Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En
tiempos inseguros, la "seguridad" vende. Lo hace desde discursos
políticos o de expertos ad hoc del
optimismo, desde aquellos que ven peligrar lo suyo. Hace apenas unas semanas,
todos nuestros políticos levantaban la mano exponiendo que sus autonomías,
pueblos o ciudades eran lugares "seguros" para los que exigían "corredores
seguros", que les conectaran con el mundo. Hoy tenemos una realidad muy
distinta, la de los regresos a fases anteriores —¡gran invento el de las fases!—,
a las que algunos han puesto hasta decimales. Me asombran esos que afirman
estar en una fase "2,5" o en una "dos relajada" u otras
cursiladas, poco pertinentes, pero que transmiten una impresión de
conocimiento, control y seguridad como pocas. Los medios lo repiten en una
aparente comprensión dando detalles sin sentido crítico alguno.
Uno de
esos conceptos que hacen agua semántica y realista es el de
"burbuja". Tenemos de "burbujas" para los partidos de la
NBA a "burbujas" en las guarderías, componiendo todas ellas un
universo jabonoso mucho más limpio y seguros. Pero ya nos dijo el poeta Donne,
"nadie es una isla" y las campanas del COVID-19 doblan por ti y por
mí.
En el
diario ABC, con el inquisitivo titular «¿Por qué mi hijo tiene que seguir yendo
al colegio cuando en la clase de su hermana ha habido un positivo por
COVID-19?», leemos lo siguiente: "Padres y madres viven intranquilos desde
el arranque de la vuelta al cole. Los temores a posibles contagios no cesan
porque los «grupos burbuja» no son infalibles. Estos se rompen desde el momento
en el que los pequeños salen del colegio y se juntan con vecinos, otros amigos,
padres, abuelos, primos..."*
Mientras
se sigan utilizando sinónimos de "seguridad" en términos absolutos y
no relativo —"burbuja" lo es— no estaremos avanzando mucho. La idea
de "burbuja" evidentemente es algo más que una "metáfora",
es una trampa si consideramos que es la burbuja la que trae la seguridad y no
nosotros. Tenemos "playas seguras", "chiringuitos seguros",
"hoteles seguros", "teatros seguros", "tiendas
seguras"... En Egipto hasta se inventaron una pomposa etiqueta para poner
en los hoteles. ¿Cómo no te van a fiar si han puesto un cartel en la entrada
diciéndonos que es seguro, seguido de varias firmas relevantes que así lo
aseguran?
Los
grupos burbuja, nos dice ABC, no son infalibles. En realidad, los que somos falibles somos nosotros, imperfectos en
nuestros actos, elevando a dogma los que no es más que conocimiento imperfecto
y provisional. Las medidas que se aplican contra la expansión del COVID-19 —no
contra él— son las que se aplican en muchos otros casos para evitar contagios.
No tenemos nada contra el COVID-19, solo evitar que entre en nosotros a través
de una serie de posibilidades que vamos descubriendo y se siguen discutiendo.
Recuerden lo que se tardó en admitir la hipótesis de que se contagiara por
transmisión aérea y no solo por contacto. Eso nos ha llevado muy recientemente
a añadir la ventilación de espacios a las tres medidas básicas anteriores,
mascarilla, distancia e higiene.
Si pensamos en las discusiones que tenemos sobre el uso de las mascarillas o el regateo en las distancias "sociales" —¿por qué no "interpersonales"?— o en el número de personas que pueden asistir a bautizos, funerales, fiestas, celebraciones religiosas, eventos deportivos, etc. nos daremos cuenta que somos seres discutidores (más que críticos), tratamos de arrimar el ascua a nuestras sardinas privilegiadas y esperamos que nos digan lo que más nos interesa particularmente, mientras que rechazamos lo que no nos gusta.
No se
pueden vender burbujas ni castillos en el aire; no se pueden vender plazos de
vacunas porque me interesa para mi reelección como presidente de los Estados
Unidos o de una simple comunidad de vecinos.
Las "burbujas
escolares" son una versión del plan que algunos científicos de la
simulación habían realizado en sus ordenadores. Es como los compartimentos
estancos de los buques para controlar que si se abre una vía de agua no se nos
hunda con todos dentro. Pero esto no es un buque ni hay vías de agua. Estamos
todos en la misma cochambrosa chalupa, a la deriva coronavírica, mientras nos
golpean las olas e intentando sacar el agua que nos entra.
No
sirve de nada aislar con gente que ya puede estar infectada o que va a estarlo
mañana porque en su casa entran y salen a trabajos, a botellones o a tomarse un
cafetito en la terraza, ahora que todavía hace buen tiempo.
Esas
personas que vemos haciendo cola para los test, pueden estar infectadas en el
regreso a casa. Se pararon celebrar que estaban bien con unos amigos y... ¡mira
ahora! Tenemos noticias de gente que se ha hecho los test y siguen varias
semanas igual porque no tienen resultados. ¿Recuerdan el caso de la señora a la
que estaban esperando a pie del avión porque el resultado de su test se conoció
mientras se iba de vacaciones?
No
sirve de nada entrar en "burbujas" o mandar a "burbujas" a
los niños si luego en casa, en el trabajo, en la calle... no se mantiene una
actitud similar de prevención. Es un concepto no solo equivocado, sino que
induce a errores graves. Se confunde la "seguridad" escolar con la
más amplia seguridad. Es una mentalidad de "prevención de riesgos
laborales", heredada de aquellos que tratan de evitar demandas. Solo
preocupan las condiciones en el espacio
del que eres responsable y en el tiempo
de permanencia. Pero esto es muy distinto. El espacio es todo lo que nos rodea
y el tiempo son las 24 horas del día.
La
gente va huyendo de los sitios inseguros a los seguros, con lo que los vuelve
inseguros contaminándolos si no tienen prevención. Eso ha ocurrido con zonas a
causa del turismo. También ha hecho que haya pueblos que se blindaran para que
no les entraran "los de Madrid" o los recelos contra los ciudadanos
chinos (aunque llevaran años sin pisar China) o los que los parecían (todo
"asiático" pasó a ser "chino"). Una residencia de mayores que
había pasado todo este tiempo sin contagios, nos cuentan los medios, se ha
visto contagiada gracias a la amorosa visita de un pariente que no podía dejar
de achuchar a su familiar residente. Hay amores que matan.
Estamos
pagando el hecho de que la mayoría sea asintomática, lo que conlleva que la
distancia es siempre preventiva y parece irracional, incluso mala educación.
También la falta de responsabilidad de muchos que no teniendo síntomas no se
preocupan de mantener la prevención mínima. Pagamos el hecho de haber querido
tranquilizar diciendo que solo se morían las personas con patologías previas,
mayormente los ancianos. Eso se ha visto como una liberación de responsabilidad
por parte de las personas más jóvenes, en donde el desfase entre contagio y
fallecimiento es muy grande. Eso permite cierta irresponsabilidad peligrosa. Es
increíble que se estén produciendo denuncias contra personas que directamente
se saltan las cuarentenas sabiendo que están infectadas por el COVID-19. Dice
bastante de las personas y de la sociedad egoísta y egocéntrica en la que
vivimos. Hay que pensar en otro tipo de educación.
Los medios
nos dan noticias de lo ocurrido en
China, con la celebración oficial de haber vencido la pandemia. Muchos se
dedican a lanzar ataques señalando que es propaganda. Pero muchos se preguntan
¿qué han hecho bien los chinos y que nosotros, con Madrid, como la peor zona de
Europa, y España al frente negativo, no hemos hecho ni hacemos? Mi primer bote
de gel desinfectante me lo trajeron mis queridos alumnos chinos, al igual que
mi primer paquete de mascarillas. "¡Cuídese mucho, profe!". Debió ser
en febrero, bastante tiempo antes de que se declarara nuestro estado de
emergencia o que Trump se enterara oficialmente, según su propia versión, de
que había un virus en el mundo. Llegaban a clase con sus mascarillas puestas
ante la mirada entre escéptica y divertida de sus compañeros que los veían por
los pasillos. Las llevaban por sentido de la responsabilidad, además de para su
protección. Muchos han estado en sus casas aislados prácticamente todo este
tiempo (y siguen), reduciendo al mínimo sus salidas, viviendo muchas veces en habitaciones
de pisos compartidos y extremando las medidas de precaución. No hay otro modo.
Hemos hecho nuestro seminario (y hasta nuestro cinefórum) online antes de que
se inventaran esto del "bimodal" y otras cosas que nos hacen pensar
en "burbujas seguras".
Más
allá de la política, que poco o nada tiene que ver en esto, es su sentido de la
responsabilidad, su sentido cívico, que no es nuevo, lo que les ha permitido vencer
al segundo enemigo tras el coronavirus, nosotros mismos. Los resultados son los
que son y son el resultado de los sacrificios de muchas cosas.
Pero es difícil hablar de "burbujas" cuando no renunciamos a nada, cuando hemos ido a sacar perros de las perreras solo para poder salir a pasear con ellos una y otra vez; cuando se usó a los niños para reunirse los padres; cuando nos morimos por ese cafecito que se pasa horas sobre la mesa o cuando nos quitamos la mascarilla para hablar por el teléfono móvil o nos vestimos de ropa deportiva y llevamos una botellita para simular que hacemos deporte...
No, nuestras burbujas son más bien achampanadas, festivas y compartidas. Nadie es una isla, especialmente si la idea que tenemos de una isla es tirando a veraniega, juerguista, nocturna y con un fondo discotequero. ¡Chin-chin!
* Ana I. Martínez "«¿Por qué mi hijo tiene que seguir yendo al colegio cuando en la clase de su hermana ha habido un positivo por COVID-19?»" ABC 17/09/2020 https://www.abc.es/familia/educacion/abci-hijo-tiene-seguir-yendo-colegio-cuando-clase-hermana-habido-positivo-covid-19-202009170123_noticia.html
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