miércoles, 25 de noviembre de 2020

El dilema del pavo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Las apabullantes cifras de contagios en Estados Unidos —serán la estela de la era Trump por mucho tiempo— no frenan el deseo irresistible de compartir el pavo esta semana por Acción de Gracias, la fiesta más hogareña específicamente norteamericana. No hay campaña, ni instrucción que consiga frenar esta tendencia, según recogen las noticias en el boletín de la CNN.

En la página web de la cadena, la analista de temas sanitarios Shelby Lin Erdman titula de forma directa sobre el problema que se plantea "Thanksgiving could be the "mother of all super spreader events," health expert warns". Desde allí advierte: 

With millions of Americans ignoring guidelines against holiday travel, the United States could see an explosion of Covid-19 infections in the weeks following Thanksgiving, CNN medical analyst Dr. Jonathan Reiner said Tuesday.

“One of the ways we think the Midwest was seeded with virus during the summer was with the Sturgis, South Dakota, motorcycle rally where people were infected and then dispersed out through the Midwest."

“Now imagine that on a massive scale -- people leaving from every airport in the United States, and carrying virus with them,” he added.*

¿Exageración? Probablemente no, sino la constatación de varios factores: el primero es que el COVID19 no entiende de ciclos o temporadas, los ciclos se los marcamos los humanos con nuestros actos sociales, concentraciones y desplazamientos; el segundo —más duro— es que los humanos no somos capaces de asumir una dimensión razonable del peligro.

Nos empeñamos en hablar de "olas", como si fuera algo exterior, pero lo cierto es que somos nosotros quienes las provocamos en esta piscina social. No hay mar, sino alberca en la que nos contagiamos por esta especie de baño de multitudes (nunca mejor dicho) que suponen la estructura festiva, base de la economía del consumo.


Si uno tiene la santa paciencia de ver nuestros informativos —lo españoles— se da cuenta que no hablamos de otra cosa que de compaginar el ocio, la base del negocio, para lo que hemos creado una estructura festiva sobre la que se asienta la economía. Desde que comenzó la pandemia el mensaje se repite, primero con la Semana Santa, luego con los puentes de mayo, después con la llegada del verano, los puentes de octubre, noviembre y diciembre y, finalmente, la navidades. A esto le añadimos las fiestas locales, como ferias sevillanas, fallas valencianas, sanfermines, tomatinas... y toda es larga ristra de momentos en los que debemos celebrar algo.

Percibimos la presión frente a la prevención. Esa presión es sutil a veces y otras descarada. Los políticos hacen cada vez más concesiones reduciendo la seguridad porque siempre habrá otro que aproveche y canalice la ira popular. Fue lo que ocurrió cuando se consiguió aplanar la curva por la medidas tomadas en marzo. En cuanto que se vio próxima la "desescalada" arreciaron las críticas. El gobierno no ha hecho muchas, mucha cosas bien, pero las oposiciones en los distintos niveles lo han hecho mucho peor. Del "¡España nos mata!", de Torra, a las diatribas de Díaz Ayuso, pasando por la mayoría opositora al margen de su color. Los efectos de la desescalada persiguiendo el turismo veraniego, con todas las autonomías declarándose seguras y vigilantes, llevó a la destrucción inmediata de lo que se había tardado mucho y con mucho esfuerzo en conseguir.

Lo que vemos hoy es parecido, lo que nos demuestra que no se aprende o que da igual o que los objetivos son mezquinos y engañosos. Por fin comprendemos que no se nos restringen las condiciones por nuestra salud. Se nos reserva para algo llamado la "campaña de navidad", como antes se nos reservaba para la campaña de verano. Somos carne de consumo, cuyo objetivo vital no es sobrevivir, sino que sobrevivan bares y comercios. Se pone el foco informativo en la queja más que en otra cosa.

¿Estamos condenados a este tira y afloja de hacer costosos sacrificios para rebajar muertes y contagios, ingresos en las UCI, para que después se nos lance al consumo? Parece que sí.

El énfasis puesto en que pronto habrá vacunas en España parece precipitado, como señalan los expertos, que tienden a ser prudente sobre fechas de algo que de momento solo está en los titulares. Pero nos advierten que habrá que acostumbrarse a las mascarillas por un tiempo, el año al completo, porque el hecho de que exista una vacuna no significa que no nos contagiemos. Bien podría suceder lo contrario, que su anuncio hiciera bajar las defensas.

Hoy por hoy existe un conflicto entre precaución y la forma de vida que practicamos, altamente social, interactiva y concentrada. Se nos pide, desde muchos puntos, que ignoremos las precauciones o se nos jura que todo es seguro, en un absurdo de deseo de que las cosas sean como queremos que sean. Las medidas de prevención están claras y exigen el distanciamiento, la higiene, las mascarillas y la ventilación; exigen reducir al mínimo las interacciones y las concentraciones, nos piden restringir el círculo de contactos para hacerlo más seguro, etc. Estas medidas son dinamitadas cuando se nos lanza de nuevo a lo contrario en cuanto que conseguimos bajar los números. No los bajamos por salud, sino por interés. La percepción económica es predominante y para por el consumo y la actividad social. El consumo puede tener formas alternativas eficaces, como muchos han seguido; pero son más fáciles la queja y el lamento.

Sectores en los que no les ha importando despedir y volver a contratar varias veces en el año, se manifiestan como defensores del empleo. Insisto en que no he escuchado a nadie, a ningún político, poner sobre la mesa un plan para hacer que la sociedad española tenga tan enorme dependencia de un sector como es el turismo y los vinculados a él, como la hostelería y la restauración. Tenemos nuestras televisiones llenas de programas gastronómicos y otros en los que se nos enseña la provincia de mesón en mesón como si no existiera otra cosa en ellas.

La pandemia debería ayudarnos a ver con claridad que este modelo es de enorme debilidad y altamente sensible a los vaivenes previsibles del futuro. Sin embargo, nadie parece hacerlo más que de pasada. Se nos han mostrado balcones vacíos en los que nadie cantaba una saeta; nos han enseñado calles en las que nadie correría junto a los toros y plazas en las que no se quemaría nada este año. Todos gigantescos dramas mientras siguen dándonos noticias de muertes y de contagios en residencias de ancianos sin que se frenen. Hemos aplaudido a los sanitarios cada tarde, pero no escuchamos su demandas desesperadas de más personal y mejores condiciones de trabajo para salvar más vidas. 

Es fácil entender la angustia de muchos sectores; pero es mucho más fácil entender la angustia de muchas personas a las que se les pide que hagan cosas que no deben. "No se puede vivir sin turistas", decía en un informativo televisivo una mujer en un restaurante. Es comprensible su angustia, pero no es cuestión de insolidaridad que no vayan los turistas, sino de seguridad. Por eso es urgente reestructurar nuestra economía, para depender menos de los demás. Dependimos de los demás para tener mascarillas, dependemos de los demás para que vengan a nuestros espacios de ocio, diversión, restauración. No hay economía de tiempos felices en tiempos como estos. Podemos fingir "normalidad" y "seguridad", pero eso solo funciona para quien quiere creerlo.

En un par de semanas veremos que ocurre con el día de Acción de Gracias en los Estados Unidos y veremos cómo llegamos nosotros a la llamada cuesta de enero, tras un proceso en el que habrá que comprar, comer, regalar, celebrar y visitar. No es cuestión solo nuestra; las cifras europeas no son mucho mejores. Las sociedades más ricas elevan los problemas a dimensiones nuevas porque hemos hecho de lo circunstancial un objeto esencial. 

El dilema del pavo está sobre la mesa.

* Shelby Lin Erdman "Thanksgiving could be the "mother of all super spreader events," health expert warns" CNN 25/11/2020 https://edition.cnn.com/world/live-news/coronavirus-pandemic-11-25-20-intl/index.html



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