Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Donald
Trump lo tiene duro. Podrá hacer su santa voluntad pero sabe que va a tener una
resistencia feroz a todos y cada una de sus órdenes. Un juez neoyorquina le ha
parado parte del decreto impidiendo la entrada. Pero las imágenes que las
televisiones nos dan esta noche de la gente en los aeropuertos, de
manifestaciones organizadas y espontáneas, con carteles como
"Shame!", va a hacerle daño.
No
tengo la más mínima esperanza en que rectifique por ello. Trump,
como ya fue definido por expertos psicólogos, tiene poco de emoción y creo que
la resistencia le encorajina, por no decir otra cosa. El daño se lo hacen al
arrinconar a muchos republicanos contra la pared.
Ahora es el momento en el que él
actúa y los demás se le echan encima. Ahora es él quien se expone a las iras ciudadanas.
Más que los políticos, desbordados, es la hora de esas manifestaciones populares en todos
los rincones cada vez que se intente sacar un inmigrante o no se deje entrar a
un refugiado. Es la hora de las denuncias ante los jueces. Las ciudades santuario han dicho que seguirán sin colaborar con
el gobierno, lo que le abre otro frente importante pues son esas ciudades las más
grandes de los Estados Unidos. Ya se manifiestan contra el presidente
autoritario que está mostrando ser. La Casa Blanca no es la Torre Trump.
A los
movimientos internos le empiezan a seguir las respuestas de los países que una
vez roto el silencio, se están decantando por las críticas más directas. Los
ataques a Europa, su incitación a la desunión, indigna de un mandatario
norteamericano, ya ha tenido respuesta en boca de Hollande y Merkel y es
probable que en breve se haga una declaración recriminatoria pidiendo
"respeto" algo que en vocabulario de Trump no existe.
En estos momentos se siente Dios. Cree que el mundo le ha
sido entregado para hacer y deshacer. Me imagino que muchas de las sonrisas con
las que algunos se le acercan ocultan una preocupación interna por hasta dónde
puede llegar y, sobre todo, si entrará en razón cuando le digan que pare. Trump no se va a suavizar;
solo puede seguir el crescendo del poder, un intento de oponer la fuerza a
cualquier resistencia.
Muchos
comprenderán ahora el riesgo de tener al frente del país a una persona que ha
tenido siempre todo cuanto ha querido, que se ha rodeado de aduladores y de
personas que le han hecho creer que era un genio todopoderoso y que podría
conseguir lo que se planteara. El sueño americano de los ricos es llegar a la
Casa Blanca; el de Trump poner el mundo a sus pies. Ya se lo dijo al mundo en
su discurso: los partidos no tienen nada que ver en esto. Es cosa entre el
pueblo, Trump y Dios. La inclusión de Dios en el asunto no es por generosidad
de Trump sino para reafirmar que ya está bien asesorado y no necesita más.
La
situación actual hace parecer risible la anterior en la que se hablaba de un
país dividido en dos. Ahora está
hecho añicos.
En
estos momentos, Trump se ha enfrentado a todo el continente al sur de la
frontera por las humillaciones a México y el muro que piensa cobrarles; a los
países árabes por su calificación de los musulmanes como terroristas en función
de los países, lista que ha dicho que puede ampliar en cualquier momento, un
aviso para navegantes. Ha insultado a Europa diciendo que su destrucción es un
bien y que le llamen Mr. Brexit, como dijo al producirse el referéndum. Ha
atacado a China, acusándola de la destrucción de la economía norteamericana y
la ha amenazado militarmente por la cuestión de las islas del Mar del Sur.
En
estos momentos solo hablan bien de él, Theresa May, responsable de sacar a
Reino Unido de Europa, el egipcio Abdel Fattah al-Sisi, Vladimir Putin y puede que pronto
Erdogan si le entrega al clérigo Gulen, al que considera el responsable de todo lo que no le gusta en Turquía. Y la ultraderecha europea, que comparte su amor por Trump y Putin.
Y todo
esto lo ha hecho en una semana gloriosa que hará escribir, en el presente y en
el futuro, millones de páginas intentando comprender cómo la locura contagiosa
es un mal que afecta a los pueblos, que se dejan arrastrar por estas personalidades.
Lo que
viene por delante será una lucha desigual, épica, entre los que son portadores
de derechos y tienen una visión extensiva para todo el mundo, y aquellos que no
han evolucionado y siguen en las fórmulas de la fuerza bruta. Trump tratará de
restar importancia, insultará a los que se le opongan —como Meryl Streep o
ahora Madonna— tratando de dirigir sus iras enfermizas contra ellos.
Trump
no está haciendo a América más grande.
La está hundiendo en el descrédito y la vergüenza, está borrando los valores y
los principios. Está negando sus avances con sus críticas a los científicos
desacreditándolos desde su suprema ignorancia; ha ofendido a las mujeres con su
misoginia, a las minorías con su racismo y a los más débiles por su xenofobia
clasista. Como candidato ya insultó a países; como presidente lo sigue haciendo
ignorando desde su mala educación las más elementales normas de comportamiento.
Al
principio de ser elegido, The New York
Times se planteaba el problema de cómo criticar al hombre sin ofender a la institución que representa a todos los
americanos, la presidencia. Ya se han
encargado de hacerlo el propio Trump, que es quien ofende, con su falta de
saber estar, a todos los norteamericanos, a los que le han votado y a los que
no lo han hecho.
Hoy,
cada hora que pasa, crece más el grito contra Trump en las
ciudades, en los aeropuertos, en cada entrega de premios (ayer mismo en los de la SGA); en el
extranjero también se manifiestan contra él y los titulares de la prensa de medio mundo denuncia sus prácticas y maneras.
Trump considerará esto como un
signo de su propia grandeza. Hasta tal punto llega su engreimiento.
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