lunes, 14 de septiembre de 2020

La vieja herida educativa

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


La Vanguardia pone el dedo en la herida educativa con un titular: "El curso de la Covid empieza con el profesorado más envejecido de la última década" y nos avisa desde su entrada: "En los últimos doce años los docentes menores de 30 se han reducido a la mitad y los mayores de 50 han aumentado un 72%". De nuevo, el COVID-19 hace salir a la luz nuestras carencias y abandonos. Ha tenido que llegar esta pandemia para que escuchemos estos datos que radiografían una sociedad sin timón desde hace mucho tiempo, preocupada por intereses que han ido dejando fuera la educación y la sanidad en beneficio de intereses de terceros y en detrimento de todos. Tenemos —una vez más hay que decirlo— una sociedad débil y con los acentos puestos donde no benefician al conjunto.

La educación lleva muchos años mandando señales de peligros. Como las escandalosas cifras de abandono escolar, el envejecimiento del profesorado es una consecuencia directa de una nefasta política educativa y el reflejo de una actitud social que no han considerado la educación como una prioridad. Lo ocurrido con la sanidad y que ahora padecemos como ciudadanos y como sacrificio los profesionales, tiene su vertiente educativa en los sucesivos recortes presupuestarios, supresiones de centros, concentraciones de alumnado, etc. que han afectado a los resultados educativos y han dado forma al país como reflejo de sus aspiraciones o falta de ellas.

Nos cuentan en La Vanguardia: 

La distribución óptima de edad del profesorado es difícil de determinar y puede variar según el país y las casuísticas de cada sistema, pero la OCDE considera que por cada 2 profesores de más de 50 años debería haber uno menor de 30. Según los últimos datos disponibles, los del curso 2018/2019, en España se triplica esta proporción: hay 6 profesores que superan la cincuentena por cada menor de 30.

Esta situación lleva labrándose desde hace al menos doce años: los datos del curso 06/07 revelan que durante este tiempo el grupo de menores de 30 se ha visto reducido a la mitad mientras que el de mayores ha crecido un 72%. El cuerpo de docentes envejece de forma generalizada en todas las comunidades autónomas porque todas ellas experimentaron un retroceso en la incorporación de profesores jóvenes durante la crisis económica del 2008.*


 ¡Cuánto provecho le sacamos a las crisis para demoler lo que vale y sustituirlo por algo más barato, restrictivo y que nos empuja en el sentido que conviene a los intereses de terceros, que ven el camino abierto para hacerse con sectores de forma barata! ¡Siempre hay excusa para destruir lo valioso!

Las aspiraciones educativas marcan la visión del futuro que tenemos socialmente. Y, la verdad sea dicha, las nuestras son cada día más pobres. La senda de la educación y la cultura se unió de forma indisoluble a la consecución de los puestos de trabaja en un país con millones de parados o de gente que consta como tal. La degradación laboral de sueldos a la baja y con una creciente precariedad es pareja a la pérdida de interés educativo.

Desgraciadamente las propias instituciones educativas, lejos de ser verdaderamente críticas, se dejaron arrastrar por las políticas de la precariedad y la insuficiencia, de lo provisional eterno, todo ello mezclado con una retórica hueca de la "excelencia", calcada de la jerga política y esta de la económica. Oropel sin raíces, palabrería trivial.


Los medios públicos dejaron de ofrecer teatro, literatura, programas formativos para ponerse a competir en chabacanería con las privadas y luchar por el sustento publicitario. Esto se extendió a las cadenas autonómicas llenas de concursos, cotilleos y folclore local. Los medios, públicos y privados, renunciaron a extender la cultura, reducida a una industria ligera. Había que combatir el aburrimiento cultural con zafiedades. Eso afectaba igual a la cultura más oficial y a la popular, que seguía degradándose ante el corte de las referencias.

La educación falla porque falla nuestro sistema en sus prioridades. Las sociedades más avanzadas son las que valoran más la educación y sus efectos sobre la persona y de la sociedad. Una sociedad sin más metas que hacerse ricos algunos, que es a quienes se admira, es una sociedad decadente. Hemos renunciado a ser una sociedad culta para ser un gigantesco chiringuito que mendiga el turismo a costa de sus propias vidas, que reivindica las terrazas antes que los museos, el estadio de fútbol antes que las bibliotecas.

No hemos logrado tener una clase política que marcara rumbos a la sociedad. No ha habido ni hay un liderazgo ejemplar. Y si lo hay, lo hundimos con nuestras rencillas y bajezas porque este es el país de las envidias y la mala baba, donde se machaca al que destaca. Somos el país que el regreso del hijo pródigo se paga con creces.


Nadie nos ofrece programas a los que adscribirnos, proyectos en los que embarcarnos en un país dividido, atomizado, en manos de demagogos, con las excepciones que cada uno poner. Uno tras otros se han sucedido gobiernos de todos los colores con preocupaciones centradas en su propia supervivencia en un escenario destructivo, a cara de perro.

El envejecimiento del profesorado es un síntoma más de la falta de inversión en la educación, de la reducción de sus costes. Ha tenido que llegar una pandemia y ponernos entre la espada y la pared para que, a regañadientes, bajo amenaza casi, se exija más profesorado para atender este curso mortal que ahora se avecina. Como ha ocurrido con la sanidad, el sector educativo se irá colapsando en todos sus niveles, tanto por las condiciones como por la falta de personas.

Pero no aprenderemos. Ya nos han advertido los sanitarios: menos aplausos y más reclamación de verdadera sanidad, de sanidad eficaz, digna. Ha sido la zanahoria del poco empleo lo que ha hecho que la gente se preocupe más de mantenerlo que de mejorarlo. Necesitamos aumentar la calidad de nuestros servicios básicos y, sobre todo, dignificarlos socialmente. Es la única manera de conseguir un país mejor, si eso es lo que queremos.

Por usar un término actual, se nos "aplanó" la curva de la cultura. Lo que se ganó en los 70 y 80, el peso de la cultura, se fue perdiendo en beneficio del espectáculo chabacano con el que se nos bombardea y seduce distrayendo la atención. Somos una caricatura de lo que podríamos ser. Nos hemos quedado a medio camino de casi todo. Es muy triste.

En este clima, ¿a quién le preocupa la educación? Es un desafío que recorre toda nuestra escala social, todos los rincones. El envejecimiento es un elemento más, un detalle del problema general que nos afecta. Somos la sociedad del "ocio" sin cultura, como se nos reclama; la del entretenimiento, la del viaje de fin de semana y el puente. Hemos confundido los términos y los términos nos han acabado confundiendo. Más allá de las cifras, está la realidad que se quedan cortas en describir. Basta con escuchar un poco, con escarbar sobre la superficie.

El COVID-19, como en la Sanidad, solo nos revela las miserias diarias.

 


* "El curso de la Covid empieza con el profesorado más envejecido de la última década" La Vanguardia 14/09/2020 https://www.lavanguardia.com/vida/20200916/483393710493/curso-covid-profesorado-envejecido-decada.html

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