jueves, 12 de noviembre de 2020

La discusión infinita o del ágora al ring

Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Se suele decir que los españoles somos discutidores. No podía imaginarme que nuestra capacidad de hacerlo fuera infinita y que, como aquellos padres del personaje de Días de radio, de Woody Allen, fuéramos capaces de discutir por cualquier cosa y no parar. Las llamadas nuevas tecnologías nos han posibilitado los foros para discutir y han arrastrado a los medios tradicionales cuya programación se puede clasificar en programas en los que la gente se lleva bien y aquellos otros en los que se llevan mal Hay un tercer grupo, los informativos, en los que gente que se lleva bien muestra a gente que se lleva mal. Todos ellos muestran una gran profesionalidad en el cumplimiento de sus tareas.

La discusión funciona como una piedra lanzada a un estanque, con un punto de impacto y una sucesión de ondas que se esparcen por su superficie en todas direcciones. La piedra se hunde rápidamente, pero las ondas tardan más en hacerlo. A diferencia de nuestro estanque, que podría llenarse de piedras y secarse, el estanque mediático es infinito, capaz de acoger todas las disputas.

La piedra lanzada puede ser un penalti mal señalado, la opinión de un experto sobre la pandemia, las retiradas de puntos del carnet de conducir, los horarios de la hostelería, el precio de las mascarillas o, como apunta ABC, el "aspecto alienígena" de un calamar en aguas australianas. ¡Qué es "aspecto alienígena" si no hemos visto ninguno, que yo sepa, aunque tengamos sospechas que estén ya entre nosotros!

Sí, el caso es discutir. Voy de canal en canal tratando de encontrar algún rincón de paz, algo de sosiego, gente que esté de acuerdo en algo. Pero no es fácil. He encontrado un rincón de paz, esos sí, en un canal destinado a que los niños se duerman. No nos cuentan nada, solo son imágenes placenteras que se suceden, casi hipnóticas, una vuelta a útero catódico materno. Creo que muchos niños ya no se duermen si no es con el fondo de discusiones que les asegura que el mundo sigue su camino, discutiendo, discutiendo, discutiendo...

Me acuerdo muchas veces de aquellas palabras de Manolo Summers en una entrevista definiéndose como "un español normal, un español cabreado". Lo malo es que este "cabreo" se ha globalizado en lo que la lingüista norteamericana llamó la "cultura de la polémica", una estrategia mediática para convertir el mundo en un circo romano, con sus gladiadores a tiempo completo, con sus leones siempre hambrientos, con sus víctimas arrojadas desde las gradas. Sí, la pelea vende, la discusión conecta. Se puede rentabilizar desde el punto de vista de la economía, de la política. No hay duda, el ejemplo más claro lo tenemos en el "okupa" de la Casa Blanca, que lo ha elevado a arte brusco, brutalista, descarnado. ¿Dónde ha quedado la sutileza? Cosa de débiles, de refinaditos, sin futuro. Por contra lo que tenemos por delante es la expansión de la discusión, la guerra en la paz. Hasta el pacifismo es violento. Toda buena causa requiere malas maneras.

Dadme un micrófono y moveré el mundo, habría dicho hoy el sabio griego. Con un bolígrafo incendiaré países; con un teléfono, el universo, donde creo que existe vida inteligente y por eso no vienen. ¿A qué, a discutir? "Si lo sé, no vengo", dirían los extraterrestres empaquetando de vuelta.

Cualquier buena noticia se tuerce. ¿Una vacuna a la vista? Pues ya tenemos a medio país discutiendo con la otra mitad sobre quiénes se la deben poner primero, cada uno con su lista.  O si se la van a poner, que esa es otra. Y así para todo.

Lo malo, insisto, en que ya no se considera un problema, sino una necesidad estratégica. Para que alguien te escuche tiene que ser provocando polémica. Partimos del principio que solo así se consigue algo, al menos lo básico: la atención. La llamada "economía de la atención" se basa en el principio de que da igual lo bueno que seas, tengas o vendas si nadie se fija en ti. La forma de atraer la atención es dando espectáculo, que en español tiene un sentido generalmente espectáculo, excepto el deporte, donde el que grita, insulta, polemiza, etc. es al que, incomprensiblemente, llamamos el "respetable", vieja herencia taurina.

La atención se consigue elevando el tono, no la calidad de las ideas. Quien grita más, quien lanza el insulto más ingenioso, gana. Lo vemos en el parlamento. Pocas ideas y muchas "descalificaciones", un eufemismo para lo que se llaman en público. De nuevo, "dar el espectáculo" ya no se considera negativo, sino "dar espectáculo", supresión del artículo que tiene mucha variación semántica.

Lo conseguido por Donald Trump insultando a la gente es, desgraciadamente, un camino con futuro. Los seguidores en diversos países, incluido el nuestro, ya practican el insulto multimediático, que comienza con un tuit desde la cama, continúa con una llamada a la FoxNews y acaba en la sala de prensa de la Casa Blanca o a pie del helicóptero presidencial ante un micrófono. Hay que dominar todos los medios.


En 2016, se informó de un escándalo en el parlamento canadiense, una diputada conservadora planteó lo siguiente: "“¿Por qué el gobierno trata a Alberta como un pedo en la habitación? Nadie quiere hablar al respecto o reconocerlo?”, dijo por el micrófono." Con dicha expresión trataba de expresar algo que sucede y que todo el mundo aparenta ignorar, que antes era la definición de una persona educada. El revuelo fue enorme, no por lo que ocurriera en Alberta, sino por lo que ocurría en el Parlamento, de aquel "p-e-d-o", como deletreaban los diputados en su discusión evitando repetirlo

Necesitamos construirnos nuestros Shangrila mentales, remansos de paz por aislamiento. Lo malo es que ahí surgen las discusiones con uno mismo en cuanto que te descuidas y la mayoría no está preparada para eso. Mejor discutir fuera. Pero si todo espacio de encuentro se convierte en escenario de peleas, del ágora al ring, las perspectivas no son buenas. Te aburres o te desangras.

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