Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Sigue
sorprendiéndome que, pensando en funerales, bodas, bautizos, cumpleaños,
chiringuitos, hoteles, aviones, etc., nadie hablara de las escuelas ni de los
clubes de alterne (y variaciones diversas) hasta pasado el 15 de agosto.
Curiosamente, no fue hasta que se dio por cerrada la temporada turística que se cambió el tono y las preocupaciones por la vuelta a las escuelas saltaron a
la primera página de los medios. No deja uno de sorprenderse.
Lo de
los clubes de alternes nos ha servido para comprender que lo que está
discretamente en la sombra, tiene también su sombra particular. La única
mención que se había hecho de clubes de este tipo fue el caso de rebrotes en
Corea del Sur, donde un cliente animoso visitó tres clubes en una noche y creo
él solito un caso espectacular. No se planteó más. Había que rastrear a todo el
mundo menos a la clientela de estos lugares. Como todo el mundo sabe, los
clubes y prostíbulos son lugares donde se mantiene la distancia social y se
evita el contacto, donde se practica una higiene y todos, clientes y profesionales
suelen llevar mascarillas. Les fue bien hasta que saltó la liebre comparativa,
es decir, hasta que los locales de ocio nocturno empezaron a quejarse del
desigual trato, algo en lo que no les faltaba razón. Por supuesto, una vez se
planteó el cierre, salieron muchos expertos opinando y preocupándose por la
situación laboral de las/los profesionales del ramo. No se entiende muy bien
(mejor no indagar), pero es lo que hay.
El caso de la escuela se sitúa en el silencio hasta que estalla con toda su intensidad. Es cierto que previamente había tenido una presencia importante, pero era más por el cierre de las escuelas y sus consecuencias (conciliación, psicológicas, ambiente en casa, molestias a los que teletrabajaban, desigualdad de las tareas con los niños, etc.). Pero eso afectaba al cierre, no a la cuestión actual, la apertura.
De
nuevo intervienen los agentes implicados y los efectos colaterales. Esta vez la
cuestión es la incorporación y sus condiciones, además de otro específico: la
resistencia a la incorporación a las escuelas por parte de familias. Esto ha creado
nuevos tópicos, como la sanción si no se escolarizan, las condiciones específicas
de las aulas y comedores, de la situación de los maestros, la responsabilidad
del profesorado en la gestión de los contagiados, la transmisión en la
infancia, los métodos de enseñanza, la falta de previsión, etc.
En La
Vanguardia, Salvador Enguix publica un artículo (etiquetado como
"análisis") con el directo título "Espolear el pánico en las
aulas valencianas", en cuyo inicio se señala:
No son pocos los líderes políticos, principalmente
de la derecha, que, ante el inicio del próximo curso escolar, en el actual
contexto de expansión del Covid-19, han iniciado una dura campaña de incitación
al miedo que, inevitablemente, está generando un lógico pánico entre las
familias; esta campaña forma parte de lo que los expertos están llamando
“populismo epidemiológico”, un discurso que no apela a la razón y la ciencia,
sino a las emociones, sobre todo las negativas. En ocasiones, realizando
afirmaciones alejadas totalmente de los criterios científicos y abogando por
fórmulas estables de educación online que, en la estructura actual del sistema
educativo, no solo no podrá sustituir nunca a la educación presencial, sino que
además solo está al alcance de una parte de la sociedad. Por ejemplo, los hay
que, desde el (quiero pensar) absoluto desconocimiento, y de una cierta
limitación reflexiva, son incapaces de valorar las graves consecuencias de la
no presencialidad, para las niñas y niños, para sus padres, y para la calidad
de la enseñanza. No lo olvidemos, nuestros hijos e hijas ya estuvieron
confinados durante meses al final del pasado curso.
La pandemia nos ha estado llevando siempre la
delantera. Todas las decisiones políticas que se han ido adoptando para acotar
su expansión, previo asesoramiento de los expertos, no han impedido que a día
de hoy el Covid-19 siga contagiando a decenas de miles de personas. La única
medida contundente del confinamiento es en lógica la que menos se desea, puesto
que además de tener un efecto demoledor sobre la economía genera enormes
problemas sociales, afectivos, e incluso psicológicos en los ciudadanos. En
este escenario, las administraciones, no siempre con acierto y dependiendo de
cada autonomía, intentan conjugar un complejo equilibrio: evitar que el crecimiento
del coronavirus se descontrole y, en paralelo, actuar de manera quirúrgica ante
la aparición de brotes, en lugar de adoptar la parálisis general de la
movilidad. Siempre apelando a la responsabilidad individual, que ha fallado de
manera descomunal en muchos ambientes, como se ha visto este verano.*
Concuerdo
con lo dicho por Enguix, que sitúa el problema, como se puede apreciar, en un
punto entre los diferentes planos, del institucional al personal, de los
conflictos de intereses entre salud y economía (salud forma parte también de la economía, no se olvide, y la
economía de la salud), entre aciertos y errores, entre responsabilidad e
irresponsabilidad (demasiada) y entre males mayores y menores (y conflictos de
intereses relacionados con estas decisiones).
Es
indudable que se han cometido muchos errores. Unos son previsibles ante el
desconocimiento que produce lo nuevo; otros son errores interesados camuflados
de decisiones inevitables. Había y hay intereses. Que la sociedad española en
su conjunto anteponga la salud a otros factores no quiere decir que no existan,
que no lo intenten y que no lo logren. Esto se ha complicado desde el momento
en que se ha pasado la iniciativa y la decisión a las Comunidades Autónomas,
donde las presiones de los sectores son más directas y eficaces. Lo de los
clubes de alterne es un mensaje y no trivial precisamente. Lo ocurrido en el
restaurante El Pirata de Formentera
también lo es.
Se
escucha mucho más a los que ponen pegas que a los que ofrecen soluciones o han
resuelto su problema de forma adecuada a la necesidad de los tiempos. Hay
sectores que incomprensiblemente siguen moribundos
demandando ayudas desde hace años. Ahora aprovechan para pedir un poco más, en
vez de haberse sometido a las necesarias reconversiones como tuvieron que hacer
otros forzosamente. Pero algunos prefirieron exhibir sus yagas mendicantes
extendiendo la mano. Todos tendremos algunos en mente.
El
problema educativo es grave. Lo es porque no se ha abordado la necesaria
adaptación de escuelas, universidades y el profesorado de ambas a los tiempos
que ya comenzaron hace mucho tiempo. La política de modernizar poco, lo justo,
porque es caro; lo suficiente como para la foto, es una práctica demasiado
habitual. Tras una facha colorista se ocultan demasiadas incompetencias. La
enseñanza no ha cambiado, incluso puede que haya empeorado por el abandono de
mucho tiempo, de miserias que han hecho creer a muchos que con la supervivencia
personal en un mundo de goteo de plazas era suficiente, sin fijarse en muchas
otras carencias del conjunto.
Lo que
se señala en el artículo va más allá. Lo que se llama "populismo
epidemiológico" es una realidad. Cuando el autor apunta que "quiere
pensar" que se debe al "desconocimiento" nos dice algo pero nos
apunta en dirección contraria, hacia sospechas de que la ignorancia no sea
realmente ignorancia sino un conjunto de intereses camuflados que inciden en
las batallas de las escuelas, otras de las que no llegamos a cerrar porque en
este país no hay guerra que se cierre definitivamente aunque pasen siglos,
porque no hay herida que no sangre cuando conviene ni interés que se aparque.
Lo hemos visto en otros sectores, ¿por qué no en la enseñanza, donde las
batallas son constantes?
Es indudable que la enseñanza requiere de unas condiciones adecuadas, que la presencia en las aulas es mejor que la ausencia. También es lógico que las familias se preocupen por la seguridad de sus hijos. En la Universidad, el panorama es distinto, como hemos tenido ocasión de tratar hace unos días, lo que no quiere decir que no haya problemas (hay muchísimos), sino que son otros o con otras variantes.
Lo que
sí llama la atención es que muchas veces sean casi los mismos los que ponen
obstáculos a unas cosas y a otras, por ejemplo, no quieren llevar a los niños a
las escuelas pero luego se manifiestan contra las mascarillas con los niños de
la mano o sobre sus hombros. Hay gente para todo.
Es
importante entender que las escuelas son tan seguras como las personas que
están dentro, es decir, que se depende no solo de lo que hagan dentro, controlados
por determinados protocolos, sino por lo que hagan fuera, antes y después. Esto
afecta además no solo a los niños o a las familias, sino también al profesorado
o demás miembros de los centros educativos.
El
ejemplo paralelo lo tenemos con lo que ocurre en las residencias de mayores,
lugares en principio con los residente vigilados y con baja movilidad. Pero
allí entran y salen cada día, desde el personal hasta las visitas familiares.
Si los ancianos estaban dentro, los contagios les llegan de fuera, es decir, de
personal y de visitas. Por eso se han limitado estas últimas al ver de nuevo
cómo aumentaba el número de casos y de fallecidos. Los parientes y personal son
los transmisores. El hecho de que uno no se vigile y vigile a los demás lo acaban
pagando otros.
Por eso
no se puede desligar lo que va a pasar (inevitablemente) en los centros
educativos de lo que ha ocurrido este verano, del aumento de los casos de forma
abrumadora. No se puede pasar un verano disparado, sin precauciones y después
frenar en seco al llegar el momento de la escuela.
Con el
trabajo pasa algo similar. Lo ocurrido con el despido fulminante de la
colaboradora de Mediaset es solo un caso sonado, pero a muchos los estarán
esperando los lunes a las 9 para ver si el alegre fin de semana lo van a pagar
los compañeros de trabajo.
Seguimos
parcelando mentalmente los sectores, pero es un todo por el que transitamos,
sin distinción de familia o espacios. Un visión de totalidades nos muestra que
lo que pillamos en un momento y lugar lo arrastramos luego allí donde vamos y
hasta que nos frenemos. Los test están dando una confianza absurda no porque no
sean eficaces en la detección sino porque no garantiza que dos horas después no
nos hayamos contagiado celebrando que estábamos bien. Pues ahora ya no lo
estamos.
Conozco
casos de familias que han tenido todas las prevenciones, pero cometieron el
error de no vigilar a algún contacto próximo que hizo que todos cayeran bajo el
coronavirus. Confías y...
Va
empezar (si no lo ha hecho ya) una nueva forma de rastreo, la de las fotos en
redes sociales para ver qué vida llevas. Es lo que ha mandado al paro a la
colaboradora de Mediaset. Su estilo de vida, decían, era incompatible con la
protección del entorno laboral seguro para sus demás compañeros y el
funcionamiento de la propia empresa. Pronto vigilaremos a la persona con la que
tenemos que vernos para saber si es más o menos "segura". Si antes ya
se exploraban las redes sociales para saber a quién contratabas, ahora es más
importante. ¿Serán recurribles estos despidos por lo que haces fuera de tu
entorno laboral? Veremos. Eso de contar los lunes por la mañana lo bien que te
lo has pasado el fin de semana puede pasar a la historia.
De nada
sirve exigir una escuela "segura" si no aseguramos los demás entornos
por los que nos movemos. Será duro de dejar de celebrar los cumpleaños de los
compañeros de la clase, pero habrá que plantearse otras cosas antes. Pensemos
en el ejemplo de los médicos del hospital que cayeron (ellos) por irse a celebrar, en plena pandemia, una despedida de
soltero del jefe. ¿Médicos inconscientes? Un poco, al menos bajaron la guardia
un momento y lo pagaron todos, el resto del hospital incluido. Y eso es lo que
no se puede hacer, bajar la guardia. Todo lo que has invertido en seguridad se
va por el desagüe en un instante de confianza, por no decir un "no" a
tiempo, por un compromiso ineludible, por no parecer paranoico ante los
conocidos, etc.
La
tensión y angustia que provoca esta vigilancia constante nos va a pasar factura
a todos. Hay que irse mentalizando y tratar de liberar la tensión con lo que
sea, del yoga a un San Cristóbal.
Mandar
a los niños a la escuela debe ser un ejercicio vigilante. Pero el énfasis no se
puede poner hipócritamente en que la escuela es segura. Es seguro lo que
hacemos seguro, empezando por nosotros mismos y asegurándonos de con quién nos
relacionamos. No es lo que se ve en la calle la mayoría de las veces. No sé lo
que ocurre tras las cuatro paredes, pero sí es lo mismo que en las fiestas
privadas, los niños lo acabarán cogiendo por una vía u otra.
La Vanguardia
da cuenta del caso de una residencia de mayores, también en Valencia, donde
todos los ancianos están contagiados, al igual que el personal. Allí leemos:
Desde la patronal de residencias AERTE, a la
que pertenece este centro, su presidente, José María Toro, ha indicado que la
situación es “estable” y no presenta una evolución negativa, al tiempo que ha
defendido que se han aplicado todos los protocolos. “Que un centro tenga casos,
no quiere decir que se haya hecho algo mal”, ha indicado, ya que ha hecho
hincapié en que “no se puede blindar” a un posible contagio.
Así, ha apuntado que se han aplicado los
protocolos y el centro se encuentra bajo vigilancia activa de la Conselleria de
Sanidad, y “con control absoluto”. Toro, que no ha concretado la cifra de
residentes y afectados porque es información que maneja Sanidad, ha resaltado
que todos los centros han pasado revisiones y presentado su plan de
contingencia, validado por la administración sanitaria.
En esta línea, ha incidido en el hecho de que
haya casos en un centro “no quiere decir que se haya hecho algo mal”, ya que
hay empresas que tienen varias residencias, y puede haber contagios en algún
centro y en otros no.
La
insistencia en que tener todos los miembros de una residencia no quiere decir
que se "haya hecho algo mal" tiene su punto de de descaro y
demagogia. ¿Quiere decir que se ha hecho algo bien? No se contagian todos en una residencia si se ha hecho algo
bien o las medidas no sirven para nada. La excusa que se siguen las
indicaciones de sanidad. Lo que añade otro punto de desvergüenza al caso.
Que no
pase lo mismo con las escuelas, que no lleguemos a tener escuelas enteras
contagiadas ya sea porque lo hagamos bien o mal, pues parece que estamos en
plena confusión moral. Esto no se garantiza con sumarse a protocolos, sino
vigilándose cada uno. Con la sensatez de entender que, efectivamente, podemos
ser contagiados, pero después está la responsabilidad. Uno se puede contagiar
ayudando a levantarse a una persona que se ha caído o bailando un tango con un
clavel en la boca. Nosotros elegimos por qué nos arriesgamos.
La escuela será "segura" cuando el concepto de "seguridad" de las personas involucradas en ese espacio sea razonablemente vigilante de la seguridad. La seguridad no la dan protocolos que no se cumplen (con uno solo es suficiente para arrastrar a los demás). Las normas son sencillas y lo que hay que evitar es casos como el de la residencia de mayores: todo lo hicieron "bien", pero todos están contagiados. Habrá que revisar su sentido común antes que nada.
**
"La Generalitat Valenciana investigará a una residencia de mayores con
todos los usuarios contagiados" La Vanguardia / EP 3/09/2020
https://www.lavanguardia.com/local/valencia/20200903/483283417652/residencia-mayores-lope-rueda-torrent-todos-contagiados-investigacion.html
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