martes, 8 de septiembre de 2020

Vergonzosa sentencia en el caso Jamal Khashoggi

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Estamos asistiendo a una forma de hacer "política" que no me atrevo a llamar "nueva", de hecho, es la forma de hacer política: matar a tu enemigo. Lo estamos viendo en el caso Navalni, quien acaba de salir del coma inducido, y del que no saben cómo quedará, si tendrá secuelas importantes tras haber sido envenenado por un gas venenoso de la época soviética, del que Rusia, por supuesto, no sabe nada.

Pero Rusia no es la única que practica esto. El buen aliado de los Estados Unidos y buen cliente nuestro por sus compras de trenes a La Meca, Arabia Saudí, realiza prácticas similares con sus disidentes, críticos u opositores molestos.

La prensa de todo el mundo da cuenta de la vergüenza —algo previsible y anunciado— respecto al crimen de estado perpetrado por los agentes de inteligencia —una panda de sicarios especializados— contra Jamal Khashoggi, el periodista saudí disidente y reclamante de cambios en el mundo árabe. Nuestra visión maniquea e interesada de la política mundial nos hace tratar mejor a unos que a otros. Nos cae fatal Irán por sus amenazas y pasamos por alto lo que haga Arabia Saudí. La mayor parte del terrorismo integrista tiene su origen ideológico (y muchas veces económico) en tierras saudíes, donde surgió la ideología wahabita, que los saudíes han expandido por el mundo gracias a su dinero y a la cobertura dada por la mirada permisiva de muchos países occidentales. Nos olvidamos que Bin Laden era un hijo mimado de una acaudalada familia saudí, que estudió cómodamente en Reino Unido su carrera de economista y que dispuso de un buen capital para la creación de Al-Qaeda gracias a la financiación de muchos de los piadosos saudís, enriquecidos por el petróleo. De allí ha salido la oleada de conservadurismo reaccionario que exportan a cambio del apoyo económico, como ocurrió con Egipto, lugar de destino de decenas de miles de trabajadores que regresaban abandonado su ropa occidental y con mentalidad reaccionaria y cuidadas barbas para indicar que estaban un poco más cerca del paraíso que los demás.


El caso del secuestro, tortura, asesinato y desmembramiento del periodista saudí, Jamal Khashoggi, exiliado y convertido en columnista de The Washington Post, lo hemos seguido en estos años porque es revelador de la dinámica de Oriente Medio, de cómo las influencias radicales están recortando todo lo que supuso la Primavera Árabe, el último intento de llegar a un sentido más abierto, tolerante y democrático. Las reacciones, empezando por los saudíes —que no la tuvieron—, han tenido como objetivo eliminar cualquier posibilidad de que el deseo de libertad que muchos tienen debilite el poder de las élites, que ha usado y usan la religión para el control social y el mantenimiento de los privilegios. Nadie hay más interesado en el mantenimiento de esta "piedad" generalizada que las élites, ya que les permite continuar con sus privilegios manteniendo las distancias sociales.

Khashoggi pertenecía a las élites saudíes, pero no participaba de su forma de actuación e ideología, pidiendo otras formas de apertura y, lo peor, reclamando públicamente que los países árabes debían dirigirse hacia otro tipo de fórmulas, para lo que pedía la creación de nuevos medios. Y nada asusta más a estas élites que no poder controlar la información. Recordemos el pacto de los saudíes y los egipcios, además de Jordania, para exigir a Qatar —bastión junto a Turquía de los islamistas Hermanos Musulmanes, rivales de los wahabitas en el camino integrista— el cierre de la cadena Al-Jazeera, que expande en sus emisiones en árabe cosas que no les gustan.



La presión internacional, tras las pruebas aportadas por los turcos, creció y para evitar males mayores, ya que todo apuntaba al príncipe heredero, Bin Salman, como final de la cadena de responsabilidades, el ordenante del crimen, hizo que se detuviera a los que habían sido señalados por sus entradas y salidas de Turquía, bien documentado todo.

La noticia del resultado del juicio celebrado es un nuevo escándalo, una burla a la comunidad internacional y a la familia de Khashoggi que se ven sometidos a esta forma de desprecio de la justicia. Es lo que, en cualquier caso, se esperaba de la justicia saudí.

En la CNN se señalan algunas reacciones: 

Agnes Callamard, the UN Special Rapporteur for Extrajudicial Killings who lead an independent investigation into the murder, called the verdicts a "parody of justice" on Monday.

"The Saudi Prosecutor performed one more act today in this parody of justice. But these verdicts carry no legal or moral legitimacy. They came at the end of a process which was neither fair, nor just, or transparent," Callamard wrote on Twitter.

"The 5 hit men are sentenced to 20 years imprisonment, but the high-level officials who organized and embraced the execution of Jamal Khashoggi have walked free from the start -- barely touched by the investigation and trial," she added.

The fiancée of the late Jamal Khashoggi, Hatice Cengiz, called the ruling a "mockery of justice" and a "farce."

In a statement released on her Twitter account Monday, Cengiz also said the most important questions surrounding Khashoggi's murder remain unanswered. "The Saudi authorities are closing the case without the world knowing the truth of who is responsible for Jamal's murder," Cengiz said. "Who planned it, who ordered it, where is his body?"

 


Lo que se había montado para evitar sobre todo complicaciones a los aliados de Arabia Saudí, es decir, principalmente a los Estados Unidos de Trump y a todos los que hacen negocios con ellos, se vuelve ahora de nuevo contra todos.

Decimos que no se esperaba mucho más. El sentido del estado y de la justicia, de la ley, no tiene nada que ver con lo que se practica allí y menos en casos de este tipo en el que se justifica la eliminación del enemigo. Y a Jamal Khashoggi se le veía como un enemigo peligros.

El caso ha tumbado las enormes y caras campañas de lavado de imagen del régimen saudí, que sabe invertir su dinero en la compra de voluntades. La política de compras e inversiones permite al régimen conseguir lo que quiere, que tengas mucho que perder si ellos se van. Eso incluye trenes a La Meca o compras masivas de armamento de nueva generación o cualquier otra cosa que haga que te lo pienses antes de condenarlo. Por eso las reacciones oficiales han sido exculpatorias, de Egipto a los comentarios vagos de Donald Trump al respecto cuando se le preguntaba. De hecho, los saudíes dejaron en evidencia a todos los que preferían navegar en las dudas cuando, incapaces de frenar las críticas de medios e instituciones civiles de derechos de todo el mundo, admitieron que habían sido sus agentes. Los dejaron en una situación comprometida.


No creo que llegue a aparecer nunca el cuerpo de Khashoggi. Los saudíes supieron deshacerse de él. Pero quizá alguien, como suele ocurrir con los psicópatas, haya guardado "algún recuerdo" que aparezca algún día, en algún momento crítico.

Los saudíes son buenos clientes. Es lo que les salva. Son inmensamente ricos con el dinero que recaudan con el petróleo. Parte de ese dinero va a comprar voluntades e imagen en Occidente, el principal comprador. Son también, mientras les interese, los reguladores del precio del petróleo, cuya crisis Occidente evita repetir. Mucho poder para ser simpáticos. Pero esto solo ha sido un intento de última hora, una apariencia de progreso que no es más que el efecto de la necesidad de abrirse al mundo que cada vez trata de depender menos del petróleo, por ecología y por no tener que depender de ellos.

Jamal Khashoggi sigue esperando justicia desde allí donde se encuentre.

 


* Rob Picheta y Nada Altaher "Saudi court sentences suspects in Jamal Khashoggi murder" CNN 7/09/2020 https://edition.cnn.com/2020/09/07/middleeast/jamal-khashoggi-final-verdict-sentencing-intl/index.html

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