jueves, 5 de noviembre de 2020

Aquiles y la tortuga norteamericana


Joaquín Mª Aguirre
(UCM)

El recuento de votos presidenciales me trae a la mente la paradoja de Zenón sobre la imposibilidad de Aquiles para alcanzar la tortuga. Si la tortuga es el resultado que el veloz Aquiles quiere alcanzar, la lentitud del recuento y las maniobras de Trump hacen que el proceso sea casi eterno para un mundo expectante y unos Estados Unidos encendidos por la retórica de Trump maldiciendo el sistema, sembrando dudas y llamando ladrones a los demócratas. Lo dice el presidente más marrullero y que más ha atacado el sistema desprestigiándolo. Lo malo es que nadie puede frenar a Trump, algo que hemos aprendido en cuatro años, algo que los propios republicanos han aprendido saliendo hartos de los cargos por voluntad propia o por decisiones del presidente, que ha tenido una administración como ninguna otra. Trump ha batido récords de despidos, quizá marcado por su emblemático grito de guerra "You're fired!", transformado en versiones presidenciales pero con el mismo espíritu. Él manda; él despide.


La lentitud del sistema electoral contrasta con la velocidad con la que el primer ministro de Eslovenia, el señor Janes Janša ha felicitado a Donald Trump, algo que esperemos no le pase factura en el futuro, pues en estos momentos es Joe Biden quien le saca una ventaja. Para el señor Janša estaba "pretty clear", según su propia expresión en el tuit de felicitación, la victoria de Trump. Va a ser uno de los privilegiados que van a poder mandar dos felicitaciones distintas por el triunfo para una misma. Suponemos que su pragmatismo será superior a su entusiasmo. La Unión Europea le ha llamado la atención y ha dicho oficialmente que solo se dará una notificación oficial cuando los resultados sean oficiales, algo sensato. Pero algunos no saben controlar su entusiasmo.


Egipto y al-Sisi, su presidente, presumían de haber sido los primeros en felicitar a Trump por su elección en 2016. Esto constituía un especial e incomprensible mérito para ellos, que lo pregonaban. La idea de adular al amigo poderoso, por razones diversas, suele ser causa de precipitación, algo que después te puede crear un conflicto a lo tonto, aunque solo sea en el plano diplomático. Estas cosas no se olvidan y siempre acaban devolviéndotela de una forma u otra.

De nuevo en Egipto, presumir de la "amistad" con Trump (suponiendo que eso sea posible), resultó rentable para fomentar el prestigio del presidente que tenía un amigo tan poderoso. Forma parte del imaginario popular de la zona esa idea del "amigo poderoso", pues tener "amigos" suele ser la forma de medir el poder de alguien. Eres tan poderoso como el poder acumulado de tus amigos. Este principio social tiene que ver más con los lazos que con la ley y el estado de derecho, pero es la base de la política en muchos lugares donde es mejor tener amigos que tener razón.


Por el mismo motivo, en ningún sitio se recibió mejor a Vladimir Putin que en Egipto, con retratos colgados de las farolas en las avenidas de El Cairo. Pero así es Egipto. Los motivos eslovenos para el amor a Trump y su deseo de continuidad, por el contrario, provienen del miedo a la Rusia de Putin, que le pilla cerca y siempre es plato tentador la interferencia. Con Putin, te convierten Eslovenia en una nueva Ucrania en un pispás.

En estos momentos, la portada de la CNN muestra que Joe Biden tiene 253 votos del colegio electoral, mientras que Donald Trump sigue estancado en 213 votos. Su principal titular "Biden eyes 270 as counts continue" se limita prudentemente a manifestar esa proximidad a los 270 necesarios para acceder a la presidencia.

Pero lo que llama la atención es otro titular junto a él, el del artículo de análisis firmado por James Griffiths, "Trump's baseless claims of election fraud undermine US credibility overseas", que refleja una cuestión que hemos tratado aquí en varias ocasiones, el prestigio o, si se prefiere, el deterioro de la imagen de los Estados Unidos desde la llegada de Trump. Las simpatías, motivadas o no, que atrajo el presidente Obama las destruyó, como una cuestión personal, el propio Trump, empeñado de forma traumática en destruir legado e imagen de su antecesor. Para Trump es esencial ganar y no admite otra opción, pero necesita desahogar es ira interior que lleva destruyendo, pulverizando la memoria. Trump es un totalitario y una totalidad; es el centro de un universo vacío donde solo caben los adoradores justos para recargar su ego cada mañana.

El artículo de Griffiths recoge las reacciones en diversos países sobre lo que Trump está haciendo con el sistema democrático norteamericano, pero lo enfoca desde algo más allá del reduccionismo local. Las advertencias de Trump de que si pierde siempre será un fraude se van haciendo realidad una vez que el proceso no avanza en su favor. Su incapacidad política, su pensamiento sobre que el poder se ejerce para mantener el poder es la negación de la democracia, basado en el principio de alternancia.

Griffiths escribe sobre lo que estaba ya anunciado, pero sobre lo que no se debe perder el foco:

In a news conference a few hours after midnight at the White House, Donald Trump had railed against his rival, Joe Biden, saying that "all voting must stop" and baselessly accusing the Democrats of fraud. He continued to hit these points on Twitter, leading the social media platform to label several of his posts as "disputed" or "misleading."

Chaotic debates and a ugly campaign had already marred the standing of the US democratic system overseas this year, but the sight of the American leader openly seeking to delegitimize the vote was still a shock for many. Trump's comments were greeted with horror in many countries, and some glee in others, where critics of the US have long accused Washington of hypocrisy regarding democratic rights.* 

Esta dimensión de la falta de ejemplaridad democrática del presentado como líder de la democracia, el país democrático y modelo, se ha visto hundido por el propio Trump y, como hemos insistido aquí desde que llegó a la Casa Blanca, por la actitud oportunista y débil del propio partido republicano que es quien no ha querido desaprovechar la ocasión del poder frente a la defensa de los valores democráticos. Ha sido una parte del partido republicano quien ha sostenido los desmanes antidemocráticos de Trump amparándose en sus mayorías. Lo realizado por nombrar para el Supremo a una jueza ultraconservadoras, además de ese oportunismo, explica la prisa con la que Trump habla de llevar los resultados electorales ante el Tribunal Supremo, arrastrando a la vergüenza descarada al propio Tribunal al que Trump exigirá el pago por los favores prestados a los republicanos en la institución. Como han señalado algunos comentaristas, con esa decisión autoritaria y nada respetuosa de las reglas, Trump ha marcado el futuro del Tribunal por décadas desequilibrándolo. La jueza, por decirlo así, era una inversión rentable a los ojos de Trump, algo que le deben devolver en término de decisiones favorable. Es así como se destruyen las instituciones democráticas.

Y eso es lo que ha hecho Trump. Los republicanos se han visto contra la espada y la pared teniendo que apoyar las decisiones autoritarias de Trump. Quizá estas palabras parezca que ese verse obligados les exonera de culpa. En absoluto. Son totalmente responsables de haber contravenido sus propios principios y los del sistema democrático. Es el efecto perverso de arrastre al que Trump ha llevado a parte de la sociedad y a las instituciones.

La prueba de esta complacencia con el poder —Trump ha sabido hacerles ver a muchos donde estaba el negocio para las elites favorecidas— ha sido que para muchos ha sido intolerable. Hemos dado cuenta aquí de angustiosos procesos de distanciamiento de un presidente que te exigía la ignominia, la renuncia a tus propios valores, como fue el caso de empresario, donante de la campaña de Trump, que asumió la embajada norteamericana ante la Unión Europea y se le trató como un sicario a sueldo que debía hacer los trabajos sucios que se le pedían desde la Casa Blanca. Muchas de las renuncias de personal de su administración han sido sucedidas de ataques vergonzosos contra personas que habían puesto límites éticos a su comportamiento y no compartían la falta de criterios morales de Trump sobre lo que significa ser presidente de los Estados Unidos.

El movimiento republicano "Never Trump!" es el resultado de haber cruzado todas las líneas aceptables. Republicanos de larga data se han manifestado incapaces de votar por un presidente cuya forma de actuar excede los límites de la decencia política. Son muchos políticos republicanos de administraciones anteriores los que han apoyada a Biden no por ser demócratas, sino por no soportar el daño que Trump ha hecho a las instituciones y a la imagen del país.

Pese a todo, Trump tiene un enorme apoyo allí donde los valores son otros. Es necesaria una profunda reflexión política, social, comunicativa y hasta filosófica sobre la atracción de una persona como Trump. Es necesaria para evitar fenómenos como los que sacudieron Europa en la década de los veinte del siglo pasado. Trump representa una mentalidad autoritaria que es peligrosa si conecta con extensas capas de la población, especialmente las capas más populares, que son las que sufren más el desempleo, el aumento de las diferencias sociales, el abandono de sectores enteros en beneficio de la automatización, la marginación del resto del mundo, que empieza a verse como extraño y alejado de viejos principios, que Trump ha sabido promover. Es muy peligrosa la conexión de las élites económicas con las bases de personas que piensan que nadie se preocupa de ellos, los olvidadas, más que en momentos electorales. Es lo que explica que un millonario de nacimiento, ignorante y brutal en maneras y palabras, haya sido convertido en "uno de nosotros" para esa capa que es la que le ha dado el voto masivamente. 

El regreso al populismo como fuerza electoral lo estamos viendo en distintos países y promueven estas figuras de "uno de nosotros", en los Salvini, Bolsonaro, Janes Janša o Duterte de turno, repartido por el globo en sintonía con situaciones promovidas por las propias élites económicas, las grandes favorecidas por la globalización económica que deslocalizó las empresas. Trump, a quien le importa un bledo cualquier otra cosa que no sea él mismo, ha conseguido convencerles que él sí se preocupa por ellos. Ha conseguido devolverles un orgullo de la fuerza convenciéndolos de que es el poderío militar el que se debe poner por delante en el mundo y que ser fuerte significa imponer las reglas de juego y deshacer todos los juegos anteriores, pues es lo que ha propuesto con la salida o voladura de todos los acuerdos internacionales. Trump no les ha vendido internacionalismo ni liderazgo, sino proteccionismo nacionalista e imposición por la fuerza de las nuevas reglas.

En estos instantes, el recuento de las cámaras da un empate a 48 en el senado, con 50 como mayoría y una ventaja de 205 sobre 190, para una mayoría de 218 en la cámara de representantes. Cada vez se le hace más difícil a Trump proclamar la victoria, lo que quiere decir que sus argumentos sobre fraude aumentaran en volumen e intensidad. Esto puede ser incendiario, como han señalado múltiples comentaristas si una simple cerilla se lanza contra los bidones de gasolina que ha ido repartiendo por todo el país. Como comentamos hace unos días, la venta de armas se ha disparado ante el temor de lo que pueda ocurrir. Hacen falta muchas personas inteligentes para construir, pero basta un loco para destruir. Con uno en la Casa Blanca, incapaz patológicamente de asumir una derrota en cualquier terreno, basta otro loco en la calle para que la mecha prenda.

Lo que es evidente, y se debe seguir resaltado, es ese efecto de arrastre al que Trump ha llevado a los Estados Unidos. Los comentaristas, como Griffiths y muchos otros, señala el daño hecho a la imagen exterior norteamericana y, más allá, a la de la propia democracia que se ha visto debilitada en aquellos lugares en los que es débil o una aspiración de futuro. Los dirigentes de países no democráticos se frotan las manos ante las imágenes y palabras que Trump y los Estados Unidos les brindan. "¿Es esto lo que queréis?", les dicen burlones.

Pero todo esto no le importa a Trump. Tampoco a las élites que detrás quieren un orden norteamericano del mundo ante los augurios del ascenso de otras partes, como Asia, o evitar la autonomía de Europa. Con la Guerra Fría, todo iba mejor. Todos se acogían a la protección del escudo americano y estaba prohibido tratar con la otra parte. A Putin le gustaba la idea, porque sería volver al "esplendor" de la era soviética, que muchos añoran; pero no a China, que se ha convertido en el objetivo de iras y sanciones porque es ya una competencia real en aquellos campos que Estados Unidos nunca pensó que alcanzaría.

Sigue el lento recuento, Aquiles intenta que la tortuga se detenga, le grita, la amenaza, la insulta, recurre a todo tipo de triquiñuelas, pero no llega a alcanzarla. Puede que, en la paradoja de Zenón, Aquiles no alcance a la tortuga, pero la tortuga llegará a algún sitio, en algún momento. A diferencia de Aquiles, el populista esloveno Janes Janša logró adelantar a la tortuga antes de que sonara el pistoletazo de salida. La tortuga sigue su camino y acabará llegado. La nueva paradoja es que Aquiles va cada vez más retrasado. 

* James Griffiths "Trump's baseless claims of election fraud undermine US credibility overseas" CNN 5/11/2020 https://edition.cnn.com/2020/11/05/asia/trump-election-fraud-world-reax-intl-hnk/index.html



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