Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
educación lleva muchos años mandando señales de peligros. Como las escandalosas
cifras de abandono escolar, el envejecimiento del profesorado es una consecuencia
directa de una nefasta política educativa y el reflejo de una actitud social
que no han considerado la educación como una prioridad. Lo ocurrido con la
sanidad y que ahora padecemos como ciudadanos y como sacrificio los
profesionales, tiene su vertiente educativa en los sucesivos recortes
presupuestarios, supresiones de centros, concentraciones de alumnado, etc. que
han afectado a los resultados educativos y han dado forma al país como reflejo
de sus aspiraciones o falta de ellas.
Nos cuentan en La Vanguardia:
La distribución óptima de edad del
profesorado es difícil de determinar y puede variar según el país y las casuísticas
de cada sistema, pero la OCDE considera que por cada 2 profesores de más de 50
años debería haber uno menor de 30. Según los últimos datos disponibles, los
del curso 2018/2019, en España se triplica esta proporción: hay 6 profesores
que superan la cincuentena por cada menor de 30.
Esta situación lleva labrándose desde hace al
menos doce años: los datos del curso 06/07 revelan que durante este tiempo el
grupo de menores de 30 se ha visto reducido a la mitad mientras que el de
mayores ha crecido un 72%. El cuerpo de docentes envejece de forma generalizada
en todas las comunidades autónomas porque todas ellas experimentaron un
retroceso en la incorporación de profesores jóvenes durante la crisis económica
del 2008.*
Las
aspiraciones educativas marcan la visión del futuro que tenemos socialmente. Y,
la verdad sea dicha, las nuestras son cada día más pobres. La senda de la
educación y la cultura se unió de forma indisoluble a la consecución de los
puestos de trabaja en un país con millones de parados o de gente que consta
como tal. La degradación laboral de sueldos a la baja y con una creciente
precariedad es pareja a la pérdida de interés educativo.
Desgraciadamente
las propias instituciones educativas, lejos de ser verdaderamente críticas, se
dejaron arrastrar por las políticas de la precariedad y la insuficiencia, de lo
provisional eterno, todo ello
mezclado con una retórica hueca de la "excelencia", calcada de la
jerga política y esta de la económica. Oropel sin raíces, palabrería trivial.
Los
medios públicos dejaron de ofrecer teatro, literatura, programas formativos
para ponerse a competir en chabacanería con las privadas y luchar por el
sustento publicitario. Esto se extendió a las cadenas autonómicas llenas de
concursos, cotilleos y folclore local. Los medios, públicos y privados,
renunciaron a extender la cultura, reducida a una industria ligera. Había que
combatir el aburrimiento cultural con zafiedades. Eso afectaba igual a la
cultura más oficial y a la popular, que seguía degradándose ante el corte de
las referencias.
La
educación falla porque falla nuestro sistema en sus prioridades. Las sociedades
más avanzadas son las que valoran más la educación y sus efectos sobre la
persona y de la sociedad. Una sociedad sin más metas que hacerse ricos algunos,
que es a quienes se admira, es una sociedad decadente. Hemos renunciado a ser
una sociedad culta para ser un gigantesco chiringuito que mendiga el turismo a
costa de sus propias vidas, que reivindica las terrazas antes que los museos,
el estadio de fútbol antes que las bibliotecas.
No
hemos logrado tener una clase política que marcara rumbos a la sociedad. No ha
habido ni hay un liderazgo ejemplar. Y si lo hay, lo hundimos con nuestras
rencillas y bajezas porque este es el país de las envidias y la mala baba,
donde se machaca al que destaca. Somos el país que el regreso del hijo pródigo se paga con creces.
El
envejecimiento del profesorado es un síntoma más de la falta de inversión en la
educación, de la reducción de sus costes. Ha tenido que llegar una pandemia y
ponernos entre la espada y la pared para que, a regañadientes, bajo amenaza
casi, se exija más profesorado para atender este curso mortal que ahora se
avecina. Como ha ocurrido con la sanidad, el sector educativo se irá colapsando en todos sus niveles, tanto por las condiciones como por la falta de personas.
Pero no
aprenderemos. Ya nos han advertido los sanitarios: menos aplausos y más
reclamación de verdadera sanidad, de sanidad eficaz, digna. Ha sido la
zanahoria del poco empleo lo que ha hecho que la gente se preocupe más de
mantenerlo que de mejorarlo. Necesitamos aumentar la calidad de nuestros
servicios básicos y, sobre todo, dignificarlos socialmente. Es la única manera de conseguir un país mejor, si eso es lo que queremos.
Por
usar un término actual, se nos "aplanó" la curva de la cultura. Lo
que se ganó en los 70 y 80, el peso de la cultura, se fue perdiendo en
beneficio del espectáculo chabacano con el que se nos bombardea y seduce
distrayendo la atención. Somos una caricatura de lo que podríamos ser. Nos
hemos quedado a medio camino de casi todo. Es muy triste.
En este clima, ¿a quién le preocupa la educación? Es un desafío que recorre toda nuestra escala social, todos los rincones. El envejecimiento es un elemento más, un detalle del problema general que nos afecta. Somos la sociedad del "ocio" sin cultura, como se nos reclama; la del entretenimiento, la del viaje de fin de semana y el puente. Hemos confundido los términos y los términos nos han acabado confundiendo. Más allá de las cifras, está la realidad que se quedan cortas en describir. Basta con escuchar un poco, con escarbar sobre la superficie.
El COVID-19, como en la Sanidad, solo nos revela las miserias diarias.
*
"El curso de la Covid empieza con el profesorado más envejecido de la
última década" La Vanguardia 14/09/2020
https://www.lavanguardia.com/vida/20200916/483393710493/curso-covid-profesorado-envejecido-decada.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.