martes, 10 de noviembre de 2020

La batalla contra la desinformación

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Está claro que no podemos vivir sin polémica. La "nueva política" era, finalmente esto. Ni en las situaciones más extremas gobierno y oposiciones son capaces de sentarse a hacer algo que les dure y estén de acuerdo. Ni el ejemplo de lo que ocurre en los Estados Unidos es suficiente para verle las orejas al lobo del hartazgo y del enfrentamiento, según lo que te pida el cuerpo antes este continuo rifirrafe. Esta vez toca el tema de la "noticias falsas".

Las campañas de desinformación son un hecho. Llevan sobre la mesa ya cierto tiempo y muchos países han tomado medidas para tratar de minimizar el efecto sobre momentos específicos de la vida política, especialmente los periodos electorales en los que estos flujos masivos de información distribuida tratan de sembrar confusión y alterar los resultados. Casi todos los países que han tenido elecciones estos años pasados han tenido este problema al que deberían ser todos sensibles. Pues en España no. ¡Habría sido tan fácil ponerse de acuerdo sobre un plan común ya que, salvo algunos que se benefician de ellas, nos afecta a todos! ¡Pero no! Hay que rasgarse las vestiduras e ir a Bruselas a quejarse, la última moda española.

En La Vanguardia han recogido este tema que compite con Trump, Coronavirus y el deporte. Allí nos explican las reacciones de Europa:

Para la Comisión Europea, no hay un ministerio de la verdad, como denunciaron PP y Ciudadanos. Bruselas no ve indicios de que el mecanismo contra la desinformación aprobado por el gobierno español vaya en contra de la libertad de prensa.

El aval a este mecanismo ha llegado a través con las declaraciones del portavoz del ejecutivo comunitario, Johannes Bahrke: “En cuanto a la libertad de prensa, está muy claro, en general, que cualquier enfoque en el área de desinformación debe respetar la certidumbre legal y la libertad de prensa y de expresión. Pero digo esto como comentario general. No tenemos motivos para creer que esto ocurra en el caso español”.

La Comisión Europea está informada sobre este mecanismo para detectar y prevenir las campañas de desinformación, y considera que “afrontar la desinformación a nivel nacional y europeo es un tema importante, más en las actuales circunstancias de la pandemia del coronavirus, que ha llevado a un aumento dramático de la información falsa o engañosa, incluyendo intentos de actores exteriores para influir en los ciudadanos y en el debate de la UE. Asumimos esto muy seriamente”.*

No puede ser más claro. Pero lo más irritante es que seguimos anclados en el tremendismo político, en el infarto diario por irritación; seguimos en un frentismo divisorio que ni escucha o lee, solo se altera. La "nueva política" se hace literalmente vieja por repetición, por aburrimiento, por desolación.

El problema de las noticias falsas es un problema real. Los medios norteamericanos acaban de dar una lección de responsabilidad y valor al etiquetar las mentiras de su propio presidente, me imagino que con gran dolor en su corazón. Allí, el "ministerio de la verdad" era la propia presidencia. Ya sea desde la Casa Blanca, la FoxNews o los sótanos coreanos, rusos o chinos, según tocara, la población ha sufrido este tipo de noticias falsas hasta en la sopa. Y la ha exportado al mundo, que no se nos olvide.

En España hemos padecido distintos tipos de desinformaciones, las que provienen principalmente de la difusión de rumores creados expreso para actuar en determinados puntos sensibles. La detección de flujos de información provenientes de Rusia en los procesos de Cataluña ha sido confirmada por varias investigaciones. Lo mismo ha ocurrido en las campañas del Brexit en Reino Unido. Como tratamos aquí ya hace años, la ultraderecha europea, con la francesa con Marine LePen al frente, ha recibido financiación, los créditos que no se le daban en sus propios países. La idea de Putin es sembrar discordia y desconcierto en una Europa que le tiene sancionado. No hablemos del problema del radicalismo islamista y sus campañas informativas para captar futuros terroristas.

Vivimos en un universo mediáticos en donde los actos informativos son formas de actuar sobre la opinión pública, de moverla en un sentido u otro. Hay una enorme diferencia entre las opiniones, del tipo que sea, que van por los cauces identificables, a este tipo de informaciones que perjudican al propio sistema. El objetivo desde el exterior es una forma de acción a distancia, de guerra de bajo nivel, cuya función es confundir a una sociedad cada vez más crédula e ignorante precisamente por el exceso de información y la capacidad de disfrazarse de este tipo de fuentes.

Hemos creado un monstruoso espacio mediático-informativo en donde hay una parte que se hace responsable de la información que difunde y otra cuya función es precisamente sembrar la desinformación aprovechando los mismos canales.

En los Estados Unidos, los medios han tenido que desarrollar los sistemas de "fact check" para poder asegurar qué es cierto y que no en cuanto a los hechos. Ha sido un servicio casi centrado en Trump, la principal fuente de desinformación sobre temas relacionados con la cuestión de coronavirus y ahora con las elecciones y su resultado.

Pero hoy la gente no solo se informa por los medios tradicionales, sino que tienen unas fuentes —según las generaciones— que son usadas para hacer llegar instantáneamente mensajes a millones de personas. El propio presidente Trump vive pegado a su medio favorito, Twitter, desde el que lanza sus bombas informativas contra aquellos que son sus objetivos del momento.

En España, como en los Estados Unidos, nos bastamos para desinformarnos nosotros mismos. La guerra es tan abierta que no pierden tiempo en aplicar al otro el calificativo de mentiroso. La política española no se centra en hechos, sino en convencernos que lo que cada uno dice es verdad y que todo lo que el otro dice es mentira. Desde esta perspectiva, cualquier insinuación que se va a trabajar contra las "fake news" se vuelve, como ha ocurrido, en arma arrojadiza por la sospecha de ese tan cacareado "ministerio de la verdad", cita orwelliana que aplicar al otro totalitario.

Es cierto que las declaraciones del vicepresidente Iglesias no ayudan a nada. Su mundo es demasiado maniqueo como para no entender (y explicar) que el mal absoluto está siempre en los otros. De esta forma, España es el reino en el que todos se dan por aludidos de forma continua cuando se quiere regular algo.

Si otros países democráticos han podido, ¿por qué nosotros no? Una razón es esa incapacidad de pensar conjuntamente en términos beneficiosos para el país. Como cada uno se considera el "verdadero país", lo que dice pasa a ser una verdad necesaria, absoluta y salvadora. Esto es demasiado negativo para nuestra vida política y convivencia ciudadana, que está siempre en el límite peligroso.

Es necesario algún tipo de prevención ante los ataques informativos que buscan la manipulación de la opinión pública. Pero esto es complicado de alcanzar cuando tenemos grupos políticos y sociales que están deseosos de que esto ocurra ya sea por sus lazos exteriores o por el exceso de lazo interior, al que no se pliegan. Nuestra política está tan fraccionada y radicalizada que es difícil hacer una campaña falsa que no beneficie a alguien. El caso del independentismo es el más obvio, pero lo mismo ocurre con los grupos antivacunas, por poner dos ejemplos claros.

Esta política a cara de perro es cada vez más ineficaz, divisiva y peligrosa. Lo más sensato sería llegar a acuerdos  sobre cómo protegernos, pero es difícil hacerlo con este clima de enfrentamiento rentable. Hay que romper esta cárcel en la que se encuentran ellos mismos y nos acaban arrastrando a todos dentro. Hay encerrarse todos a consensuar soluciones que nos beneficien a todos. Esta cuestión de la protección ante la desestabilización informativa es un buen ejemplo, pero nadie quiere abandonar el campo de batalla.

Los medios deberían apoyar la defensa de la opinión pública frente a lo que se supone que va en contra de su propia función, la informativa. La desinformación no solo se combate con leyes y normas, sino sobre todo con buena información. Volvamos de nuevo los ojos a lo ocurrido en Estados Unidos en estos años y al papel decisivo de la buena información. De lo contrario, solo sustituiremos un tipo de desinformación por otro.

Siéntense todos y hagan el mejor plan de protección posible contra la desinformación, sistemas de detección y alerta. Es importante, no sea que, unos por otros, acabemos siendo el país peor informado de nuestro entorno, es decir, el más manipulable.

* Jaume Masdeu "Bruselas avala el mecanismo del Gobierno contra la desinformación" La Vanguardia 10/11/2020 https://www.lavanguardia.com/internacional/20201109/49361856102/bruselas-avala-mecanismo-contra-desinformacion-espana.html

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