Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nido de
escándalos y encarcelamientos de sus dirigentes con diferentes delitos de por
medio, no es precisamente un ejemplo de actuación transparente, sino más bien
de lo contrario. En ese nido los huevos son los intereses del control de la capital
y de su economía, que se ha ido privatizando despojándola de los servicios
básicos, que han sido privatizados o recortados hasta el límite de su
funcionamiento. Las manifestaciones de los sectores públicos por la precariedad
y su deterioro han sido constantes denunciando el estado en el que se
encuentran. Frente a la moderación de otras autonomías gobernadas por el PP,
Madrid siempre ha tenido en el núcleo duro del neoliberalismo, de la
privatización y el recorte, de la economía por delante. Pero esa
"economía" es la de la patronal y la banca, con sede importantes en
la capital de España. "Economía" aquí quiere decir recortes de impuestos
y aumento de las distancias sociales, que se materializan en esas diferencias
"norte-sur".
La fragmentación
y consiguiente radicalización de la política española ha llevado a que Madrid
se convierta en una autonomía de políticas moderadas y sociales, de protección
del empleo, que tiende a ser barato y precario.
La
agresividad madrileña la hemos visto, por ejemplo, en las amenazas a Barcelona
de hacerse con el Congreso Mobile World, el año pasado. La política agresiva de
la Comunidad se sitúa a la sombra del PP nacional, poniéndoles en una situación
complicada. Mientras otros siguen políticas moderadas de colaboración con la
administración central, la ineficacia del gobierno autonómico se intenta tapar
con los excesos verbales y las maneras agresivas de la peor escuela.
Madrid
se eles está yendo de las manos, mientras son jaleados por la prensa más
conservadora para que siga enfrentándose al gobierno central. Las
manifestaciones ciudadanas de estos días contra las medidas los son
esencialmente contra el mal reparto, contra la carga sobre los de siempre y
sobre la tardanza de las medidas. Madrid no actúa, sino que hace creer que lo
hace. Un confinamiento del que se puede salir a trabajar, a estudiar o a
cualquier otra medida "justificada" no es un confinamiento y más si
se repite que no se va a multar a nadie. La gente pide "más sanidad y
menos Policía", pero el modelo madrileño no parece dispuesto, al menos, a
lo primero.
En La Vanguardia, Susana Quadrado escribe:
Causa un tremendo bochorno lo que ocurre en
Madrid. Mientras la disfunción institucional va en aumento, los madrileños son
rehenes de una brega política que puede acabar con cientos de muertos.
Un pulso de barra de bar, diríase, donde dos
adversarios se juegan quién carga con la responsabilidad política de un nuevo
fracaso en la gestión de la pandemia en España, un país convertido en el
epicentro vírico de Europa. Si una de las partes cede, entonces los muertos
(aquí, una palabra desgarradoramente literal) le caerán al otro encima. Así que
aguantarán unas semanas más. Porque viven en una campaña electoral infinita.*
No se
trata de otra cosa, son las vidas de los madrileños con las que se está jugando.
Madrid ha desperdiciado la oportunidad de estos meses, ha dejado de aprovechar
el tiempo para prepararse para lo que era seguro que llegaría pero ellos no aceptaban.
La política seguida ha sido errónea desde su inicio sobre todo porque ha sido
una falta de política real, solo lo que suelen hacer: invertir en propaganda,
hacer ver que todo era seguro sin asegurarse que lo fuera. Este ha sido el
drama madrileño, la falta de visión, la falta de recursos, la falta de
vergüenza.
En The
New York Times en español, el periodista David Jiménez explica:
Los políticos españoles consideran un gran
misterio por qué volvemos a ser el país europeo más castigado por la pandemia. Han
culpado a la imprudencia de los jóvenes, a nuestra latina incapacidad para
mantener el distanciamiento e incluso a la inmigración. Y, sin embargo, todo
este tiempo tenían la respuesta mucho más cerca: nada ha facilitado la
propagación del virus tanto como su propia incompetencia.
Los españoles aceptaron con infinita paciencia el confinamiento más duro de Europa durante la primera ola de marzo, asumieron graves perjuicios económicos a cambio de proteger la vida de sus mayores y han sido algunos de los ciudadanos más disciplinados en normas como el uso de la mascarilla, utilizada por más del 84 por ciento de la población. Hoy asisten, entre la impotencia y la indignación, al desperdicio de todos sus sacrificios por parte de una clase política que no cumplió su parte del trato. El lunes, el gobierno de Madrid impuso un confinamiento parcial en 37 zonas básicas de la ciudad; el miércoles pidió ayuda urgente al ejército y el despacho de 300 médicos luego de una nueva ola de infecciones.
La gran
cuestión de esta inoperancia es cómo es posible que tanta mediocridad política
se acumule en un solo país. Lo que tenemos encima de la mesa es una clase
política atomizada, débil pero que intenta parecer fuerte, enfrentada en batallas
infinitas en una guerra fantasmal, surrealista, suicida. Es una clase política
que está trufada con independentistas, republicanos, asamblearios populistas,
extrema derecha populista, partidos con un solo representante en el parlamento,
personajes pintorescos, fiscales que barren para casa, escándalos reales,
presos ilustres de todos los pelajes... Es una fauna infinita de una inmensa
voracidad y labia, empeñada siempre en convencernos de que son los mejores. En
España hemos renovado todo, pero todo ha ido a peor. ¿Esta era la "nueva
política", la que iba a acabar con castas y escándalos? Esta es la que
reniega de la transición y disfruta
volviendo mentalmente a la Guerra Civil para sacar provecho demagógico, la que
se preocupa de los muertos de hace 90 años y no de los que están cayendo en
esta locura del coronavirus. Es la España de la que se van los jóvenes formados
para poder conseguir un trabajo dignamente remunerado, un contrato que dure
algo más que unos meses, que abre bares y cierra fábricas. Es la España
precaria, vieja prematura, sin ilusión más allá de las que se alientan del
fútbol y demás deportes, de los botellones o de la vida nocturna. Es la España
de los medios triviales, de las televisiones chabacanas, del niño que de mayor
quiere ser influencer. Es la España
cliente frente a la productiva, sin ilusión para que no te la frustren.
A esta
España se le pidieron sacrificios porque no había más remedio. Y se realizaron
porque tampoco había más remedio. Volvemos al punto de partida, pero mucho más
hartos y cansados, aburridos, enfadados. Se ha perdido el tiempo, se ha
desperdiciado la ocasión de haberse preparado para lo que venía. Pero, no.
Había que "estimular" la economía, quejarse con la boca chica de que
no se cumplieran las medidas porque había que satisfacer al sector turístico a
falta de alemanes, ingleses y extraterrestres. La mayoría hizo lo que mejor se
le da al español, sentarse y quejarse. Muy pocos se han preparado para lo que
se venía venir. Y eso incluye a las administraciones y especialmente a un
Madrid que tiene todos los números peligrosos del sorteo, desde las
concentraciones enormes en barrios populares a la falta de centros
asistenciales que puedan cubrir las necesidades. Víctima de las políticas de
recortes durante años de gobierno, ahora se encuentra incapaz de hacer otra
cosa más que confinar. Sí, es de justicia lo que la gente pide, que no es otra
cosa que lo que lleva años pidiendo pero ahora se hace necesariamente trágico,
más sanidad, más educación, mejor transporte público. Ahora ya no es un lujo,
sino una necesidad imperante. Pero eso no se hace sin impuestos y menos
bajándolos. Pero el reclamo madrileño eran las rebajas dentro de la insensata
competencia entre autonomías para robarse las empresas con las fiscalidades
propias, ¡Vaya sentido de la competencia! ¡Desvestir a un santo para vestir a
otro! Pero es el método español, el método fragmentario que nos obliga a la
guerra permanente y a que nada se solucione. No hay sentido de una comunidad en
su conjunto y nos hemos ido fragmentando hasta llegar a unidades imposibles
inoperativas. Nos quejamos de que cada autonomía sigue su camino y lo hace
además con fuego cruzado, zancadillas y miserias según el color político de
cada una y sus relaciones con el poder central. Lo ocurrido con los mal
llamados "ahorros" de los ayuntamientos son una muestra más de la
incapacidad de ponerse de acuerdo en nada, del conflicto permanente.
Y todo
esto se paga y, francamente, muy caro. La pandemia nos pilló ya en una gran
guerra política, la del acoso y derribo de unos a otros mediante mociones de
censura, la salsa picante de los extremismos, la constancia de la demagogia en
todos.
El
COVID-19 exigía y exige la unidad de todos para poder salir. Es una exigencia
que las encuestas muestran con número abrumadores cada vez que se realizan.
Solo los políticos parecen no entenderlo. Quizá es porque no dan más de sí,
porque no dan para más y han llegado a su nivel de ineptitud.
Cuando
se veía venir esto dijimos que Madrid no
se merecía esto. Hay que decirlo de nuevo. La estupidez política, desde su mediocridad, no llega a
asimilar los problemas reales y es incapaz de dar soluciones más allá del dejar
de hacer y solo hace cuando ya no es eficaz. Ese es nuestro drama.
De poco o nada sirven las voces profesionales, científicas, ciudadanas que piden soluciones. Solo saben vivir en la gresca, enmascarando así sus carencias y miserias. Triste espectáculo, sí.
*
Susana Quadrado "Un pulso con muertos en la mesa" La Vanguardia
26/09/2020
https://www.lavanguardia.com/vida/20200926/483660589773/un-pulso-con-muertos-en-la-mesa.html
**
David Jiménez "La incompetencia de los políticos españoles puede ser tan
mortal como la COVID-19" The New York Times 24/09/2020
https://www.nytimes.com/es/2020/09/24/espanol/opinion/espana-coronavirus.html
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