Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo
primero que tendrá que hacer Joe Biden cuando acceda a la presidencia será
hacer una evaluación de daños reales y morales causados por Donald Trump en su
mandato, del que será difícil hacer un primer repaso. La profundidad de las
heridas está por descubrirse cuando los médicos políticos las laven y vean el
daño real que este hombre ha causado en su pesadilla.
Algunos
consideran que su salida de la Casa Blanca posibilitará una reconstrucción de
lo que se ha llevado por delante, mientras que otros no están tan seguros que
el terremoto trumpista no tenga réplicas y que haya grietas no perceptibles en
muchos de los edificios institucionales. Se habla más de la división social,
pero hay otros muchos campos en los que Trump ha creado conflictos de difícil
resolución y no hay garantías de que Biden y Harris no les toque ir
desactivando minas dejadas en su retirada. Muchos consideran inevitable esta
inspección preventiva y la negativa a informar al presidente electo de lo hecho
en la Casa Blanca, de sus secretos de estado es preocupante.
Hemos
analizado aquí la política agresiva de Trump en Oriente Medio como una forma de
sembrar peligros que creen una mayor dependencia de los Estados Unidos. Trump
crea el conflicto en las puertas de Europa y deja que los efectos inquieten a
sus "aliados" a los que él ha presentado como débiles parásitos del
poder norteamericanos y futuros clientes, no solo de armamento, como ya intentó
(Europa contestó con la puesta en marcha de su propio ejército y la fabricación
de su material militar, causando la irritación de Trump y su equipo). La vuelta
a un modelo de guerra fría, con Europa en medio, explica esta idea de convertir
a la Unión en cliente cautivo y obligado. ¿Pensaba alguien que la producción
norteamericana, más allá de los ricos dictadores árabes y los israelíes, la
iban a comprar otros que no fueran los ricos europeos?
enero 2020 |
La
labor exterior va a requerir una reconstrucción de relaciones. Pero, lo señalan
mucho, el mundo no volverá a ser el mismo. Se abre una "era del
recelo", por usar el título de una obra de la novelista Nathalie Sarraute.
Van a hacer falta muchos gestos de buena voluntad para volver a la confianza.
Tampoco
estamos seguros que el camino de Trump no sea seguido en determinadas líneas
por la administración de Joe Biden. Es una obviedad resaltar que Trump perdió
las elecciones por 6 millones de votos, lo que da un peso social enorme al
malestar que llevó a Trump. Esa América que le ha apoyado es el próximo
objetivo de los demócratas, hay que rescatar votos de ese inmenso océano de los
republicanos y Trump, una distinción que puede ser la clave en este futuro
incierto que se abre ahora.
La
estrategia política más elemental nos recuerda que no serán los europeos, los
chinos o los africanos los que votarán en estados Unidos. La política será
recuperar votos y eso solo se puede hacer haciendo concesiones para que se
estabilice el electorado. Puede que Biden tenga que usar la mano derecha para
unas cosas y la izquierda para otra; quizá reduzca la presión y mejore las
formas, pero su electorado está en los Estados Unidos y allí hay lo que hay.
Por eso
la idea de que nada volverá a ser igual se ha ido imponiendo. Más allá de las
simpatías a Biden, ha sido el rechazo a un presidente agresivo e insultante lo
que ha funcionado fuera. Eso está bien en la calle, pero en las instituciones
saben que Biden se debe al electorado y que tratará de evitar que el voto
republicano se consolide dividiéndolo con propuestas tentadoras. Por lo pronto,
según han manifestado cuenta con republicanos para ciertos puestos, según se
recogía en la prensa el otro día. Está tratando, igualmente, de conectar con
minorías que se pensaba que le votarían masivamente y, sin embargo, no ha sido
así, como por ejemplo los hispanos. La simpleza de que las maldades realizadas en la frontera se volverían masivamente contra
él no se ha cumplido. El voto latino ha estado muy dividido.
Trump
está aprovechando para sembrar en
estas últimas horas. Lo hace con perdones presidenciales, una inmoralidad
manifiesta ya que está sacando a los que le cubrieron las espaldas, los que le
hicieron el trabajo sucio y no quiere que se sientan demasiado descontentos por
si les diera por hablar más de la cuenta.
Lo
ocurrido en Irán es grave porque es una forma de crear un conflicto y dejárselo
en herencia, por un lado, y una bajeza por parte de Israel de cara a Biden, por
otro. La política de la violencia y la amenaza se resiste a dejar el campo
libre.
Todavía
queda tiempo hasta que el 20 de enero Trump salga de la Casa Blanca. Ya manifestamos
hace algunas semanas el temor a que algo de este tipo ocurriera, provocaciones que
tuvieran consecuencias críticas e irreversibles. La política de Trump es una
política de sí mismo, de desprestigio de la victoria de Biden sembrando dudas y
mentiras, repetidas una y otra vez, rechazadas y recriminadas incluso por los
jueces republicanos. Pero está la política detrás de Trump, la de quienes le
llevaron a la Casa Blanca y cuyos intereses solo se han entrevisto. Estos son
los peligrosos para la comunidad internacional. Hasta el momento, Trump es un
caballo de noria, dando vueltas y más vueltas sobre su rabieta. El problema es
lo que este humo está ocultando y si tratará de aprovechar en estos dos meses
escasos para crear conflictos, dinamitar posibilidades y rentabilizar al máximo
la inversión hecha en Trump.
Las acusaciones contra Estados Unidos e Israel por el atentado contra el jefe del programa nuclear iraní ya están en los medios de los países enfrentados. Están como suposición en los medios de los aliados. Esta forma de actuar no es la más adecuada para hacer amigos o aliados. Un atentado es un atentado.
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