domingo, 20 de septiembre de 2020

La tarima como púlpito negacionista

Joaquín Mª Aguirre (UCM)


En la Universidad Autónoma de Barcelona hay quien se ha subido al púlpito a sacar pecho negacionista aprovechando que el público estaba en el aula. La Vanguardia se refiere a él como "el profesor negacionista" y lleva varios días escandalizando al personal, quizá, mejor, provocando a aquellos que cree que deben escucharle. No sé que tienen las tarimas que para algunos son tronos imperiales, sillas de San Pedro, monte Sinaí desde el que descender con sus opiniones esculpidas en piedra, tablas de la Ley de obligado cumplimiento. La cuestión central no son sus disparatadas opiniones sino el hecho que tengan los demás que escucharlas desde una tarima destinada a causas mejores. Nos cuenta el diario: 

El docente, Antonio Galera, que imparte Didáctica de la Educación Física a los alumnos de 3.º de grado de Educación Primaria, afirmó que no estaba dispuesto a respetar “medidas absurdas impuestas por un experimento social masivo”, según un portavoz del Consejo de Estudiantes de la facultad.

Además, les pidió que si querían llevar mascarillas en clase debían firmar un documento de responsabilidad. “Yo no llevo mascarilla porque no voy a atentar contra mi salud”, respondió ante las quejas de los universitarios, y les indicó que si no querían morir, que no se las pusieran. Alegó también que “las multas que impone el Gobierno son ilegales, y la distancia social es solo para controlarnos con el 5G y saber dónde estamos en cada momento”.

Los estudiantes se quejaron de la actuación del docente y de su discurso negacionista sobre el coronavirus al decanato de la facultad de Educación que inmediatamente lo trasladó al rectorado.

La portavoz de los estudiantes manifestó que ya se advirtió al decanato en junio que este profesor estaba difundiendo propaganda negacionista. “Si hubieran mediado, esto no hubiera pasado”, lamentó, aunque celebró la celeridad actual.*


 ¡Todo un paquete de ideas negacionistas! Incluyen teorías de la conspiración, negación de los hechos y de la eficacia de las medidas de prevención, en fin, todo un personaje en cuyas palabras resuenan ecos ya escuchados en diversas fuentes. Nos dice el diario que este docente ya acumulaba quejas por sus ataques al lenguaje inclusivo y algunos otros temas que no deben estar en su programa de formación en Educación Física, que debe ser su fuerte. Pero la tarima anima a compartir genialidades y memeces con los que tienen que estar abajo, pueblo al que se pastorea.

En estos días en que los docentes damos vueltas y más vueltas a la cabeza intentando lidiar con las incertidumbres de esta situación, en que tratamos de encontrar métodos, técnicas que permitan reducir el riesgo del COVID-19 al mínimo a la vez que evitamos la pérdida de nuestros programas, buscando equilibrios entre la seguridad de todos y las obligaciones docentes, nos entristecen personajes como el que La Vanguardia nos describen.

No ponerse la mascarilla ante los alumnos es malo, pero incitarles a que se la quiten es algo peor, mucho más grave. No sé las dudas de las autoridades académicas en la apertura de las diligencias y no sé si son los únicos que deben intervenir, cuanto menos alejando a este predicador de conspiraciones. Esto —lo repetimos una y otra vez— no tiene nada que ver con la libertad de expresión o con cualquier otro tipo de libertad. La prueba más evidente es que quien ha atentado contra ellas ha sido el docente al exigirles la firma de documentos a los que llevaran la mascarilla, como cuenta el diario. Es él quien ha atacado a los que, por ser sus alumnos, debían tragarse toda su perorata negacionista.

Ser negacionista es una desgracia, pero intentar imponérselo a los demás con riesgo de sus vidas y en contra de los protocolos de su propia universidad es algo más que un incidente. Es una provocación que, al igual que hicieron los colegios de médicos con aquellos que empezaron a negar las evidencias mostrando una grave irresponsabilidad, debería cortarse con claridad.

Los negacionistas necesitan de esa vehemencia delirante con la que se lanzan a la calle. Aquí el caso es distinto, ya que no ha salido a la calle con una pancarta, sino que ha exigido a sus alumnos unos actos que van en contra de ellos mismos. Aquí no hay ni libertad de cátedra ni libertad de expresión; hay, por el contrario, un abuso de poder claro.

Cuanto más estrictas tengan que ser las medidas, más buscarán titulares mediáticos con las que esparcir las absurdas doctrinas del 5G y cualquier otra memez importada de los Estados Unidos de Trump, de donde no sale una idea buena desde hace tiempo. Hay muchas cosas buenas que se podrían imitar, pero no desde luego estas paranoias sin fundamento que han ido creciendo aprovechando la expansión que las redes sociales y las nuevas tecnologías permiten. Lo que antes era solo un chiflado repartiendo panfletos en una esquina ahora es un flujo de información que se expande por el mundo gracias a los "amigos" que les financian y reproducen para crear caos desde la desinformación.

Hay que tener cada vez más cuidado, estar más atentos, para evitar que siembre el desconcierto y el descontento. Se aprovechan de los errores de comunicación, de las contradicciones nacidas de esa manía de intentar prometer para tranquilizar, que acaba volviéndose contra ti cuando las profecías de calores que matan virus o de vacunas inmediatas no se cumplen.


Creo que ya tenemos bastantes tonterías circulantes, tan tóxicas como el coronavirus pues nos acaban llevando a sus puertas. Son tiempo de apelar a la responsabilidad de todos y cada uno, de hacernos sensatos para poder salir cuanto antes de esta dramática situación.

El mensaje es muy sencillo y las evidencias están ahí; pueden pasar por las UCI a comprobarlo. No son tiempos de pánico, sino de frialdad y seguridad, de toma de decisiones inteligentes para encontrar alternativas a lo que no puede ser. Deberíamos estar más preocupados en encontrar alternativas que nos permitan seguir adelante que perdernos en tonterías o en debates interminables sobre una casuística infinita, tal como estamos haciendo y nos hemos cansado de repetir.

España era, según todos decían un país donde "se vive muy bien". Parece que ese bien no iba más allá de las cervecitas y el ocio nocturno, de las celebraciones cada fin de semana o de las consulta sobre dónde hay fiestas. Eso se nos ha hundido y muchos se empeñan en mantenerlo con los efectos que vemos cada día. El sacrificio de muchos no vale si hay una parte que sigue sin entenderlo y no quiere renunciar a esta forma de vivir que está expandiendo el contagio cada día. Pienso que son los que más se juegan —familia, empleo, salud— los que deben ser los más responsables, pero no lo tengo tan claro. El ejemplo de La Vanguardia no muestra lo contrario: una persona que tiene responsabilidades que llama a la irresponsabilidad.


Ha fallado la política de "abrir rápido". Sin duda. Ha sido como contener la respiración y luego estallar expeliendo el aire. Muchos han salido del confinamiento como el toro sale del toril, acelerado y buscando bronca. En esto se han equivocado los que pensaban que la gente había aprendido algo sobre lo que ocurría. Se les ha lanzado a tratar de recuperar lo perdido y hemos perdido lo poco que nos quedaba, con la sombra de nuevos estados de alarma encubiertos porque no se puede ya mencionar la soga, porque se te echan encima los poderes económicos.

Llámenlo como quieran, pero está claro que somos cada uno de nosotros los que debemos de tener la responsabilidad de nuestra salud y de los que tenemos cerca. Las reglas no son difíciles, si se quieren seguir. Volver a la cifras anteriores a la inefable "nueva normalidad" no significa estar siempre encerrados, sino tener cuidado y valorar lo importante para seguir adelante, dejando lo superfluo para más adelante y darnos entonces nuestros cotidianos baños de trivialidad.

La Vanguardia recoge las quejas de los alumnos, algo esperanzador: 

Los estudiantes se quejaron de la actuación del docente y de su discurso negacionista sobre el coronavirus al decanato de la facultad de Educación que inmediatamente lo trasladó al rectorado.

La portavoz de los estudiantes manifestó que ya se advirtió al decanato en junio que este profesor estaba difundiendo propaganda negacionista. “Si hubieran mediado, esto no hubiera pasado”, lamentó, aunque celebró la celeridad actual.* 

Hay siempre miedo a tomar decisiones, pero si no lo haces se vuelven contra ti. Los rectorados tienen que tener un papel menos político y más eficaz. Corren el riesgo de encontrarse entre dos aguas, la indignada que les llega desde abajo por la falta de medios y la que les llega desde los políticos empeñados en prometer sin los cumplimientos inmediatos que la situación requiere. Sigue siendo increíble que no se hayan tratado estas situaciones de manera clara hasta finales de agosto, más allá de las medidas que cada Universidad planteó, básicas, ante la falta de definición política, solo centrada en no perder la "campaña turística de verano".

Lo que tenemos por delante en nuestras universidades requiere mucha inteligencia y ejemplaridad para poder recorrer lo que tenemos por delante. Ya son bastantes los problemas que tenemos para que se den casos como estas llamadas negacionistas al incumplimiento.

Hay muchos intereses detrás del negacionismo, de la economía a la desinformación pasando por los conflictos políticos. Estamos cayen en el mal de las sociedades modernas que regresan a la brujería y a los dogmas.  Son sociedades de rumor, de plazas y foros. No hay que dejarse arrastrar y cortar tajantemente lo que atente contra la salud de todos. La universidad no puede ser un púlpito del negacionismo porque iría contra sus propios principios. El negacionismo no es "pensamiento crítico", sino puro mito y dogma.


 * Carina Farreras "El profesor negacionista del coronavirus regresó el jueves a la UAB sin mascarilla" La Vanguardia 19/09/2020

https://www.lavanguardia.com/vida/20200919/483539443693/profesor-negacionista-uab-coronavirus-barcelona-mascarilla.html

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