domingo, 29 de noviembre de 2020

El futuro empezó ayer

Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Nos hemos quejado aquí de la falta de previsión, de la falta de adaptación y ahora  habrá que hacerlo de la más necesaria de las virtudes, más allá de la decencia y la sinceridad. Me refiero a la incapacidad de replantearse el futuro a tenor con lo que ocurre a nuestro alrededor.

Los políticos siguen escuchando las voces de los damnificados de hoy, pero ignoran las de los damnificados futuros por su incapacidad de adaptarse a lo que ocurre y establecer un modelo acorde con lo que ocurrirá. Enfermos de presentismo, nuestros políticos prefieren quejarse del golpe del piano que les cae desde un quinto piso a mirar hacia arriba y apartarse.

Mientras leemos en la prensa todo tipo de augurios, readaptaciones, vaticinios de cambios inmediatos, a medio y a largo plazo, los responsables siguen improvisando respuestas en corto, lo que da cuenta de la pobreza mental en la que estamos metidos. Entre salir de los problemas que nosotros mismos fabricamos y enfrentarnos a los que nos llegan de fuera, vivimos entre improvisaciones ya sea de UCI o de centros de acogida de inmigrantes. Parece claro que esta clase política que disfrutamos carece de memoria a largo plazo, por un lado, y de capacidad de prevención, viviendo en un extraño paréntesis. Y es que el insulto, los desprecios, los desplantes, etc. quitan mucho tiempo  a nuestra clase política.


¿Cómo pueden acertar en algo unos políticos que solo piensan en términos de puentes y festivos, de campañas de navidad o de verano?  ¿Cómo pueden acertar en algo si dejan sin pensar el futuro del trabajo, de la educación, de las relaciones laborales, de la investigación científica...? Parece que no han entendido que lo que llega no es lo de antes, sino algo nuevo, que no ha sido un accidente, sino una crisis transformadora, una patada hacia el futuro. Por otro lado, ¿cómo habrían de entenderlo si ellos mismos son un resto del pasado, algo que quedará atrás en poco tiempo? El pasado te atrapa, te absorbe si no corres más que él. Pronto dejas de entender lo que pasa y aplicas viejas soluciones a nuevos problemas, por lo que todo se acaba agravando.

Hay un consenso cada vez mayor en considerar el COVID-19 como un acelerador de cambios, una forma de depuración de la realidad, como ha ocurrido con otras grandes catástrofes en la historia. La diferencia es que ahora ocurre en un mundo de cambios veloces, en donde retrasarse es perder el tren de la Historia.

España se ha empeñado en recurrir al mismo modelo al que están llegando ahora los países que están por detrás, el modelo turístico. Sin producción y sin invención no se va a ningún lado. O lo uno o lo otro, pero tener que importar hasta las mascarillas y depender de lo que otros investigan es condenarnos a ser dependientes, sumisos y atrasados por mucho que vendamos modernidad.


Nuestro modelo se basa en la explotación de recursos que necesitan de forma absoluta de terceros. Hemos tenido "suerte" de que este modelo no nos estallara antes debido a un hecho desgraciado, el terrorismo, que ha supuesto la ruina del turismo en los países del norte de África que lo habían emprendido (Túnez, Argelia, Marruecos...) como forma rápida de desarrollo, lo mismo que hicimos nosotros en los años 60.

Nos explican los expertos que las oleadas de inmigrantes que se lanzan a la mar han cambiado su origen. Ahora nos llega de Marruecos por la crisis brutal de turismo que la ha afectado. Hay poco más que hacer, quizá un "poco de guerra" con los saharauis para mantener el orden.

Pero parecemos incapaces de sacar provecho a la experiencia propia y ajena. Tenemos que dejar de quejarnos por Halloween y similares, de preguntarnos por la cabalgata, etc. y empezar a cambiar el modelo proponiendo las inversiones de futuro necesarias. Seguimos con este modelo suicida que no necesita de formación, que hace emigrar a los más cualificados (ya sean médicos, ingenieros o científicos), que tanta falta nos hacen, que precariza hasta límites miserables a nuestra juventud, carne de bar y botellón, que es para lo único que se la requiere. Sí, España es el país donde mejor se vive, pero donde se cobra muy mal y por poco tiempo.


Necesitamos "futuro" y no un pasado prolongado. Nada va a volver a ser igual. Todos lo dice. Nos empeñamos en volver a la "vieja vulgaridad", como la califique un día, como una engañosa Edad de Oro. Para eso necesitamos que las personas que piensan hablen y que las que hablen piensen antes de hacerlo.

El modelo en el que vivimos se agotó hace tiempo. No lo aceptamos porque los que viven bien con él lo hacen realmente bien. No necesita de gran conocimiento y necesita de mano de obra barata, de ese escandaloso abandono escolar que padecemos sin hacernos la pregunta ¿para qué estudiar, para qué aprender si el futuro no llega? Se trata de elegir de qué lado de la barra quieres estar.

Hay que cambiar; hay que salir de este pasado opresivo y de sus necios custodios. No sé si nos lo merecemos, pero sé que está ahí, que hay un futuro que empezó hace tiempo y al que nos resistimos a subir.



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