jueves, 10 de septiembre de 2020

Nuestros tristes récords

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Al igual que da mucha alegría enterarse de que somos líderes en aspectos positivos, da mucha tristeza comprobar cómo se nos acumulan los más tristes y oscuros récords en estos tiempos de pandemia. Hasta nuestros récords se vuelven contra nosotros, pues no es otra cosa que lo que ocurre con el turismo; lo mismo que nos hacía sacar pecho tras terminar el verano pasado y en los anteriores, ahora nos hace bajar la cabeza y algo peor, llevarnos las manos a ella en gesto de desesperación y enfado.

España acumula récords negativos: somos la economía europea más afectada por el COVID-19, con liderazgo en desempleo. "España sigue siendo el segundo país europeo más afectado por la pandemia del coronavirus, solo superada por Rusia (1.035.789)", nos decía La Vanguardia a primera hora de la mañana en su información al minuto de lo que ocurre sobre esta cuestión.

La pandemia no ha creado nada, simplemente ha dejado al descubierto nuestras miserias. Hay demasiadas tareas por hacer y poca voluntad para resolverlas porque hemos descubierto con horror que la clase política vive de los problemas, no de resolverlos. Esto tampoco es nuevo, pero vamos despertando de nuestra hipnosis para darnos cuenta, ahora que la necesidad aprieta. Pero basta que se agite ante nosotros el trapo para que volvamos a cuadrar las patas y recibir la estocada de la estupidez en plena cerviz.

Nuestra clase política, que antes llamaban la "casta" los que ahora forman parte de ella, es efectivamente una "casta". Incapaz de dialogar por el bien de todos, discute y se divide hasta el infinito creando nuevas siglas exóticas, para aprovechar los errores ajenos y tratar de rentabilizarlos.

Si algo deja en evidencia esta crisis es la falta de responsabilidad frente a los grandes retos que se nos presentan. Desde todos los lugares de la sociedad, desde los medios, en las encuestas queda reflejado, se ha pedido a los políticos unidad, que aparquen las controversias y traten de sacarnos de esta. Sin embargo, con la pandemia se han aprovechado todos conflictos latentes para hacer bandera de ellos, de la monarquía a la enseñanza religiosa pasando por el secesionismo. El infame "¡España nos mata!" de Torra es un ejemplo, pero hay muchos más de este desgaste continuo de una clase que no sabe renunciar al protagonismo fácil y pensar en la ciudadanía, en todos.



En tiempos en los que necesitamos ejemplaridad, no ofrecen más que pésimos ejemplos. Los efectos sobre la ciudadanía son claros. Nos hemos llenado de irresponsables que se amparan en la falta de claridad de los políticos, en sus contradicciones, en sus desvergüenzas y corrupciones, para no cumplir tampoco.

La reclamada vuelta al ámbito autonómico de las decisiones sobre la pandemia se ha traducido en un estallido de incumplimientos precedidos por los gritos de "¡Somos los más seguros, "corredores seguros" para todos!", que se ha saldado en el contagio masivo y la huida del turismo. Lo que se criticaba al gobierno central se ha reproducido en las Autonomías, donde los políticos han pretendido presentarse como los liberadores de la economía. Las consecuencias están a la vista: lo han hundido más de lo que estaba. Nuestras cifras no dicen otra cosa.

Las medidas sobre algo esencial, la seguridad en la educación, se han dejado para unos pocos días antes del comienzo de las clases, dejando vendidos a los centros, a los profesionales de la educación y al alumnado, que es como decir a la población pues esos niños y jóvenes se encuentran en grupos familiares. Ya se están cerrando centros porque es inevitable que los contagios aumenten, como lo era que lo hicieran al "abrir" una economía de servicios, centrada en el ocio, el verdadero negocio nacional. Lo que antes funcionaba, las concentraciones como signo de éxito —de los Sanfermines a las Fallas, de las ferias profesionales a terrazas y el ocio nocturno— ahora lo son de problemas, de extensión de la pandemia hasta límites inesperados, aunque quizá esto sea demasiado aventurar.

La responsabilidad está también más allá de los políticos, acostumbrados a atraer la atención con grescas y no con buenas ideas, soluciones adecuadas, etc. La responsabilidad de la ciudadanía es también grande, pero resulta difícil cambiar los hábitos, los enfoques sobre algo que parece igual pero es distinto.

El COVID-19 exige la desaumatización de hábitos que no son malos es sí, pero que ahora tienen unos efectos negativos porque el comportamiento debe ser otro. El quid de esta cuestión es que el coronavirus no altera lo que vemos, hasta que es demasiado tarde. Saludables asintomáticos se mueven de un lugar a otro como si todo siguiera igual; la gente se reúne como si no pasara nada; las familias celebran con ganas cumpleaños, funerales o cualquier tipo de evento; los amigos son invitados a bodas y despedidas de solteros... y van, etc.


Se esperan tiempos duros, durísimos, porque no conseguimos prevenir, disuadir ni concienciar, los tres factores. No se puede seguir vendiendo un paraíso próximo lleno de vacunas y vacunados felices, especialmente porque ha hecho pensar que esto se arregla en un par de meses. No se puede seguir diciendo que solo se mueren los viejos y, si solo se mueren los viejos no tomar medidas y que las residencias sigan cayendo con porcentajes escandalosos de contagios, como está ocurriendo.

Creo que ha llegado el momento en el que la paciencia ha sido desbordada. Se nos lanzan desde los medios y la política nuevos casos para tenernos entretenidos, de Corina a Messi, del reto independentista al "kitchen". El COVID-19 solo da ya para ir sumando cifras y hacer estadísticas, para cansancio de expertos que ya lo han dicho todo.

Es tan bueno tener vacuna como no tenerla, según nos cuentan medios, expertos y políticos. Las vacunas chinas son malas porque son chinas, las buenas son las nuestras, que no tenemos, pero prestamos el brazo de unos miles de valientes para contribuir a ese momento de gloria, que tarda en llegar, pero que llegará, como llega el invierno, aunque no sepamos en qué año.

Hoy, esta misma mañana, en una entrevista al líder de Vox, le han afeado en directo que sus diputados fumaran a la puerta del Congreso sin ninguna distancia de seguridad. Abascal, genio y figura, ha arremetido contra la periodista diciendo que "le sorprendía" que "con la que estaba cayendo en España le preguntaran sobre eso", señalando que parecía una "maniobra para responsabilizar a su partido de la expansión del coronavirus". Es una defensa atacante, como se suele decir.


Nadie considera que Vox sea responsable de la expansión del virus, salvo cuando su secretario general Ortega Smith, contagiado, tose en un mitin, transmitiendo el "maldito virus chino" al que enfrentó "sus anticuerpos españoles". Pero sí hubiera sido un buen ejemplo que la imagen de sus diputados —o los de cualquier otro partido que hiciera lo mismo— no se pareciera a la que se reprocha a los jóvenes mostrados a la salida del instituto, captadas por las cámaras televisivas en el estreno educativo del curso. Se molesta mucho Abascal porque le pregunten. A mí me molesta ver que no cumplen sus señorías con las normas de todos.

Mientras los políticos ajustan sus discursos optimistas a la vicisitudes del camino tortuoso de la pandemia, los ciudadanos nos movemos entre la indiferencia y el desasosiego ante lo que se nos dice o muestra. Carecemos de un discurso creíble y tenemos la sensación de que se nos dice lo que queremos escuchar, cuyos efectos han sido muy dañinos desde el principio. Los efectos de intentar tranquilizar diciendo que las muertes por coronavirus se mezclaban con patologías previas y acumuladas por la edad han servido para que los jóvenes se consideran inmortales, algo que sabemos que no ocurre. Desde que la escuela se abre, se nos bombardea con expertos que dicen que los niños no son tan "transmisores" como se pensaban y que enferman menos. Costó mucho que se permitiera salir a los niños, para disfrute de los mayores, que podían ejercer sus deberes como padres a la vez que alternaban con otros amigos tan buenos padres como ellos. Ahora, los positivos en las escuelas decidirán quién tiene razón.


Queda por resolver el otro problema educativo: el de las universidades, cuyos estudiantes se encuentran en la franja de edad de mayor número de contagios. Será un enorme reto para el que muchos no están preparados, las instituciones han aprendido que los discursos son más baratos que las medidas de seguridad. También se esperó a septiembre para intentar dar luz al futuro inmediato. Falta poco para ver qué ocurre y si esos documentos que se han colgado en las páginas web de las Universidades sirven de algo o es simplemente una forma de cubrirse las espaldas y mantener en marcha el sistema.

La experiencia de los excesos en la hostelería —otros que se quejan de haber sido responsabilizados— y en otros sectores no muestra que no es fácil mantener la vigilancia sobre el comportamiento y que al final, en la medida de los posible, cada uno tomará las medidas que crea suficientes y necesarias para poder sobrevivir a la ineficacia y, sobre todo, a la irresponsabilidad.

Decir que se espera que haya que cerrar centros o cualquier otro tipo de espacios de trabajo o encuentro no es la política mejor. Trump pensó que se curaba en salud cuando dijo que "podría haber cien mil muertos en USA" y que eso sería "normal". Ya está llegando a los doscientos mil fallecido, cifra que alcanzarán en algunas horas. Anticipar los desastres no sirve para lavar la responsabilidad, como ya sabe Trump.


El gran invento contra la pandemia ha sido encontrado: ¡reducir a diez días la cuarentena! ¡Cómo no se nos había ocurrido! Una vez emprendido el camino, se puede llegar hasta cuarentenas de un día y si es necesario de horas. Los precedentes ya los tenemos en casos como el de "El Pirata de Formentera", con sus empleados contagiados trabajando como si nada.

Basta con desacreditar la fiabilidad de los test PCR o cualquier otro con teorías conspiratorias o datos dudosos, retorcidos o inventados. Una señora ha hecho circular por las redes un vídeo señalando que en los Estados Unidos han descubierto que el 90% de los muertos no lo han hecho por el coronavirus, lo que quiere decir que el virus no es tan peligroso como dicen. Me llegó por el Messenger, directamente.

Estamos creando el paraíso para los negacionistas, aliados con autoritarios "defensores de las libertades", y combinados con los intereses de los grupos económicos y de quienes viven en protegidas mansiones o de los que tienen un modesto negocio. Los mensajes se multiplican en redes y los medios dan cobertura a muchos de ellos, vinculados a grupos políticos y económicos.


La presión diaria va aumentando conforme comienza trabajos, escuelas, universidades. Se va llegando al momento crítico de la verdad. La normalidad que esperábamos era otra, pero nos encontramos con la cruel tiranía de los hechos.

El Economista publicaba un artículo a mediados de agosto con el título "Las cuatro razones por las que España es el mayor perdedor en la crisis del coronavirus"**. Las razones indicadas eran las siguientes y este mismo orden: 

Baja capacidad de teletrabajo

Un sector turístico "sobredimensionado"

El pequeño tamaño de las empresas

Una respuesta fiscal insuficiente**

 


De las tres primeras hemos hablado en estos años de post crisis y de nunca salir de ella, pero mostrando siempre un rostro sonriente y satisfecho con la precariedad del empleo, su baja calidad, mala remuneración decreciente y concentración en servicios, su estacionalidad en muchos sectores, etc. Esto ha creado una mala economía, una economía débil de la que unos pocos se han beneficiado mientras que los más cualificados han tenido que repartirse por el mundo en busca de mejores oportunidades que las que aquí se les ofrecían. En estos diez años de escritura, hemos tratado en muchas ocasiones. Todos estos males han sido anunciados y reafirmados por informes nacionales e internacionales. España estaba avisada, pero nuestra clase política buscó salidas más acomodaticias, más para contentar a las fuerzas económicas que se han beneficiado y no cambiar nada.

No hay un proyecto, un carro al que podamos subirnos más allá de contar los turistas. Formamos buenos profesionales que se tienen que ir ante las pobres ofertas de empleo. No hay inversión en sectores clave. Nos ha salvado la agricultura y sus exportaciones y ya vemos cómo están las cosas, a base de temporeros.

Necesitamos una clase política mejor, con más categoría. Los espectáculos vergonzosos a los que asistimos cada día no parecen tener fin. Los escándalos se suceden y los partidos se dividen en unidades cada vez más pequeñas, más ruidosas y menos eficaces, con peleas de gallinero. La solución no es el radicalismo ruidoso, demagógico, sino modificar el sistema, atraer otro tipo de personas a la política, personas con sentido de la responsabilidad, del servicio público, que conviertan las esperanzas en realidades de futuro. Menos demagogos y más personas cualificadas para resolver los problemas, más personas preocupadas por todos nosotros y menos por su propio destino.

Mientras esto no ocurra, despertaremos cada día con tristes récords y demagogia para tratar de ocultarlos. Hay que sembrar responsabilidad y compromiso, por eso es necesaria la ejemplaridad, pero brilla por su ausencia confundida con meter la cabeza en los agujeros del ocio y la fiesta, del cotilleo y de la conversión de todo en espectáculo. 

Menos mal que Messi se queda. Si no, ¡no sé qué hubiera pasado! ¡Un alivio!


 * "Coronavirus: Noticias de última hora, en directo" La Vanguardia 10/09/2020 https://www.lavanguardia.com/vida/20200910/483394115297/coronavirus-espana-contagios-rebrotes-fallecidos-datos-ultimas-noticias-hoy-en-directo.html

** "Las cuatro razones por las que España es el mayor perdedor en la crisis del coronavirus" El Economista 12/08/2020 https://www.eleconomista.es/economia/noticias/10718454/08/20/Las-cuatro-razones-por-las-que-Espana-es-el-mayor-perdedor-en-la-crisis-del-coronavirus.html

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