Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Esta
guerra se da en la naturaleza y en términos naturales, en términos como distancias,
circunstancias favorables o desfavorables, barreras. El lenguaje, en cambio,
tiene la función de traducir a cultura lo que no tiene nombre y lo impregna de
ecos llegados de todos los rincones de la historia y la sociedad, del pasado y
del presente. Si decimos que tenemos contacto
con nuestros contactos, la misma
palabra está teniendo dos sentidos distintos. Incluso el primer contacto puede
ser tangible (tacto), contacto visual o sonoro (con presencia, a distancia mayor o menor) o puede ser
telefónico o de cualquier tipo de mediación. Nuestros "contactos" incluyen
ya toda una serie de apreciaciones sociales, que pueden ser
"familiares", "profesionales", "amistades", una
lista de contactos en una red social, etc. Pese a la diversidad, en la cuestión
sanitaria solo hay un tipo de contacto: el que se da entre una o varias
personas copresentes en un mismo espacio o el que se pueda dar diferido en el
tiempo pero en un mismo espacio, es decir, el que deja el coronavirus y lo
recibe el siguiente que llega a ese espacio, pongamos un sitio cerrado como un
ascensor. Por eso las medidas que se usan son: a) las distancias, b) la
higiene, c) la mascarilla y d) la ventilación. Todas ellas tratan de evitar el "contacto"
con el virus.
Es
sencillo, pero necesitamos deshacernos de dos cosas, de la ceguera interesada y
de los hábitos contrarios. La primera es no querer ver porque no nos interesa
ver, no nos gusta cambiar, nos resulta molesto. Los hábitos son automatismos de
lo cotidiano, actos que realizamos mecánicamente y que tenemos que
desautomatizar.
El
coronavirus no entiende de distinciones entre lo "privado" y lo
"público". Pero suponemos que podemos tener un mayor control sobre
algo más pequeño, aunque no siempre es así. Y no lo es, obviamente, si pensamos
que en lo privado podemos hacer lo que queramos. Podemos hacerlo, desde luego,
pero las consecuencias están claras al aumentar los riesgos. El gran problema
moral que la pandemia nos plantea es si nuestras acciones privadas tienen
efecto sobre los demás, entonces la idea de lo privado necesariamente cambia
porque pasan a ser públicos los efectos, es decir, los daños. Un viejo
conflicto de intereses y libertades que tienen repercusiones —mortales, en este caso— sobre los demás. A
diferencia de otros casos que los juristas contemplan, aquí no es necesario
querer hacer daño, basta con la
imprudencia. No se puede ya objetar desconocimiento, porque solo Trump rivaliza
con el coronavirus en portadas.
Los
belgas han ido un paso más allá. La Vanguardia titula "Bélgica introduce
la figura del “compañero de mimos” para combatir la soledad en el
confinamiento". La noticia, desde el titular, está llena de eufemismos
para eludir la realidad, la sexualidad. Recordemos que en España no fue hasta
mediados de agosto, pasada la obsesión con la "temporada turística
veraniega", cuando empezó a hablarse del problema de los prostíbulos, la
prostitución y los lugares de alterne, que nos informaron que habían pasado
desapercibidos con sus clasificaciones administrativas ya que ninguno está
declarado como la función que realizan. Digamos que los gobiernos regulan los
gimnasios, bares, hoteles, museos o lugares de culto, pero que ningún gobierno
quiere aparecer regulando la prostitución. Ellos sabrán por qué. En Bélgica no
es la prostitución, sino el contacto sexual, eso que La Vanguardia (o los
belgas) llaman "mimos", algo que pertenece claramente al ámbito de lo
privado (no así la prostitución, que es una actividad de otro orden, legal o no).
De entre las medidas tomadas ahora, nos dicen,
Una de las más llamativas ha sido la
anunciada por el primer ministro belga Alexander De Croo, quien ha introducido
la figura del “knuffelcontact”, algo que se traduce como “compañero de mimos”.
Se trata de una iniciativa que busca cuidar la salud mental de los confinados
durante estas semanas.
Se trata de una excepción a la norma general
de evitar al máximo el contacto físico con otras personas que estén fuera del
ámbito de la convivencia. Cada persona confinada podrá designar a un “compañero
de mimos” y podrá recibir su visita en el domicilio. Eso sí, si en la misma
vivienda habitan varias personas solo se podrá recibir la visita de un
“compañero de mimos” a la vez. Las personas que vivan solas podrán tener dos
“knuffelcontact”, pero solo podrá recibir la visita de uno a la vez.
La necesidad de reducir a una mecánica —distancia, movimiento, contacto— lo que es socialización y regla cultural nos lleva a este especie de "carnaval" a lo Bajtin, es decir, una forma de controlar la dispersión. Es una forma, a la vez, de regulación y de liberación (velar por la salud mental, se nos dice). De esta forma, queda regulado, como se nos muestra al final hasta lo que debe ocurrir con personas con parejas diferentes que deban visitar la casa en la que conviven. No se trata de regular la sexualidad, sino de regular el "contacto", pero ese contacto en estos casos incluye la sexualidad. El concepto de "mimos", obviamente, es muy amplio, pero eso es lo de menos, ya que lo esencial vuelve a ser de nuevo lo mismo: distancia, contacto, etc.
La medida recuerda a la que adoptó en verano
Países Bajos a modo de recomendación, donde se creó la figura del “seksbuddy” o
“compañero de casa” con la finalidad de que las personas confinadas tuvieran
relaciones sexuales siempre con la misma persona.
“Lo mejor es discutir con la otra persona sobre cómo llegar a este tipo de acuerdos. Por ejemplo, si quedas siempre con la misma persona para mantener cualquier tipo de contacto físico o sexual, aseguraos de que los dos estáis sanos y no estáis contagiados. Llegad a acuerdos sólidos con esa persona y dejad claro con quién más os estáis viendo”, explicaron desde el Instituto Nacional de Salud Pública de Países Bajos cuando se anunció la medida en mayo.*
Los tiempos de inseguridad buscan seguridades. ¿Serán "fieles"? ¿Serán más fuertes esos lazos de supervivencia que los que habitualmente se establecen a través de las formas de compromiso, del noviazgo al matrimonio? La seguridad del contacto depende de ello más que de otros factores. Como se suele decir, uno se acuesta con todos los que se acuestan con la pareja. Cuando las enfermedades han sido de transmisión sexual, esto se ha tenido en cuenta, pero ahora el COVID-19 no lo es más que como una forma de contacto más.
¿Se necesitan nuevos protocolos de protección para un "sexo seguro"? Probablemente sí, si las personas que solo tienen "oficialmente" ese acompañante "registrado" quieren tener algo más de seguridad, algo que debería tenerse en cuenta por ambas partes, ya que tan compañero de mimos es uno como el otro.
Como siempre,
la buena elección de pareja mimosa es
esencial. Lo que se puede ignorar en circunstancias normales, pasa aquí a ser
peligroso. En la pareja mimosa no se puede mirar hacia otro lado. Estabilidad y fidelidad, suena muy conservador, pero se trata precisamente de conservar la vida propia y la ajena. Es mecánica, es geometría, son probabilidades; es, sí, perimetrarnos a nosotros mismos, crear una burbuja de seguridad. ¿Funcionará? Supongo que como todo lo que pone en juego esa estabilidad y fidelidad necesarias. Depende de nosotros.
Una vez más, esta pandemia nos está haciendo reflexionar y muchas veces cambiar lo que antes estaba simplemente ahí. La necesidad de regular allí donde se produce lo que afecta a todos va avanzando hasta lo más íntimo, más allá de lo privado. Pero no hay contacto más claro que eso que llaman mimos.
*
"Bélgica introduce la figura del “compañero de mimos” para combatir la
soledad en el confinamiento" La Vanguardia 11/11/2020
https://www.lavanguardia.com/cribeo/fast-news/20201111/49402614223/belgica-introduce-figura-companero-mimos-combatir-soledad-confinamiento-coronavirus.html
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