oposición francesa por boca de algunos de sus más prestigiosos líderes, de que no podría formar parte de la Unión Europea, convirtió su liderazgo es islamista, lo que le ha servido para conseguir cambiar el país, que se había mantenido por encima de lo religioso institucionalmente. Erdogan desmanteló la parte laica y opositora de su partido e ideología islamista y decidió ganar la voluntad de los turcos despertando en ellos la idea de la resurrección del imperio otomano y el enfrentamiento con Occidente, que ha llevado hasta el corazón alemán de Europa, donde han tenido que frenarle los pies. No es casual que los ataques a Occidente, a Francia y a Macron hayan venido de quien se ve a sí mismo y, sobre todo, quiere que le vean como un líder espiritual islámico, como un guía que cumple los designios y se ajusta a los mandatos divinos.

Al competir con su rival Erdogan, en Egipto se ven obligados a la condena y a preconizar su visión islámica ante los ojos del mundo, jugando al liderazgo. Al-Sisi necesita más mano izquierda pues a sus lazos de dependencia militar de los Estados Unidos y económica de Arabia Saudí se le junta el problema del islamismo interior, el desarrollado principalmente por los Hermanos Musulmanes, a los que sacó del gobierno mediante el "no-coup", que los mandó a la cárcel, al exilio o a la muerte. Al exilio fueron preferentemente a la Turquía de Erdogan y a Qatar, con quien mantiene una dura pugna, pues además de tener apoyos externos fuertes, posee la cadena Al-Jazeera, motivo de disputa y a la que exigieron cerrar diversos países aliados, como Arabia Saudí, Egipto y Jordania. Entra aquí no solo la cuestión religiosa, sino la propagandística que dan los medios. La cadena qatarí es el principal foco de tensión precisamente porque viola el pacto (ya hemos hablado de esto en ocasiones) existente entre varios países de no acoger a los disidentes. El asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi, ordenado por las autoridades saudíes, ocurrido precisamente en Turquía, donde residía, nos sirve de ejemplo de estas luchas internas.


El control social se realiza mediante la religión; es un control religioso que, como en Egipto, se realiza desde la prédica de las mequitas oficiales, con sermones de los viernes aprobados por el ministerio pertinente. Desde allí, por ejemplo, se condenan las huelgas de funcionarios como anti islámicas y se tratan de establecer variables "moderadas" del discurso religioso, algo que al-Sisi pide cada cierto tiempo y que los clérigos de la Universidad de Al-Azhar no acaban de darle.

El recurso permanente a las caricaturas de Mahoma como forma de soliviantar a la gente y crear una barrera intelectual por un lado, pero a la vez, crear lazos fuertes de odio, es decir, negativos, muestran el juego desarrollado y las terribles consecuencias.


Los grupos radicales usan estos hechos para arrastrar a la gente a la calle contra esos enemigos, de los concretos Samuel Paty y Macron, a los generales "Francia", promoviendo el boicot a sus productos, o un todavía más general "Occidente".

El terrorismo da prestigio a quien lo ve de esta manera. No es casual que estos últimos atentados sean realizados por gente muy joven (18 y 21) o todavía menores, como fueron los últimos en España. La acción no se produce generalmente entre los más viejos, sino entre los jóvenes, en general de baja autoestima, pequeños delincuentes, dados al alcohol, a las drogas y al juego. La función de los "viejos" es precisamente la de seducir a los jóvenes, enseñarles el verdadero camino a la gloria, algo que les devolverá el orgullo ante su familia y ante la comunidad, que losa califica de mártires, muertos por hacer justica.

Para que eso funcione, son necesarias esas manifestaciones, condenas masivas, etc. que hace que los gobernantes ganen prestigio y no lo pierdan por las críticas al ser acusados de tibios, de malos creyentes, etc. En este contexto, todo lo malo que ocurra será, como ocurrió con las derrotas de Nasser, fruto de su falta de piedad.

Las condenas oficiales, las manifestaciones masivas en las calles y el asesinato terrorista forman un continuo complejo y dinámico, en el que el calentamiento de las masas, como hace Erdogan, acaba teniendo sus frutos en los actos terroristas. Las condenas de los atentados adquieren un tono retórico, con el que pretenden satisfacer tanto a los del exterior como a los del interior. Se reivindican así, tras encender las mechas, como pacifistas, como caras amables de una sociedad a la que, entre unos y otros —gobiernos, opositores, grupos islamistas, etc.— están soliviantando de forma permanente.

Los intentos de silenciar a Europa o, sencillamente, dictar la forma de vida o pensamiento de los demás, no van a tener respaldo. Pero no creo que sea eso lo que realmente se busca. Más bien se trata de escenificar una indignación, que no puedan ser acusados de inactivos ante lo que ellos mismos consideran como "ataques", pero cuya intención es muy otra.

Los grupos islamistas necesitan esos enemigos, esos rostros u objetos, de Paty y Macron, de las caricaturas. Lo necesitan para extender su discurso y ponerse al frente de las protestas; lo necesitan para erosionar al poder, allí donde son marginados, si no cumplen al denunciar los agravios. Los límites del poder son muchos, pero los del terrorismo no. Lo que comienza en palabras no tarda mucho en encontrar un brazo ejecutor que busca ese prestigio de pasar de la nada al orgullo familiar y ante la comunidad. De la nada al respeto social al mártir, tal como saben que muchos los considerarán. En medio, una manipulación infinita, luchas de poder y prestigio. Un camino de enfrentamientos, de dolor y muerte.

 

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