jueves, 3 de septiembre de 2020

La mano rusa

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La canciller Merkel ha salido a decir que el opositor ruso Alexéi Navalni ha sido envenenado, que sí, que no hay dudas. Y el señor de Moscú, al que se señala con el dedo acusador, se encoge como siempre de hombros y dice que son fantasías.

Hace mucho tiempo que el mundo de Putin es una fantasía, más bien una película de terror para todos los que se le cruzan en su camino o le molestan en su reinado. Putin ha conseguido algo que parecía difícil, aunar lo peor del zarismo con lo peor del comunismo soviético. Hoy Putin es un zar que reivindica en silencio los métodos de la guerra fría o de la caliente, si se tercia, como ocurrió y ocurre en Ucrania.

La lista de disidentes rusos envenenados empieza a dar para una serie televisiva de varias temporadas, que es como se mida ya el tiempo en nuestros tiempos. Te envenenan en Rusia o fuera de Rusia. Hay que reconocer que el envenenamiento antes de tomar un vuelo es de un rebuscamiento sádico solo superado por los saudíes con el asesinato en su consulado en Turquía del disidente Kamal Khashoggi, citado para darle los documentos que había solicitado para poder casarse con la novia que le esperaba a la salida, que nunca se produjo, del recinto oficial. Khashoggi, como sabemos gracias al espionaje turco, fue torturado y descuartizado allí mismo, sacado el cuerpo en trocitos de los que nunca se volvió a saber y es probable que nunca se sepa.


Envenenarte camino de un vuelo aéreo es asegurarse que no vas a llegar a ningún centro médico cuando el veneno comience a hacer efecto y un intento de camuflaje del hecho. Los médicos rusos, como buenos médicos y buenos rusos, no encontraron sustancia alguna en su organismo que no tuviera que estar allí. Sin embargo, los alemanes lo han encontrado con rapidez, lo que te indica dónde es mejor enfermar, si te dan a elegir, algo que no suele ocurrir en Rusia.

En Rusia tienen el detalle de asesinarte frente al Kremlin, porque seguro que habrá alguien mirando por la ventana. Es lo que le pasó al opositor Boris Nemtosov, al que le dieron cuatro tiros frente a los muros tras los que se encuentra el poder sobre todo lo que ocurre en el país y en unos cuantos que Rusia considera propiedad suya o, al menos, ser dueño de su destino. Es lo que está ocurriendo ya con la Bielorrusia del impresentable Lukashenko. Moscú acaba de advertir que no dejará que le quiten un amigo entrañable, el último nostálgico soviético.



Ese sentido de la propiedad hace que los países cuyos pueblos están hartos de ser gobernados por sicarios de Moscú se conviertan en dueños de sus destinos. Y son muchos. ¿Se han dado cuenta que Rusia es el único país que sale por la derecha del mapa y entra por la izquierda? ¡Impresionante! Es un territorio que se extendía por tres continentes —Europa, Asia y América—. Estados Unidos le compró Alaska. De no ser así, a saber hasta dónde hubieran seguido bajando. Rusia es el Imperio, así, con mayúsculas. Ha sido imperio zarista y ha sido imperio soviético: ahora es el imperio de Putin, el populista postsoviético, ex jefe de la KGB, atleta, caza osos, jinete, homófobo declarado, devoto portador de iconos y velas ceremoniales, y judoca irresistible porque nadie se atreve a tumbarlo, entre otros muchos atributos.

La posición internacional de Rusia en estos momentos es la de ser vista como un peligro internacional de diverso tipo. Se va haciendo con los restos de los errores múltiples norteamericanos en Oriente Medio, como es su control de Siria al lado de Al-Assad. Tiene sus baluartes en Asia y en la Europa próxima a sus fronteras y sus puntales en América Latina. La crisis de Ucrania sigue abierta y, con ella, el frente europeo.



En diversas ocasiones hemos tratado de expresar el interés de los Estados Unidos de Trump en Rusia, un movimiento estratégico de volver al reparto del mundo por las superpotencias. La mentalidad comercial de Trump le hace creer en el reparto de mercados, es decir, la tensión hace depender a muchos países, que se encuentran cerca de las zonas amenazadas, de la protección norteamericana.

La creación de un foco de peligro con Corea del Norte tuvo como resultado el frenazo de las iniciativas de crecimiento de relaciones comerciales entre China y los países de la zona, que iban a establecer una zona de intercambio comercial fructífera y pacificadora y eliminar tensiones y recelo. La crisis de Corea del Norte obligó al aumento de la presencia norteamericana en la zona con el consiguiente refuerzo de sus relaciones.

Lo mismo ha ocurrido en Oriente Medio. La ruptura de los acuerdos con Irán trajo nueva inestabilidad en la zona que se ha resuelto con la compra masiva de armamento a los Estados Unidos por parte de los países de la zona. El descubrimiento del acuerdo para vender súper tecnología militar, aviones de última generación, etc. a Emiratos Árabes Unidos, saltándose todos los filtros institucionales sobre seguridad, ha sido motivo de titulares en estos últimos días.



La extraña sintonía denunciada desde el inicio entre Putin y Donald Trump es algo más que amor a primera vista. El juego "win-win" con Rusia ha sido una constante. Una Rusia fuerte y agresiva hace más necesario a los Estados Unidos para la Unión Europea, que se ve amenazada por situaciones como la de Crimea en Ucrania. Ha sido la agresiva presencia rusa la que ha llevado a Trump a apretar las clavijas militares a la Unión Europea y lo que ha hecho que esta comience a desligarse de la interesada protección. Las manifestaciones sobre la necesidad de ser autosuficientes en protección militar de Europa muestran claramente que se ha entendido el peligro de estar en manos de gente como Trump. Rusia lo aprovecha para ser más desafiante.




Junto a todo esto, se encuentra las evidencias, más que fundadas, de las intervenciones rusas con campañas de desinformación a lo largo del planeta, especialmente allí donde tienen la capacidad de intervención en los procesos electorales, fomentando desde el Brexit hasta el "procés" o la ultraderecha en España, como han denunciado los medios. No hay país que no haya detectado el uso de la desinformación a través de las redes desde la Rusia de Putin. Hackers y legiones de bots se dedican a difundir todo aquello que se crear conflictos y confusión generalizada. La cizaña rusa se ha convertido en su arma más potente. Allí donde antes existía el aparato de propaganda soviética, Putin ha fomentado el caos como mensaje global, un caos personalizado, a la carta, aprovechando lo que pueda para hacer llegar al poder a los peores, a los más nefastos o debilitar a los más capaces, fomentar la fragmentación, etc. Todas las maniobras van en el mismo sentido.



Rusia ha apoyado a Trump no porque sea el mejor candidato, sino precisamente por lo contrario: es el peor presidente de los Estados Unidos y para el mundo. Lo mismo hace en muchos países. Es mucho más barato que invertir en carrera armamentística y los efectos son mucho mejores. Putin sabe qué llevó a la ruina a era soviética, en su competición con los norteamericanos. Ya no cae en ese truco del prestigio, como en la carrera espacial, y se dedica a segar la hierba bajo los pies de los demás. Usa los mecanismos creados por Occidente, como las redes sociales, que iban a ser (según Al Gore) formas de distribución del poder norteamericano por el mundo, y que Putin utiliza como forma barata y efectiva de intoxicación mundial.

Veremos cómo acaba el asunto de Bielorrusia, pero seguramente muy mal. La protección contra la mano rusa no es fácil. Ya sea con asesinatos o con desinformación, a Rusia le interesa esa posición ya que le permite debilitar a sus contrarios, cada vez más divididos y confusos, caóticos. Él, en cambio, usa ese valor del orden de la mano de hierro para controlar los dominios rusos, en sus fronteras y fuera de ellas. La ordenada Rusia sigue ganado terreno con sus manejos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.