Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El docente, Antonio Galera, que imparte
Didáctica de la Educación Física a los alumnos de 3.º de grado de Educación
Primaria, afirmó que no estaba dispuesto a respetar “medidas absurdas impuestas
por un experimento social masivo”, según un portavoz del Consejo de Estudiantes
de la facultad.
Además, les pidió que si querían llevar
mascarillas en clase debían firmar un documento de responsabilidad. “Yo no
llevo mascarilla porque no voy a atentar contra mi salud”, respondió ante las
quejas de los universitarios, y les indicó que si no querían morir, que no se
las pusieran. Alegó también que “las multas que impone el Gobierno son
ilegales, y la distancia social es solo para controlarnos con el 5G y saber dónde
estamos en cada momento”.
Los estudiantes se quejaron de la actuación
del docente y de su discurso negacionista sobre el coronavirus al decanato de
la facultad de Educación que inmediatamente lo trasladó al rectorado.
La portavoz de los estudiantes manifestó que
ya se advirtió al decanato en junio que este profesor estaba difundiendo
propaganda negacionista. “Si hubieran mediado, esto no hubiera pasado”,
lamentó, aunque celebró la celeridad actual.*
En
estos días en que los docentes damos vueltas y más vueltas a la cabeza
intentando lidiar con las incertidumbres de esta situación, en que tratamos de
encontrar métodos, técnicas que permitan reducir el riesgo del COVID-19 al
mínimo a la vez que evitamos la pérdida de nuestros programas, buscando
equilibrios entre la seguridad de todos y las obligaciones docentes, nos
entristecen personajes como el que La Vanguardia nos describen.
No
ponerse la mascarilla ante los alumnos es malo, pero incitarles a que se la
quiten es algo peor, mucho más grave. No sé las dudas de las autoridades
académicas en la apertura de las diligencias y no sé si son los únicos que
deben intervenir, cuanto menos alejando a este predicador de conspiraciones.
Esto —lo repetimos una y otra vez— no tiene nada que ver con la libertad de
expresión o con cualquier otro tipo de libertad. La prueba más evidente es que
quien ha atentado contra ellas ha sido el docente al exigirles la firma de
documentos a los que llevaran la mascarilla, como cuenta el diario. Es él quien
ha atacado a los que, por ser sus alumnos, debían tragarse toda su perorata
negacionista.
Ser
negacionista es una desgracia, pero intentar imponérselo a los demás con riesgo
de sus vidas y en contra de los protocolos de su propia universidad es algo más
que un incidente. Es una provocación que, al igual que hicieron los colegios de
médicos con aquellos que empezaron a negar las evidencias mostrando una grave
irresponsabilidad, debería cortarse con claridad.
Los negacionistas necesitan de esa vehemencia delirante con la que se lanzan a la calle. Aquí el caso es distinto, ya que no ha salido a la calle con una pancarta, sino que ha exigido a sus alumnos unos actos que van en contra de ellos mismos. Aquí no hay ni libertad de cátedra ni libertad de expresión; hay, por el contrario, un abuso de poder claro.
Cuanto más estrictas tengan que ser las medidas, más buscarán titulares mediáticos con las que esparcir las absurdas doctrinas del 5G y cualquier otra memez importada de los Estados Unidos de Trump, de donde no sale una idea buena desde hace tiempo. Hay muchas cosas buenas que se podrían imitar, pero no desde luego estas paranoias sin fundamento que han ido creciendo aprovechando la expansión que las redes sociales y las nuevas tecnologías permiten. Lo que antes era solo un chiflado repartiendo panfletos en una esquina ahora es un flujo de información que se expande por el mundo gracias a los "amigos" que les financian y reproducen para crear caos desde la desinformación.
Hay que
tener cada vez más cuidado, estar más atentos, para evitar que siembre el
desconcierto y el descontento. Se aprovechan de los errores de comunicación, de
las contradicciones nacidas de esa manía de intentar prometer para
tranquilizar, que acaba volviéndose contra ti cuando las profecías de calores
que matan virus o de vacunas inmediatas no se cumplen.
Creo
que ya tenemos bastantes tonterías circulantes, tan tóxicas como el coronavirus
pues nos acaban llevando a sus puertas. Son tiempo de apelar a la responsabilidad
de todos y cada uno, de hacernos sensatos para poder salir cuanto antes de esta
dramática situación.
El
mensaje es muy sencillo y las evidencias están ahí; pueden pasar por las UCI a
comprobarlo. No son tiempos de pánico, sino de frialdad y seguridad, de toma de
decisiones inteligentes para encontrar alternativas a lo que no puede ser.
Deberíamos estar más preocupados en encontrar alternativas que nos permitan
seguir adelante que perdernos en tonterías o en debates interminables sobre una
casuística infinita, tal como estamos haciendo y nos hemos cansado de repetir.
España
era, según todos decían un país donde "se vive muy bien". Parece que
ese bien no iba más allá de las cervecitas y el ocio nocturno, de las
celebraciones cada fin de semana o de las consulta sobre dónde hay fiestas. Eso
se nos ha hundido y muchos se empeñan en mantenerlo con los efectos que vemos
cada día. El sacrificio de muchos no vale si hay una parte que sigue sin
entenderlo y no quiere renunciar a esta forma de vivir que está expandiendo el
contagio cada día. Pienso que son los que más se juegan —familia, empleo,
salud— los que deben ser los más responsables, pero no lo tengo tan claro. El
ejemplo de La Vanguardia no muestra lo contrario: una persona que tiene
responsabilidades que llama a la irresponsabilidad.
Ha
fallado la política de "abrir rápido". Sin duda. Ha sido como contener
la respiración y luego estallar expeliendo el aire. Muchos han salido del
confinamiento como el toro sale del toril, acelerado y buscando bronca. En esto
se han equivocado los que pensaban que la gente había aprendido algo sobre lo
que ocurría. Se les ha lanzado a tratar de recuperar lo perdido y hemos perdido
lo poco que nos quedaba, con la sombra de nuevos estados de alarma encubiertos
porque no se puede ya mencionar la soga, porque se te echan encima los poderes
económicos.
Llámenlo
como quieran, pero está claro que somos cada uno de nosotros los que debemos de
tener la responsabilidad de nuestra salud y de los que tenemos cerca. Las
reglas no son difíciles, si se quieren seguir. Volver a la cifras anteriores a
la inefable "nueva normalidad" no significa estar siempre encerrados,
sino tener cuidado y valorar lo importante para seguir adelante, dejando lo
superfluo para más adelante y darnos entonces nuestros cotidianos baños de
trivialidad.
La Vanguardia recoge las quejas de los alumnos, algo esperanzador:
Los estudiantes se quejaron de la actuación
del docente y de su discurso negacionista sobre el coronavirus al decanato de
la facultad de Educación que inmediatamente lo trasladó al rectorado.
La portavoz de los estudiantes manifestó que ya se advirtió al decanato en junio que este profesor estaba difundiendo propaganda negacionista. “Si hubieran mediado, esto no hubiera pasado”, lamentó, aunque celebró la celeridad actual.*
Hay
siempre miedo a tomar decisiones, pero si no lo haces se vuelven contra ti. Los
rectorados tienen que tener un papel menos político y más eficaz. Corren el
riesgo de encontrarse entre dos aguas, la indignada que les llega desde abajo
por la falta de medios y la que les llega desde los políticos empeñados en
prometer sin los cumplimientos inmediatos que la situación requiere. Sigue
siendo increíble que no se hayan tratado estas situaciones de manera clara hasta
finales de agosto, más allá de las medidas que cada Universidad planteó, básicas, ante la falta de definición política, solo centrada en no perder la "campaña
turística de verano".
Lo que
tenemos por delante en nuestras universidades requiere mucha inteligencia y
ejemplaridad para poder recorrer lo que tenemos por delante. Ya son bastantes
los problemas que tenemos para que se den casos como estas llamadas
negacionistas al incumplimiento.
Hay muchos intereses detrás del negacionismo, de la economía a la desinformación pasando por los conflictos políticos. Estamos cayen en el mal de las sociedades modernas que regresan a la brujería y a los dogmas. Son sociedades de rumor, de plazas y foros. No hay que dejarse arrastrar y cortar tajantemente lo que atente contra la salud de todos. La universidad no puede ser un púlpito del negacionismo porque iría contra sus propios principios. El negacionismo no es "pensamiento crítico", sino puro mito y dogma.
https://www.lavanguardia.com/vida/20200919/483539443693/profesor-negacionista-uab-coronavirus-barcelona-mascarilla.html
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