lunes, 2 de noviembre de 2020

Una lección

Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Han hecho más por la sensibilización ante la pandemia ese puñado de chicos y chicas de Logroño que han cogido escobas y bolsas de basura que todas las campañas publicitarias, eslóganes de los políticos y explicaciones y especulaciones de los expertos en este tiempo. Las imágenes de la recogida de basuras, puesta en pie de los contendores derribados por los "vándalos pedigüeños de libertades" les han dejado en evidencia. Las razones que han dado son de orden social y especialmente moral: no quiero que mi madre se deslome barriendo lo que estos derriban y la reacción al ver su ciudad asaltada y quemada por los energúmenos partidarios del "ocio nocturno" y demás actividades esenciales. Digo que son de orden moral porque han puesto a los demás, el interés común, por encima del egoísmo descarnado que algunos están practicando con contundencia.

Conforme avanza y empeora la situación, los estragos son grandes y la necesidad de volver a repetir una y otra vez lo esencial queda relegada por las novedades y la búsqueda de protagonismo mediático.

El mensaje de los jóvenes de Logroño es muy claro y sencillo frente al caótico de los manifestantes violentos. Orden y caos. Los que destruían y desordenaban se han visto rectificados por los que han recompuesto los destrozos causados por esa reivindicación incongruente y ridícula de escucharles gritar "¡libertad!", palabra demasiado noble como para ser usada por los energúmenos, clasistas y egoístas reivindicadores de no se sabe muy bien qué, ¿quizá del derecho de robar bicicletas y venderlas horas después en Wallapop, como ha sido el caso del ladrón de la otra noche, joven emprendedor donde los haya?

Los que han salido a limpiar las calles con sus cubos y escobas, limpiando las basuras que los violentos héroes de la libertad habían esparcido, han dado una lección más allá de los energúmenos. La lección ha sido, como decíamos, de compromiso con los demás, algo que falta bastante en estos tiempo del "cómo va lo mío" y del "yo, yo, yo", donde el mundo está a mi servicio y capricho.


He dicho que puedo entender la frustración de quien no puede trabajar, pero en esta situación de emergencia lo que anteriormente era horizontal, ahora se vuelve vertical, jerarquizándose lo que es importante para todos de lo que es importante para unos, por muchos que estos lo quieran. Lo esencial y lo prescindible es difícil de diferenciar para los que no ven más allá de ellos mismos.

Este coronavirus es muy particular en sus formas de seleccionar a sus víctimas, un acto que deja en nuestras manos, ya que somos nosotros los que facilitamos el contagio. El virus se limita a seguir nuestras preferencias.

En estos días escucho testimonios de amigos que han sido contagiados por amigos en inocentes encuentros en terrazas para saber cómo les iba a la vida y ¡cuánto tiempo sin vernos! Familias en las que solo un miembro, un par de doras, bajó la guardia y ahora están todos en cuarentena o a la espera de resultados de los análisis.

La actitud suele variar muy poco: no acaban de entenderlo, ¡si fue un minuto! ¡Si solo se quitaron la mascarilla para el café! etc. Hay cierta perplejidad, cierta sorpresa, mezclada con un sentido de culpa, de haber fallado a sus familias, que ahora se encuentran contagiadas.

Por eso no entiendo la actitud de lo que anteponen lo que les gusta, divierte o favorece, frente a una ética del comportamiento responsable, de sacrifico de lo propio en beneficio del conjunto. Pero, ¿es eso lo que enseñamos cada día? ¿No será más bien lo contrario? Quizá sea o no sea el momento del moralismo, pero sí de la moralidad, como han demostrado los jóvenes de Logroño, dando una lección a muchos que predican el egoísmo productivo. Me vienen a la mente las estafas y engaños en los primeros momentos del confinamiento de marzo, los negocios turbios para traer a España materiales que hacían falta y de los que nunca se ha dado una explicación convincente, de quiénes era aquellos "emprendedores" visionarios.

¿Recordamos que hubo que fijar el precio de las mascarillas por decreto para evitar el sangrado económico de los precios oportunistas? El mayor escándalo de estos meses ha sido descubrir cuánto cuesta una mascarilla en Portugal y cuánto cuesta en España. Las imágenes de los españoles cruzando la frontera con miles de mascarilla (pensamos que para sus uso personal y familiar) han sido muy impactantes. ¡Es el mercado!, nos dicen. ¡Pues vaya con el "mercado"!

Creo que los jóvenes de Logroño nos han devuelto algo de ilusión y energía. También han dejado en videncia a los que buscan sacar tajada de esto ya sea en las urnas o los negocios o para su simple solaz egoísta. El futuro está en ellos y con ellos. Esperemos que crezcan pronto y manifiesten ganas de ayudar, de servir a sus comunidades y no a servirse de ellas, que de esos parásitos ya tenemos muchos.

Deberían aprender los que siembran caos y violencia, los que agitan los hilos o simplemente los que se aprovechan para vender las bicicletas robadas. No creo que lo hagan, no soy tan ingenuo.

Dice el presidente del gobierno que somos "ellos", que nuestro país es esto. Pero no hay que engañarse: somos ellos y los otros. La vida es así, siempre hay escoger de qué lado quieres estar, de los que ensucian o de los que limpian, de los que aclaran o de los que confunden, de los que se juegan la vida por y de los que te la tienes que jugar por su irresponsabilidad. Sí, me gustaría ser como ellos;  me gustaría que el futuro fuera con ellos.

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